P. Carlos Cardó SJ
Su padre, Zacarías, lleno del Espíritu Santo, empezó a recitar estos versos proféticos:“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Ahora sale triunfante nuestra salvación en la casa de David, su siervo, como lo había dicho desde tiempos antiguos por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; que nos mostraría el amor que tiene a nuestros padres y cómo recuerda su santa alianza. Pues juró a nuestro padre Abraham que nos libraría de nuestros enemigos para que lo sirvamos sin temor, justos y santos, todos los días de nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle sus caminos, para decir a su pueblo lo que será su salvación. Pues van a recibir el perdón de sus pecados, obra de la misericordia de nuestro Dios, cuando venga de lo alto para visitarnos cual sol naciente, iluminando a los que viven en tinieblas, sentados en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por un sendero de paz”.
Como el Magníficat de María, el
cántico de Zacarías está lleno de referencias y motivos bíblicos sobre la
esperanza que tenía Israel de la venida del Mesías prometido. Es como una
síntesis de los anhelos más profundos del pueblo judío, que recogen los de la
humanidad de todos los tiempos.
Este cántico es un modelo de la fe
bíblica, que descubre en los acontecimientos de la historia la acción de Dios.
La historia está llena de su promesa, y en ella se nos revelan sus designios
salvadores. Por la fe, los acontecimientos de la historia revelan su contenido
de “palabra”.
El himno tiene dos partes, la
primera (vv. 68 a 75) es una bendición. En la Biblia, el que bendice es propiamente
Dios, y su bendición es donación de vida, gracia y don que se recibe. La
plenitud de la bendición es el Shalom,
la paz, abundancia y bienestar enviados de lo alto. Pero el ser humano, aunque pobre
y desvalido ante el Poderoso, también bendice al Señor con una palabra que
reconoce y confiesa su generosidad y le da
gracias.
La bendición de Zacarías no
es propiamente por el hijo que le ha nacido, sino porque ve que la esperada liberación mesiánica está por cumplirse: ya viene el
Salvador, descendiente de David, y su llegada será anunciada y
preparada por Juan.
Zacarías describe la salvación que
trae Jesús con todos los contenidos históricos y políticos
que el Antiguo Testamento y el judaísmo de su tiempo le atribuían: la ve
como una liberación concreta y definitiva de toda opresión extranjera, Israel
ya no será dominado por nadie, su victoria sobre sus enemigos está asegurada y
ya no habrá miedo ni inseguridad.
Late en el himno el deseo profundo
de una tierra nueva, en la que habrá por fin una paz estable, y se podrá rendir
a Dios el culto que se merece, con santidad y justicia, en su presencia todos nuestros
días (v. 74s).
En la segunda parte (vv.76-79) de
su himno, Zacarías anuncia el futuro de su hijo Juan.
Elegido por Dios como el precursor
del Mesías, preparará para Él un pueblo bien dispuesto. Pero lo que más
sobresale es la admiración por la persona y obra de Jesús Mesías, que vendrá como
el sol que nace de lo alto para iluminar a los que caminan en tinieblas y
sombras de muerte. A simple vista, podría parecer que la salvación mesiánica se
espiritualiza demasiado, pero en realidad lo que se anuncia es la más radical
de las acciones libradoras de Dios, que llega hasta las raíces mismas del mal y
de toda opresión: la maldad del pecado.
La Iglesia canta este himno todos
los días en la oración de la mañana: alaba a Jesucristo que por su resurrección
brilla como el sol sobre la oscuridad de la muerte y da inicio al día perenne en
que vivimos: al hoy de la continua visita y presencia del Dios-con-nosotros.
Bajo esa luz vivimos, ella nos trae perdón, santidad y justicia, ella nos guía en
la construcción de los caminos de la paz.
El himno de Zacarías nos invita a admirar
y agradecer la obra de Dios en nuestra historia personal.
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