P. Carlos Cardó
Multiplicación de los panes, óleo sobre lienzo de Arturo Michelena (1897), Santa Capilla de Caracas, Venezuela |
En aquel tiempo, llegó Jesús a la orilla del mar de Galilea, subió al monte y se sentó. Acudió a él mucha gente, que llevaba consigo tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros enfermos. Los tendieron a sus pies y él los curó. La gente se llenó de admiración, al ver que los lisiados estaban curados, que los ciegos veían, que los mudos hablaban y los tullidos caminaban; por lo que glorificaron al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque pueden desmayarse en el camino”.
Los discípulos le preguntaron: “¿Dónde vamos a conseguir, en este lugar despoblado, panes suficientes para saciar a tal muchedumbre?”.
Jesús les preguntó: “¿Cuántos panes tienen?”.
Ellos contestaron: “Siete, y unos cuantos pescados”.
Después de ordenar a la gente que se sentara en el suelo, Jesús tomó los siete panes y los pescados, y habiendo dado gracias a Dios, los partió y los fue entregando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Todos comieron hasta saciarse, y llenaron siete canastos con los pedazos que habían sobrado.
El texto es muy similar al de la primera multiplicación de los panes de Mt 14, 13-21. Después de un breve sumario de las curaciones que Jesús realiza, (v. 30s) sigue un diálogo con los discípulos (v. 32-34) y luego el milagro de los panes (v. 35-38). Se distingue con más exactitud el lugar geográfico –en un monte a orillas del lago de Galilea–, pero todo lo demás recuerda lo que se ha leído antes en la primera multiplicación de los panes. Las repeticiones y evocaciones de hechos memorables son un recurso literario de los evangelios.
En este relato los discípulos no van a decirle a Jesús que despida a la gente para que busquen qué comer porque ya es tarde. Jesús mismo siente lástima de la multitud porque le siguen desde hace tres días, no tiene qué comer y no puede despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino. Se resalta la misericordia característica de Jesús, con que hace suya la necesidad ajena y mueve a los suyos a buscar una solución. La misericordia, en efecto, no es un simple sentimiento o una mirada compasiva ante la dolencia del prójimo. Ella promueve de inmediato el movimiento de la solidaridad para remediarla.
La ubicación de Jesús en el monte es un detalle significativo. En la Biblia, es lugar de cercanía con Dios. En el Sinaí Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo con su amigo (Ex 33, 11). El monte aparece a menudo en la vida de Jesús. En el monte de las bienaventuranzas proclamó lo más central de su mensaje (Mt 5, 1). En un monte se va a transfigurar ante sus discípulos (Mt 17, 1-3). Y en el monte Calvario será elevado en una cruz para la salvación del mundo. Acercarse a Jesús es acceder a la máxima revelación de Dios, que actúa en él como misericordia, amor que salva. De ese modo queda subrayado el sentido básico del milagro de los panes: realmente, Jesús sacia el hambre de su pueblo y hace ver que por ser Dios amor misericordioso, él no puede desentenderse del hambre de la multitud.
El contenido eucarístico de la primera multiplicación de los panes se reproduce en la segunda. Van unidos el pan y el pescado, pues ambos elementos representaban para los primeros cristianos el misterio eucarístico, como puede verse en el arte paleocristiano, concretamente en las catacumbas. Las palabras de Jesús sobre los panes: pronunció la bendición, los partió y se los dio, evocaban indudablemente a sus lectores la celebración de la cena del Señor. La comunidad advirtió que el Jesús que dio de comer a la multitud, les dio a ellos a comer su cuerpo en la última cena y mandó realizar esa misma acción como el memorial de su entrega para la vida del mundo.
El relato concluye como en el capítulo 14. Jesús despide a la multitud, sube a una barca y se dirige, esta vez, a la región de Magadán, lugar desconocido, que muchos suponen que es Magdala (o la ciudad de Maquedá mencionada en Josué, 15, 37).
Jesús sigue acompañando a su
pueblo con los mismos sentimientos que tuvo ante las multitudes hambrientas de
Galilea. Su presencia es tan real y concreta como la de quien da de comer. El
grupo de los suyos, reunidos por él en torno a la mesa de su pan compartido,
asumen sus mismos sentimientos solidarios y los de sus hermanos y hermanas
carentes de pan. La mesa común de la comunidad da a sus vidas el significado
del pan, cuya razón de ser no es guardarse sino compartirse. Se realiza así en
ellos la presencia viva del Señor, la eucaristía perfecta en el quehacer
cotidiano en favor de los demás.