domingo, 12 de diciembre de 2021

Homilía del III Domingo de Adviento - La predicación de Juan Bautista (Lc 3, 10-18)

P. Carlos Cardó SJ


En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces, qué hacemos?".
Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo".
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "Maestro, ¿qué hacemos nosotros?".
Él les contestó: "No exijáis más de lo establecido."
Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?".
Él les contestó: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga".
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
"Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano la pala para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga."
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

El evangelio de hoy nos hace oír la voz de Juan Bautista, una de las tres figuras del Adviento, junto con Isaías y María. Juan, el precursor, ha recibido de Dios la misión de preparar un pueblo bien dispuesto para la llegada inminente del Mesías esperado.

Hay un solo tema en la predicación de Juan: el de la inminente llegada del Mesías, que estaría precedida por un juicio divino riguroso, tal como fue anunciado por los profetas. Dice, en efecto, Malaquías (3,1-9):

Miren, yo envío mi mensajero a prepararme el camino, y de pronto vendrá a su templo el Señor…; he aquí que ya viene, dice el Señor. ¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se mantendrá de pie en su presencia? Será como fuego de fundidor, como lejía de lavandero… Purificará a los hijos de Leví como el oro y la plata para que presenten al Señor ofrendas legítimas…”. (Cf. Joel 2,2-5; Amós 5,9).

Por eso, el tono de Juan es de urgencia y apremio: “Ya está el hacha en la raíz de los árboles” (Mt 3,10 par). Ya no hay tiempo (para el culto, las leyes y la política), el juicio llega. Nadie escapa, ni siquiera el piadoso. Todo Israel es pecador, no basta ser miembro de la raza de Abraham (Mt 3,9 par), no hay privilegios. Sólo hay una posibilidad de eludir el juicio: el “bautismo de penitencia para el perdón de los pecados” (Mc 1,4 par) y dar los “frutos” que demuestren la conversión (Mt, 3,8 par). En Juan culmina la etapa de preparación del Israel de la antigua alianza, la llamada penitencial hecha por los profetas.

Juan transmite esta invitación a toda la gente que viene a oírlo. El evangelio de Lucas la divide en tres grupos: la gente en general, no identificada; los publicanos arrepentidos,  deseosos de cambio, y los militares, que se esfuerzan por hacer bien su denigrado trabajo.

Con esto Lucas quiere hacer ver una idea para él muy querida: que Jesús, el Cristo, viene a buscar y salvar lo que está perdido. A la gente en general, Juan la invita a que compartan con los demás lo que poseen y no se cierren a las necesidades ajenas. A los publicanos, encargados de cobrar los impuestos, les exige que no se aprovechen de los pobres, que no cobren más de lo debido. A los militares les dice que se conformen con su sueldo y no se aprovechen de su posición para extorsionar a los pequeños y hacer violencia a los débiles.

En definitiva, la  auténtica moral depende del respeto al prójimo y de la ayuda prestada a sus necesidades. El buen obrar consiste en establecer relaciones justas y preocuparse de las necesidades del prójimo.

Pero aparte de su discurso, lo que más sobresale en la figura del Bautista es su actitud de espera. Ya no es la espera de los antiguos profetas, que aguardaban un futuro remoto, sino la atención a la inminente venida del Señor: En medio de ustedes hay uno a quien no conocen. el viene detrás de mí, aunque yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias (Jn 1, 26-27).

¿Qué nos dice este texto a nosotros, hoy, en este tiempo de adviento? Nos invita a la conversión que, en última instancia, consiste en estar atentos para cederle el paso a Aquel que es más que nosotros y que viene a salvarnos. Adviento es tiempo de atención al llamamiento que nos haga para seguirlo.

Dios está en Jesús. El Cristo, Hijo de Dios, no está fuera de nuestra vida, de nuestra historia. Dios se ha hecho hombre entre los hombres. Dios se encuentra en la historia, en las situaciones concretas en que vivimos, en los hermanos.

Conversión, por tanto, es cambio en nuestra manera de ver e interpretar la realidad que vivimos, para discernir en ella la presencia y acción de Dios, tanto en el plano personal como en el social. ¡Dios está aquí! No en un más allá en el que podamos evadirnos. Es Dios con nosotros.

* Conversión es cambio de vida: dar frutos en obediencia a la gracia que se nos da. Esto significa multiplicar los talentos que hemos recibido, ampliar y profundizar nuestra entrega, vivir en santidad y justicia.

* Conversión es cambio de mentalidad: paso de actitudes mundanas a actitudes evangélicas, de motivaciones vanas a motivaciones consistentes, que nos llevan a ser más amables y misericordiosos, pacíficos y acogedores, generosos y limpios de corazón.

* Conversión es cambio en el sentir: llenar nuestro interior de sentimientos nuevos, pasar de los sentimientos egocéntricos a sentimientos altruistas, adquirir una nueva sensibilidad por el otro, en especial por el que necesita de mí.

* Conversión, en fin, es procurar la verdadera alegría, a la que nos invita este domingo de Adviento con las palabras de Pablo: Estén siempre alegres en el Señor. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en toda ocasión presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, protegerá sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús (Flp 4,4-7).

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