P. Carlos Cardó SJ
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| Higos frescos, mural de autor anónimo hallado en Villa Popea, Nápoles (año 39 a.C.) |
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: "¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante".
Entonces les dijo esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: `Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’.
Dos sucesos ocurridos en Jerusalén le sirven de ocasión a Jesús para dar un criterio de interpretación de los males que se producen en el mundo y del modo como Dios actúa.
El primero es un mal causado por la maldad humana, concretamente de Poncio Pilato, que sometió a mano de hierro a los judíos. La forma como mató a un grupo de galileos, mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían, fue una muestra de su crueldad.
El segundo acontecimiento es un accidente, que pone de manifiesto la manera violenta e inevitable en que actúan a veces las leyes de la naturaleza. Fue la muerte trágica de dieciocho desgraciados que murieron aplastados al caerse la torre de Siloé en Jerusalén.
Ambos acontecimientos, como todos los males del mundo, interrogan al creyente: ¿por qué se producen tales cosas? Ante el mal, producto de la libertad humana o desencadenado a consecuencias de las leyes naturales, uno palpa la fragilidad del ser, el riesgo de la existencia. Los males, en definitiva, abren los ojos del creyente a la acción de Dios que tiene poder para salvarnos, pero cuenta con nuestra libre colaboración.
Es comprensible que ante los males del mundo el hombre se pregunte acerca de la bondad de Dios y de su creación. Pero no siempre tiene que ser así. La fe cristiana no propone explicaciones consoladoras del mal, sino que impulsa la búsqueda de medios para superarlo y cambiar el mundo en dirección del reino de Dios. Este fue el camino que escogió Jesucristo. Él nos enseñó a hacer presente en toda situación dolorosa la fuerza del amor de Dios que supera todo sufrimiento. Y porque en Jesús se nos manifestó Dios como amor solidario con el sufrimiento humano, ante la realidad muchas veces dolorosa de nuestro mundo, no renunciamos a nuestra confianza en él.
Jesús, además, rechaza toda interpretación maniquea, que divide a los hombres en buenos y malos. No es justo ver el pecado en los otros, para justificarnos o descargar nuestra responsabilidad. Jesús nos propone, en cambio, la actitud honesta de quien reconoce que el mal actúa en todos y todos somos pecadores ante Dios. Por eso, antes de echar la culpa a los demás, examinemos nuestra conciencia.
La segunda parte del texto trae la parábola de Jesús sobre la higuera que no daba frutos. Con ella nos advierte que no debemos desaprovechar el tiempo que Dios nos da, sino que debemos emplearlo para dar los frutos que llevaremos cuando estemos ante él.
El mensaje de la parábola es claro. La viña simbolizaba al pueblo de
Israel. En ella, el árbol de la higuera, ubérrimo en frutos dulces,
representaba la ley de Dios, que debía crecer y fructificar en
El Dios del perdón, el viñador, le concede un plazo a la higuera para que dé fruto. Cristo intercede por nosotros para que tengamos una oportunidad y nos convirtamos a él. Dios tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan (2 Pe 3,9). Así, cuando el creyente reconozca todo el esmero que le dispensa su Señor también él querrá ser útil para los demás y para el mundo.
La parábola señala la diferencia que hay entre el comportamiento de
Dios y el de los hombres. La lógica de éstos es: no sirve, córtala. La lógica
de Dios es: no da frutos, la cuidaré con mayor esmero. Dios no tala la higuera,
es decir,
Jesús no hizo otra cosa que mostrarnos este rostro de Dios, amigo de la
vida, e invitarnos a comprender que el camino de nuestra salvación consiste en
imitar la generosidad de Dios con nuestro amor y servicio a los demás. En ese
amor paciente y bondadoso, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
espera y lo soporta todo (1 Cor 13, 4.7) consiste el camino más excelente.

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