P. Carlos Cardó SJ
Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.
Sin pretender ofrecer un relato biográfico, pues no es esa su
intención, San Mateo quiere hacer ver en este pasaje de su evangelio que Jesús
fue desde el inicio de su vida un Mesías aceptado por unos y rechazado por
otros. Lo aceptan los sabios que hacen un largo camino de búsqueda y lo adoran
como Rey y salvador. Lo rechaza y quiere su muerte Herodes. José y María con el
Niño tienen que huir. La familia de Jesús, lejos de vivir cómodamente instalada,
padeció las amenazas, inseguridades y temores que hoy viven muchas familias.
Desde otra perspectiva, el texto es una presentación de la
historia de Israel vista desde Jesús. La historia de Israel es profecía de la
historia de Jesús. La huida a Egipto por la amenaza contra la vida del Niño
recuerda el traslado a ese país de Jacob y su familia para sobrevivir del
hambre (Gen 45, 1-7). A su vez, el
odio de Herodes contra el Niño Jesús evoca la violencia del Faraón contra los
primogénitos de los judíos (Ex 1, 15-16).
La huida a Egipto, el exilio y la vuelta a Palestina, lleva al
evangelista a recordar las palabras de Oseas (11, 1): de Egipto llamé a mi hijo, que se refieren a Israel y su salida de
la esclavitud. Pero con esta referencia al profeta, el evangelio de Mateo no
sólo afirma que en la vida de Jesús se reproduce la historia de su pueblo, sino
que ese hijo al que Dios llama es Jesús,
cuya venida salvadora supera a todos los acontecimientos vividos por el pueblo de
Israel. Por ser el Hijo de Dios, Jesús está por encima de las figuras más
gloriosas, como Moisés. En el Mesías Jesús la historia del pueblo alcanza su
meta, porque toda ella fue una anticipación, anuncio y preparación de su
venida.
Al hablar de la matanza de los inocentes, Mateo hace una nueva
referencia a la Biblia, citando esta vez a Jeremías (31,15), para recalcar la
idea de que la historia de Israel tiende a Cristo. El profeta alude en este
caso a la tragedia vivida por Israel en el exilio en Babilonia, que le resulta aún
más dolorosa que la esclavitud en Egipto. Para visualizar plásticamente este
dolor, Jeremías pone en escena a Raquel, antecesora del pueblo, enterrada en
Ramá, cerca de Belén, que grita desesperada por la suerte que padecen sus hijos,
el pueblo de Israel, a consecuencia de su infidelidad a la alianza con su Dios.
Interpretando este hecho, Mateo saca de aquí la idea que domina
todo su evangelio: Israel ha ido a la ruina por su incredulidad. Pero el Mesías
Jesús, asumiendo sobre sí el pecado del pueblo y derramando su sangre como
expiación, logra la salvación para todo el que cree en Él, y da inicio al
pueblo de la nueva alianza. El drama cruento de Jesús, ligado solidariamente al
de su pueblo, se presenta como anticipado simbólicamente en la muerte de los
inocentes de Belén. La sangre de los niños de Belén prefigura la sangre del
Cordero inocente, Jesucristo, que borra el pecado del mundo.
Podemos decir también que la matanza de los inocentes anticipa las
incontables matanzas de inocentes que se sucederán a lo largo de la historia. La
injusticia y la maldad humana siguen exterminando vidas de niños que mueren
cada día por el hambre, la guerra y la marginación. Podemos pensar también en
tantos inocentes que sufren violencia sin poder defenderse.
Como reza la liturgia de los Santos Inocentes, ellos carecían del
uso de la palabra para proclamar su fe, pero lo hicieron con su muerte y fueron
glorificados en virtud del nacimiento de Cristo. A nosotros nos toca
testimoniar con nuestra vida y con el compromiso por la justicia, la fe que
confesamos de palabra.
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