P. Carlos Cardó SJ
Profeta Elías, óleo sobre lienzo de autor anónimo (siglo XVIII), Museo Nacional del Prado, España |
En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?".
Él les respondió: "Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos".
Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.
Juan Bautista, junto con el profeta Isaías y la Virgen María, es una de las figuras protagónicas del Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor en Navidad. Fue el precursor, el hombre fiel y leal, que supo ceder el paso al que era más que él, y preparó a la gente para que lo siguieran como el Mesías esperado.
Muchos fueron a oírlo y hacerse bautizar por él en el río Jordán, pero con excepción de un pequeño grupo de pescadores de Galilea, la mayoría no quiso escuchar su llamada al cambio de actitudes, ni aceptaron la exhortación que él les hizo de reconocer en Jesús al Mesías. Siguieron esperando que Elías, el profeta arrebatado al cielo, volviera para preparar la inminente llegada del día de Yahvé, grande y terrible en que aparecería el Mesías verdadero. Este regreso anunciado por Malaquías (4, 5) era un componente importante de la esperanza judía.
Jesús confirma esta esperanza: Sí, Elías tenía que venir a restablecerlo todo. Pero la interpreta de otra manera. Afirma que ha venido ya, y que le ha ocurrido lo mismo que a todos los profetas: tampoco le creyeron e hicieron con él lo que quisieron. Y añade que lo que hicieron con el profeta, lo harán también con él. El Hijo del Hombre corre la misma suerte, va a padecer mucho de mano de los hombres.
Los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista. Comprendieron que la misión que los profetas habían asignado a Elías la había cumplido cabalmente Juan Bautista con su llamada última a la conversión antes de la venida del Señor, y con su muerte sangrienta, que había anticipado la de Jesús.
Con
frecuencia Jesús reprocha a los fariseos, y a la gente influenciada por ellos,
que han cerrado la mente para no entender y convertirse: tienen ojos para ver
pero no ven. Asimismo, en otras circunstancias y por otros propósitos, también
hoy podemos ver lo que nos conviene y ahorrarnos el esfuerzo de tener que
cambiar. Conocemos partes de la realidad, no su totalidad, y podemos aferrarnos
a lo conocido como lo único existente y válido. Además, estamos condicionados
por innumerables influjos exteriores que inducen en nosotros pensamientos y
criterios, patrones de conducta, hábitos de consumo y estilos de vida, que deberíamos
tener el coraje de revisar. La honestidad con nosotros mismos y las exigencias
prácticas de la fe nos llevan a reconocer qué tipo de pensamientos y acciones
hemos adquirido de nuestro medio ambiente, qué visión distorsionada o
“conciencia falsa” de la realidad y de los valores hemos asimilado, y qué
consecuencias tiene todo eso en nuestra vida. Ocurre que hay muchas señales que
Dios ha ido poniendo en nuestro camino, pero no las comprendemos o no las queremos
comprender. Es lo que les pasaba a los oyentes de Jesús: esperaban a Elías,
pero Elías ya había venido. Oían al Bautista y hasta se dejaban bautizar por
él, pero no ponían en práctica su llamada al cambio.
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