P. Carlos Cardó SJ
El primer día después del sábado, María Magdalena vino corriendo a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Dos días después de Navidad se celebra la fiesta de San Juan apóstol.
A él se le atribuye el Cuarto Evangelio, escrito a fines del siglo I. Con su
hermano Santiago eran los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús llamó los
“Boanerges”, es decir, los violentos. Una tradición lo identifica con aquel
misterioso personaje que el Cuarto Evangelio llama “el discípulo amado” y cuya
significación simbólica y paradigmática abraza en general al auténtico creyente
en Jesús, al discípulo verdadero que está llamado a reclinar su cabeza en el
corazón del Maestro y permanecer, al lado de María su Madre, junto a la cruz.
El Evangelio de Juan emplea un lenguaje misterioso, cargado de
símbolos y muy espiritual; pero al mismo tiempo es un evangelio que pretende –casi
de manera continua– subrayar la realidad de la encarnación de Dios, la
divinidad y humanidad de Jesús, Palabra eterna del Padre que se encarnó y
habitó entre nosotros (Jn 1,14).
El Evangelio según San Juan presenta el misterio de Jesús como un
descenso desde el Padre por la encarnación y una ascensión a Él por la
resurrección. En el texto escogido para el día de hoy, los primeros testigos
–los discípulos– comprueban que Jesús, vencedor de la muerte, ha realizado su
subida al Padre, tal como lo había anunciado.
El evangelio nos hace ver cómo los
discípulos, después de la muerte de Jesús, recorren un camino lleno de sorpresas, que se inicia con la
constatación de que el sepulcro está vacío, y concluye con la convicción de que
la cruz no fue el final, sino el inicio del retorno de Jesús al Padre y de su
glorificación.
Los personajes, María Magdalena,
Pedro y Juan, simbolizan a la comunidad que reacciona y recobra la fe, venciendo
la tristeza y el miedo. A pesar de las advertencias que les había hecho, el
final de su Maestro había significado para ellos un fracaso total que echó por
tierra sus esperanzas. No obstante, reaccionan, buscan, indagan, disciernen. María Magdalena fue muy de mañana al sepulcro y cuando vio que
había sido removida la piedra, regresó
corriendo adonde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús
tanto quería; éstos por su parte salieron de prisa… En ellos aparece reflejada
la prontitud y resolución con que el cristiano debe reaccionar para no dejarse abatir
por las frustraciones y adversidades que conmueven su fe.
Vio y creyó. Porque no había
comprendido la Escritura... (vv. 8-9). Se subraya la importancia
de la Sagrada Escritura para comprender los signos de la presencia del
Resucitado en la historia. Revisar la propia vida a la luz de la Palabra nos
permite ver la presencia de Dios en todas las circunstancias oscuras por las
que atravesemos. Cristo resucitado vive en el corazón del mundo y se muestra en
múltiples presencias, todas ellas liberadoras.
Vivimos
una época que exacerba el valor de los sentidos, hasta hacer pensar que sólo
existe y cuenta lo material, aquello de lo que podemos disponer. La dimensión
de lo trascendente queda sofocada. Pero tenemos que demostrar en nuestra vida
que no somos seres para la muerte, ni todo acaba en la muerte. Cristo está en
la comunidad de los que anuncian su mensaje y celebran la eucaristía. También
en los hermanos necesitados, porque Cristo se identifica con ellos. El
verdadero discípulo descubre en profundidad la presencia y acción del Resucitado
y se muestra pronto para comunicar a otros las razones de su esperanza.
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