miércoles, 8 de marzo de 2023

¿Pueden beber el cáliz…? Mt 20, 17-28

 P. Carlos Cardó SJ

Zebedeo y su esposa María Salomé con sus hijos san Juan Evangelista y Santiago el Mayor, escultura de autor anónimo (1508) en el Altar de la Santa Alianza, iglesia de la ciudad de Langenzenn, Baviera, Alemania

En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: "Ya vamos camino de Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará".
Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: "¿Qué deseas?".
Ella respondió: "Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino".
Pero Jesús replicó: "No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?".
Ellos contestaron: "Sí podemos".
Y él les dijo: "Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado".
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos".

El texto presenta dos lógicas en conflicto: la del Hijo del hombre, que desarrolla su existencia en la donación y el servicio hasta dar la vida; y la existencia según el mundo, que busca como valor supremo el poseer y dominar, y lleva hasta dar muerte.

Los discípulos de Jesús aparecen influenciados por la lógica del mundo y no ven que seguir a Jesús implica un cambio radical en su sistema de valores. Siendo el primero, ha venido a hacerse el último y el servidor de los demás, mostrando así que la persona encuentra su verdadero valor no en el tener y en el poder, sino en el amor y el servicio.

El deseo de reconocimiento y la necesidad de contar con una buena reputación son connaturales al ser humano; pero, convertidos en absolutos, se vuelven idolatría del yo, culto a la propia imagen, esclavitud y dependencia del qué dirán.

La madre de Santiago y Juan pide a Jesús: Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino. Queremos que la voluntad de Dios se adapte a la nuestra, que quiera lo que nosotros queremos. No obstante, Jesús escucha la petición de la mujer y responde a sus dos hijos: No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?

Ellos responden que sí, pero se ve claramente que no saben qué es el Reino ni qué es el cáliz. Jesús alude al cáliz de su pasión y anuncia que ellos lo beberán pues darán con su martirio el supremo testimonio de su fe; pero el participar de su gloria al final de los tiempos, eso es don del Padre y a Él le toca disponerlo. Es el Padre quien nos hace hijos en el Hijo.

Los otros discípulos, que pretendían también los puestos más importantes, se indignaron contra los dos hermanos y Jesús dijo: Los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y los dirigentes las oprimen. No debe ser así entre ustedes. El que quiera ser importante entre ustedes, sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por todos.

Estas advertencias de Jesús contra el mal uso del poder en las naciones no pretenden únicamente denunciar a los malos jefes que las cometen, sino anunciar el modo como se ha de ejercer la autoridad en la Iglesia, para que ésta signifique realmente un llamativo contraste con el mundo.

En primer lugar, no basta con que en la Iglesia y en las comunidades de los cristianos no se cometan los abusos que pueden verse en el ejercicio del poder civil. Para Jesús, el solo hecho de pretender “ser grande” corrompe el auténtico servicio. Los cargos y funciones en la Iglesia son servicios (diaconías), que en griego significan concreta y crudamente el oficio de los que atienden en las mesas, es decir, los mozos, o las empleadas del hogar.

A eso alude su frase: El que quiera ser importante… sea su servidor (v. 26). Y refuerza aún más su consejo con la idea siguiente: Y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo. El esclavo o siervo, en oposición a Kyrios, señor, designa una situación de dependencia y de pertenencia a otro.

Hablando de las persecuciones que los suyos podrán sufrir, Jesús había ya advertido: No es el siervo mayor que su señor (Mt 10,24). Había definido a su seguidor como siervo suyo, siervo o esclavo de Cristo. Pero ahora dice que deben también prestarse este servicio de siervos o esclavos unos a otros. Si a esto añadimos su exhortación a hacerse niños, es claro que Jesús quiere en su Iglesia una forma de relacionarse unos con otros radicalmente diferente a la forma como se suele ejercer en la sociedad la autoridad y el poder.

Queda excluida en la Iglesia toda pretensión de ser grande que lleve al sujeto a considerarse superior a los demás. Y, obviamente, no se puede entender la frase de Jesús: El que quiera ser grande, o el que quiera ser el primero, como una nueva forma de buscar grandeza y honor.

A todos nos toca de alguna manera ejercer alguna autoridad y tener algún poder, por cuanto hay personas a nuestro cargo. La Iglesia, institución humana, necesita una organización. Negarlo sería necio. Pero lo que está claro en el evangelio es que las estructuras eclesiales sólo pueden ser instrumentos al servicio de los fieles, ejercidas por hombres que deben alejar de sí toda mentalidad de dominio.

Se dirá que hay servicios especiales que deben confiarse a personas competentes, idóneas por su formación y conocimientos y por sus cualidades personales; pero por dotadas que sean estas personas, lo único que las salvará de caer en la tentación del poder abusivo es recordar que nadie ejerció un servicio tan especial como Jesús, nadie ha sido más competente, más sabio, más carismático que Él y, sin embargo, se puso a los pies de sus discípulos.

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