P.
Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): "Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo".
Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.
Entonces Jesús les habló en estos términos: "Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes. Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.
Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida. Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió".
Los judíos han decidido matar a Jesús por no respetar el sábado y
hacerse igual a Dios. Pero Él sigue hablando públicamente de su misión y afirma
que hace lo que hace Dios, su Padre. Pues el Padre ama al Hijo y le manifiesta
todas sus obras. Con estas
palabras, reivindica para sí una peculiarísima relación recíproca con Dios, que
le hace situarse ante Él y percibirse a sí mismo como su Hijo único, que se
hizo hombre por obra del Espíritu divino.
Por ese mismo Espíritu se nos comunica el amor-vida de Dios y la
Trinidad santa permanece en nosotros. Los tres, Padre, Hijo, Espíritu son
idénticos en el ser, entender, juzgar y obrar. Los tres realizan la misma
acción: aman, se manifiestan, dan vida, envían, oyen, elevan y resucitan. Y son
esas las acciones divinas que Jesús realiza para darnos su vida.
Al mismo tiempo, que Jesús desvela la identidad de Dios, revela también
la identidad del ser humano, por haber sido creado a imagen y semejanza de su
Creador. De modo que de la idea que se tiene de Dios sale la idea que se tiene de
la persona humana. De la identidad de Dios como Padre, que Jesús nos transmite,
sale nuestra identidad de hijos e hijas, y por tanto de hermanos y hermanas
entre nosotros. Jesús nos revela un Dios que no es un ser solitario, sino una comunidad
de personas; correlativamente nos revela que el ser humano, imagen de Dios, no
realiza su vida en solitario sino en amor, fraternidad, solidaridad.
La obra que el Padre realiza por medio de su Hijo Jesucristo consiste
en crear fraternidad entre sus hijos. Esa obra se convierte en la norma del que
sigue a Jesús y supera el ordenamiento moral establecido en la Ley dada a
Moisés. Quien cree en Él, adhiriéndose en la práctica a su modo de ser y de
obrar, tiene vida eterna.
La fe en Jesús y la aceptación vital de su mensaje se convierte para
el creyente en una forma de vida que tiene una calidad, un valor de eternidad
más allá de la muerte. Quien la asume ha
pasado ya de muerte a vida. La muerte para él será el paso al nivel de vida
plena, salvada, resucitada, que sólo puede darse en Dios. El texto resalta dos
prerrogativas exclusivas de Dios: resucitar/dar vida y juzgar. Esas
prerrogativas el Padre se las da al Hijo y éste las realiza en quien cree en Él.
Por eso dice: Yo les aseguro que quien acepta lo que yo digo y cree en el que me
envió, tiene la vida eterna; no sufrirá un juicio de condenación, sino que ha
pasado de la muerte a la vida.
Finalmente, el texto de Juan habla del juicio o del dictar sentencia. Jesús tiene el poder de regenerar como hijos
de Dios a los que lo acogen y creen en Él. Asimismo, ha recibido de su Padre el
poder de dar vida y resucitar. Por eso, quien rechaza a Jesús y su palabra, rechaza
el don de salvación que Dios ofrece por medio de su Hijo, se impide ser beneficiario
de su voluntad y de su poder de darle vida eterna.
Se puede decir, entonces, que el juicio, el dar sentencia, no es un acto judicial como el que los hombres realizamos en nuestros tribunales, sino la manifestación del amor, cercanía y unión a Dios que hay en los que están a favor de Jesús o, al contrario, la manifestación del rechazo, distancia y separación de quienes han obrado en contra de Jesús y de su enseñanza y, por tanto, en contra de los hermanos. El juicio se realiza ahora, en la toma de posición y confrontación de cada uno con la Palabra de Jesús. Honrar y escuchar al Hijo es salvarse, pasar de la muerte a la vida plena. A la hora de la muerte caerá el velo y se hará patente la verdad de cada uno.
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