domingo, 20 de octubre de 2024

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. La grandeza en el servicio (Mc 10, 35-45)

 P. Carlos Cardó SJ 

El llamado a los hijos de Zebedeo, óleo sobre lienzo del Maestro de Lourinhã (1520 aprox.), iglesia Santa Casa da Misericordia, Lisboa, Portugal

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte".
Él les dijo: "Qué es lo que desean?".
Le respondieron: "Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
Jesús les replicó: "No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con el que yo seré bautizado?".
Le respondieron: "Sí podemos".
Y Jesús les dijo: "Ciertamente pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con el que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado".
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús los reunió entonces a los Doce y les dijo: "Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos". 

En su camino a Jerusalén, donde va a ser entregado, Jesús instruye a sus discípulos sobre la fidelidad en el matrimonio y sobre el uso adecuado de la riqueza. A continuación, les habla del poder, que es quizá la más intensa pasión de los seres humanos. Si no entienden esto se van a decepcionar de él cuando lo vean caer en manos de los poderosos. Pero ellos no entienden y, sin importarles las enseñanzas de su Maestro, se ponen a disputar entre sí sobre los primeros puestos en el grupo. 

El tema del poder acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Ya al comienzo de su actividad pública, el diablo lo tentó, ofreciéndole una forma de poder sobre las naciones, que significaba un modelo de salvador-mesías opuesto a los planes de Dios. Después, pudiendo Jesús ubicarse en las esferas del poder, optó por mantenerse alejado de los poderosos, que defraudaban la confianza de la gente, oprimían a los débiles, transmitían falsas imágenes de Dios y se enriquecían con la religión. Sus mismos discípulos pretendieron disuadirlo del camino que había elegido, algunos (como Judas, quizá, y los discípulos simpatizantes de los zelotes) esperaban que empleara la violencia para instaurar el reino, y todos se oponían a su idea de ir a Jerusalén, adonde podía acabar mal. Pero Jesús no dio marcha atrás y los exhortó más bien a buscar la verdadera grandeza que se obtiene en el servicio: el que quiera ser el primero, ha de ser el último y el servidor de los demás, les dijo (9,35). 

Al igual que Pedro, los discípulos no pensaban como Dios, sino como los hombres. Obraban en ellos las motivaciones de búsqueda de poder, honor y dominio. Santiago y Juan, poniendo de manifiesto lo que todos los del grupo sienten, hacen ver que no quieren ir detrás, como correspondía al discípulo que seguía a su Maestro, sino delante, en los puestos de mayor importancia. Jesús tiene que explicarles en qué consiste la verdadera grandeza a la que deben de aspirar. ¿Pueden beber el cáliz de amargura que yo voy a beber o pasar por el bautismo por el que yo voy a pasar?, les pregunta. Beber el cáliz significa comulgar con él, identificarse con él hasta participar de su mismo destino en un servicio a los demás que llega hasta dar la vida. El bautismo por el que tiene que pasar significa hundirse en el abismo del sufrimiento que padece la humanidad, movido por el amor que lo lleva a dar la vida por ellos. 

Los otros discípulos, al ver el proceder de Juan y Santiago, se molestan porque sienten amenazadas sus propias ambiciones. Jesús, entonces, profundiza en su enseñanza. Y de manera impresionante resume lo que sucede en las naciones cuando los que gobiernan ejercen el poder oprimiendo al pueblo: Los jefes de los pueblos los tiranizan... No crítica ni la democracia ni la monarquía; critica a las personas que ejercen el poder oprimiendo. Jesús da por supuesto que en el ámbito civil, lo normal, es ejercer el poder tiranizando a los demás. A esto habría que añadir hoy que lo normal parece ser ejercer el poder de manera corrupta. Recordemos la exclamación del Papa: “¿Qué ocurre en el Perú que sus presidentes acaban en la cárcel?”. Por eso proclama Jesús tajantemente: ¡No debe ser así entre ustedes! Nada de eso debe darse entre ustedes sino lo contrario: servir a los demás, tener el bien común como único objetivo del gobernar, mirar por los débiles y los más necesitados. Pero esto parece una lección muy difícil de aprender. 

Honores riqueza y poder, obtenidos oprimiendo a la gente, es lo más nefasto que puede haber en toda sociedad humana y más aún en la comunidad de hermanos que él quiere fundar. Y este principio vale para todos, pequeños y grandes, como también para la Iglesia, si no quiere reproducir en sus instituciones, en sus representantes y en los cristianos comunes lo que ocurre en cualquier institución mundana. 

La enseñanza de Jesús culmina en la frase: El Hijo del Hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Tenemos aquí la clave para entender quién es Jesús. Ésta es también la razón de fondo que lleva a los cristianos a concebir la vida como servicio. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos de ellos. Sólo en esta perspectiva encuentra la persona humana la verdad de su ser y la verdad de Dios, tal como Jesús nos la ha revelado. Sólo así la persona se relaciona con Dios por medio de la fe verdadera que se demuestra amando y sirviendo a los demás. 

La búsqueda del poder ha sido siempre causa de división en los grupos humanos y también en la Iglesia desde sus orígenes. La ambición, el ejercicio abusivo de la autoridad y, en general, las diversas formas de carrerismo con las que los hombres buscan destacar por encima de los demás, sigue siendo un tema actual en la Iglesia y en la vida de los cristianos. 

Pero el hecho es que tarde o temprano a todos nos toca ejercer alguna forma de poder, en la medida en que nos corresponde asumir alguna función de autoridad, dirigir a otros, tomar decisiones, ya sea en el campo político, empresarial, familiar o en cualquier organización a la que pertenezcamos. Frente a esto, el evangelio es claro: hay dos formas diametralmente opuestas de ejercer el poder: la que aplica la jerarquía de valores de éxito y dominio según el mundo y la que se guía por el valor supremo del servicio a los demás, a ejemplo de Jesús.

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