domingo, 26 de enero de 2020

Homilía del III Domingo del Tiempo Ordinario - Anuncio del Reino y llamamiento de primeros discípulos (Mt 4, 12-17.23-25)

P. Carlos Cardó SJ
Llamamiento de los primeros discípulos, óleo sobre tabla de Lorenzo Veneciano (1370), Gemäldegalerie de Berlín, Alemania
Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea y dejando Nazaret, vino y habitó en Cafarnaum, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo:Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles; El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció.Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: “Arrepiéntanse, porque el reino de Dios está llegando”.Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Síganme, y los haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron.Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. El evangelio de San Mateo presenta el inicio de la actividad pública de Jesús en Galilea como la salida del sol, el alba de un nuevo día. El pueblo es Israel, que representa aquí a todos los pueblos que sufren opresión y, en general, a la humanidad que soporta el mal, el pecado, la muerte y anhela la libertad de los hijos de Dios. Para este pueblo, para esta humanidad vino una gran luz. Fue como el amanecer. Una brecha se abrió en el horizonte humano.
Las tinieblas son la pervivencia del caos primordial, del que Dios sacó el cosmos con su palabra ordenadora. Los hombres desordenaron el cosmos, lo volvieron un campo de guerra de unos contra otros, y con su ambición irracional destruyeron la naturaleza, atentaron contra la vida, atentaron contra su Creador.
Las tinieblas significan también la esclavitud en Egipto, de la que Dios hizo salir a Israel su pueblo. Los hombres olvidaron pronto las acciones de Dios y volvieron a esclavizarse unos a otros, se fabricaron ídolos a los que entregaron la vida, becerros de oro que toda época se ha forjado: dinero, poder, gloria…
La venida de Jesús a este mundo oscurecido es anunciada por los profetas como la luz, principio de la nueva creación, el amanecer del “día de Dios” que pone fin a la noche del mundo. Y se entabla el duelo permanente entre la luz y la tiniebla, la verdad y la mentira, la fraternidad y el odio, la vida y la muerte; duelo que perdura hasta hoy.
Conviértanse, dice Jesús: vuélvanse a la luz, abran los ojos, es posible un mundo diferente, de corazones nuevos, de paz y armonía con el prójimo, con el cosmos, con Dios. Dios sólo espera que nos volvamos a Él. En esto consiste el acto más perfecto de nuestra libertad. En Jesús podemos sentir a Dios como padre y vivir como hermanos.
El reino de Dios está llegando. Jesús nos da motivos para vivir el presente con ilusión y empeño. El reino ya actúa entre nosotros. Ya ha comenzado a actuar el amor salvador de Dios en favor de quienes, inspirados por Él, buscan un mundo justo y fraterno. Aquello que esperamos ya está “aquí”, no fuera de este mundo y de mi vida, pero todavía hay que esperar su plena realización. Por eso el reino nos hace vivir intensamente el presente y nos marca la dirección de nuestra vida.
Entonces, caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… Es una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores de Galilea. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguirlo significa convertirse, volverse a Dios, vivir conforme a los valores de su reino.
Seguimos a Jesús para vivir con Él la experiencia que ilumina y da sentido a la existencia. Esta experiencia no es, ante todo, una doctrina, ni únicamente una praxis. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y total: una relación personal con Él, como Señor y hermano. Se le entrega no sólo la mente y la sensibilidad, sino el corazón, el fondo del alma.
Lo primero que hace Jesús, según el evangelio de Mateo, es llamar, convocar. Nos llama. Me llama por mi propio nombre para que viva en la verdad de mi existencia. Escuchar su llamada es sentir y lograr mi verdadero yo, liberado de lo que me impide ser yo mismo, capaz de empeñar mi vida en la tarea de realizar en mí y en torno a mí los valores del evangelio.
Y no nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada de Jesús se siente en la vida cotidiana, por profana que sea: llamó a Simón y  a su hermano Andrés cuando estaban pescando, llamó a Mateo cuando detrás de su mesa de cambista juntaba y contaba plata. Incluso podemos estar haciendo cosas que van contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, la luz se abre camino y brilla en nuestro interior, desvelando nuestra verdad más profunda. Vente conmigo, me dice.
Y ellos, dejadas sus redes, lo siguieron.

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