P. Carlos Cardó SJ
Negación de San Pedro, óleo sobre madera de roble de Nikolaus Knüpfer (Siglo XVIII), Museo Nacional de Varsovia, Polonia |
Yo les digo: Si uno se pone de mi parte delante de los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será también negado él delante de los ángeles de Dios. Para el que critique al Hijo del Hombre habrá perdón, pero no habrá perdón para el que calumnie al Espíritu Santo. Cuando los lleven ante las sinagogas, los jueces y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir; llegada la hora, el Espíritu Santo les enseñará lo que tengan que decir.
Jesús pide una adhesión plena a su persona y a su mensaje. Y no duda en vincular la actitud que se tenga hacia él, de aceptación o rechazo, con el destino final de la persona. Si uno me niega… también le negaré… Recuerda otra frase: Feliz el que no se sienta defraudado de mí (Lc 7, 23).
Quien ha optado por el seguimiento de Jesús debe manifestar públicamente su compromiso y esto le hace depositario de una promesa del mismo Jesús para cuando venga como “Hijo de hombre” a juzgar el universo con justicia (Cf. Lc 9,26; 22,69; Hech 17,31). Asimismo, quien reniegue o se avergüence de él, el “Hijo del hombre” tendrá que declarar en su contra en el juicio.
Las afirmaciones de Jesús en el versículo que sigue (v. 10) parecen referidas a diferentes personas, no a los discípulos. La frase: A todo aquel que hable en contra del Hijo del hombre se le podrá perdonar… parece dirigida a otro auditorio más amplio y complejo. Hablan contra Jesús los que sólo ven en él a un simple hombre, al hijo del carpintero, y no lo reconocen como el enviado de Dios. Hablan contra él de manera aún más grave los que, al verlo realizar sus milagros, le atribuyen un poder diabólico, concretamente de Belzebú. Si se convirtieran de la dureza de su corazón, ciertamente Jesús no les negaría el perdón. Pero también nosotros, todos, podemos “hablar” contra el Hijo del hombre por medio de nuestros pensamientos y acciones. Así, en la práctica, nos olvidamos del Señor y lo ponemos de lado. Se podría decir que en la base de toda acción pecaminosa hay un rechazo a Jesucristo; tales acciones son como palabras dichas contra él. Por eso todos sentimos en nuestra conciencia la llamada a convertirnos y acercarnos al perdón, que nunca se nos negará.
Otra cosa es lo que Jesús llama blasfemia contra el Espíritu Santo, pecado para el que no hay posibilidad de perdón alguno. Este pecado no consiste en ofender con palabras al Espíritu Santo, sino en el rechazo obstinado de la salvación que Dios ofrece a toda persona por medio de su Espíritu Santo. La gravedad de este pecado, que lo convierte en imperdonable, no está únicamente en el rechazo de la predicación evangélica, o en el olvido de Cristo en que caemos cuando actuamos contra sus valores y enseñanzas, sino en la actitud persistente, contumaz y obstinada de oposición frontal a la influencia del Espíritu Santo, que anima la proclamación del evangelio e inspira en los corazones el reconocimiento de la necesidad de convertirse y pedir el perdón. Esta intransigencia obcecada, que se cierra a la acción del Espíritu, impide el perdón de Dios. Es una forma extrema de rebeldía y antagonismo frente al propio Dios, es una oposición «blasfema» al ofrecimiento de salvación que él hace. La misericordia del Señor no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a acogerla, y rechaza el perdón de sus pecados porque no lo considera necesario, en una palabra, quien da la espalda a la salvación ofrecida por el Espíritu Santo, él mismo se pierde. La perdición viene no porque la Iglesia y el Señor no puedan perdonarle, todo lo contrario, sino porque la persona misma, rechaza el don que Dios está dispuesto a darle. Es pecado contra el Espíritu Santo, además, porque es resistencia y rechazo a la conversión que el Espíritu inspira en los corazones (Jn 16, 8-9). Fue la actitud de los fariseos, que se cerraron a la aceptación del plan divino, no reconocieron el daño que hacían a la gente con sus enseñanzas y actitudes, y despreciaron la llamada a la conversión que Jesús les dirigió en todo momento.
Después de estas severas advertencias, Jesús promete a sus discípulos que ese mismo Espíritu los defenderá cuando los persigan y los hagan comparecer en las sinagogas o en tribunales paganos ante autoridades y jueces. El mismo Espíritu que consagró a Jesús para su misión (Lc 3, 22; 4,1.14-18) y le asistió en todas sus acciones (Lc 10,21), vendrá también en auxilio de sus discípulos y les inspirará palabras elocuentes que sus acusadores no podrán rebatir.
Visto
en su conjunto, este pasaje hace ver al cristiano que el seguimiento de Jesús
consiste en una adhesión plena y permanente a su persona, que implica la
responsabilidad de dar testimonio de él y de su palabra en toda circunstancia,
aun cuando quienes se les opongan lleguen a rechazar y despreciar de manera
obstinada la acción del Espíritu del Señor.
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