Parábola de los talentos, grabado en madera de
Matthaeus Merian, el viejo (1625 – 1630), publicado en Grandes Escenas de la
Biblia, siglo XVII, conservado en el Museo Británico
En aquel tiempo, como
ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a
manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola: "Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser
nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados
suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: 'Inviertan
este dinero mientras regreso'. Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados
que dijeran: 'No queremos que éste sea nuestro rey'. Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados
a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.
Se presentó el primero y le dijo: 'Señor, tu moneda ha producido otras diez
monedas'. Él le contestó: 'Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido
fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades'. Se presentó el segundo y le dijo: 'Señor, tu moneda ha producido otras cinco
monedas'. Y el señor le respondió: 'Tú serás gobernador de cinco ciudades'. Se
presentó el tercero y le dijo: 'Señor, aquí está tu moneda. La he tenido
guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que
reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado'. El señor le contestó: 'Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú
sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que
cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco
para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?'. Después les dijo a los presentes: 'Quítenle a éste la moneda y dénsela al que
tiene diez'. Le respondieron: 'Señor, ya tiene diez monedas'. Él les dijo: 'Les
aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga,
aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían
tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia"'. Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus
discípulos.
Puesta después del pasaje de Zaqueo, esta parábola es como un
comentario al tema de la recta administración de los bienes dados por Dios.
Asimismo, la alusión al rey que ha de venir a pedir cuentas mantiene el tema de
la vigilancia y responsabilidad que se requiere para producir fruto según los
dones recibidos de Dios. El señor que reparte las onzas de oro y se va a un país lejano no es sólo un hombre noble sino el heredero del trono real, y lo va a
conseguir a pesar de que haya quienes no lo quieren por rey. Jesucristo,
antes de alcanzar toda su gloria de Mesías, dejará de estar visiblemente en el
mundo, pero volverá con poder y majestad (Lc 21, 27), no sabemos cuándo. Mientras
tanto se abre para nosotros una época de espera, fidelidad y vigilancia.
La parábola tiene mucho parecido con la de los talentos de Mt 25,
14-30. Aquí, lo que el señor reparte a cada empleado es una onza de oro, que se traduce también
como mina, y es una suma pequeña equivalente a 1/60 de talento. Lo
importante es que el señor tiene con ellos este gesto de confianza, al que
ellos deben responder con lealtad y laboriosidad en su administración, de
modo que la cantidad recibida se incremente.
Todos hemos recibido tal misión. En la lógica del evangelio, todo es don
recibido y todo ha de ser puesto al servicio de Dios y de los prójimos. Obrando
así, uno actúa como Jesús, lo tendrá de su parte cuando vuelva y obtendrá de él
vida eterna. En esto consiste lo central de la parábola.
¿Quién es ese empleado que recibió la onza de oro y la tuvo guardada en un pañuelo
sin hacerla producir? Representa a todo aquel que sabe el bien que hay que hacer, pero no lo hace. Su culpa
consiste en no haber negociado con el dinero que se le confió y haberse limitado
únicamente a procurar no perderlo. Es
evidente que este empleado podía haber obrado con obediencia y responsabilidad
como los dos primeros, pero obró con desobediencia e indolencia, por el juicio
erróneo que se había formado sobre el carácter de su señor. El tono grosero
con que le habla y le devuelve la onza de oro es una prueba de su mala
conciencia. Por esto recibe del señor
el calificativo de “malo”, no sólo de “negligente” (cf. Mt 25,26), porque se ha
comportado como rebelde y desobediente. La falsa idea que tenía del señor le
impidió dar de sí con generosidad y gratitud. Se mueve como Adán, que se
esconde de un dios malo y se aleja hasta acabar en la muerte. En cambio, quien responde con
generosidad a tanto bien recibido, se hace capaz de recibir más y de dar más.
Experimenta lo que Jesús enseñó: Den, y
se les dará; una buena medida, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en su
regazo. Porque con la medida con que midan, se los medirá (Lc 6. 38).
El final de la parábola sorprende. El
señor entrega como recompensa al primer empleado la onza que el tercero no
había sido capaz de negociar. Los allí presentes juzgan arbitraria esta
decisión y argumentan diciendo que ese empleado ya tiene diez onzas, pero la
respuesta que reciben del señor señala que él actúa con absoluta soberanía y la
benevolencia con que juzga y recompensa supera totalmente el modo humano de
pensar. El señor ha sido extraordinariamente generoso con sus empleados, y a la
hora de ajustar cuentas con ellos no sólo los recompensará por su trabajo, sino
que lo hará de un modo que supera todas las expectativas y todos los cánones de
merecimiento.
La parábola es una invitación a examinar
la idea que tenemos de Dios, pues de ella depende en gran medida la actitud con
que servimos y el uso que damos a los bienes recibidos. Una relación
con Dios contable, mercantil, no libre, no de hijo, sino de rival, lleva a la
persona a actuar por pura obligación o por interés, de mala gana o procurando únicamente
acumular méritos. No fue así la actitud de los dos primeros empleados, que
modestamente se limitaron a mostrar al señor lo que habían conseguido con la
administración responsable de lo que se les había confiado y fueron por ello recompensados
magníficamente. Cada uno en el servicio a Dios y a los demás ha de hacer
entrega de lo que ha recibido y ha de hacerlo por amor, gratuita y
desinteresadamente. Según el evangelio no se realiza quien tiene, sino quien da
de sí. Y lo que cuenta no es la cantidad sino la actitud con que uno pone en el
servicio lo que tiene, consciente de que todo lo ha recibido. |
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