P. Carlos Cardó SJ
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Curación de la suegra de Pedro, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York |
Salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Pedro estaba con fiebre muy alta y le suplicaban que hiciera algo por ella.
Él se inclinó sobre ella, increpó a la fiebre y se le fue. Inmediatamente la mujer se levantó y se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban.
Él ponía las manos sobre cada uno y los sanaba. De muchos salían demonios gritando: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Él los increpaba y no los dejaba hablar, pues sabían que era el Mesías.
Por la mañana salió y se dirigió a un lugar despoblado.
La multitud lo anduvo buscando, y cuando lo alcanzaron, lo retenían para que no se fuese. Pero él les dijo: "También a las demás ciudades tengo que llevarles la Buena Noticia del reinado de Dios, porque para eso he sido enviado".
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
Es un milagro pequeñito, quizá el más insignificante, y puede pasar inadvertido. Pero en su sencillez tiene gran riqueza y los Sinópticos lo ponen al comienzo porque sirve de guía para interpretar los que siguen.
Es otra prueba de la victoria de Jesús sobre el espíritu del mal; por eso Lucas lo presenta como un exorcismo: Jesús conmina a la fiebre. La suegra de Pedro tenía mucha fiebre. Jesús inclinándose sobre ella ordenó a la fiebre que saliera y se le quitó. La mujer se levantó de inmediato y se puso a servirlos. La liberación es total: cuerpo y alma. Jesús libera a la persona para que pueda actuar con el mismo espíritu que le hace decir a él: Yo no he venido para ser servido, sino para servir (Mc 10,45). Por eso el signo de la curación es el ponerse a servir. Es la reacción inmediata de la mujer, que se levanta y se pone a servirles, demostrando con su gesto que la curación ha sido completa e instantánea y que la mueve un profundo y sincero agradecimiento.
De esta forma, la suegra de Pedro se convierte en un modelo anticipado de los auténticos discípulos y discípulas de Jesús y de la actitud característica de la comunidad cristiana, tal como Jesús lo estableció: Ya saben que los que son tenidos por jefes de las naciones las dominan y que sus dirigentes las oprimen. No debe ser así entre ustedes. El que quiera ser importante sea su servidor; y el que quiera ser primero sea el siervo de todos (Mc 10,45; Mt 20, 18).
Como la suegra de Pedro, otras mujeres de Galilea se dedicaron a seguir y a servir generosamente a Jesús durante todo el tiempo que duró su actividad pública (cf. Lc 8,1-3; 23,49.55), y fueron las que estuvieron con él junto a la cruz (Lc 23, 27s.49.55-56), mientras los demás discípulos huyeron. Ellas serán por eso las primeras testigos de su resurrección y aunque en la cultura hebrea contaban poco, en ellas se encarna y testimonia el espíritu del Señor, tal como Pablo lo ve: Dios ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes (1Cor 1,27).
La segunda parte del evangelio de hoy es un sumario de la actividad de Jesús: curaciones, exorcismos, anuncio de la buena noticia. Lucas lo hace como una descripción de una típica jornada de Jesús: Al atardecer le llevaron enfermos de todo tipo; y él imponiendo las manos sobre a uno, los curaba. De muchos salían demonios que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero el los reprendía.
Sea cual sea la interpretación que se haga de las curaciones de
enfermos y de las expulsiones de demonios, lo decisivo en estas narraciones es
la certeza de fe que tenían las comunidades cristianas que escribieron los
evangelios de que con Jesús se hizo realidad la promesa anunciada por los
profetas, que colma el anhelo de la humanidad de todos los tiempos: la victoria
sobre el mal en todas sus formas, hasta en sus raíces más misteriosas. La gente
lo intuyó y por eso lo buscaba con impaciencia para traerle a sus
parientes enfermos o aquejados de toda dolencia, aunque incurrieron en la
tentación de no verlo más que como un taumaturgo o un curandero extraordinario.
Por eso Jesús se negó a representar este papel en Cafarnaúm, así como no pudo hacer
ningún milagro en Nazaret porque no encontró fe (Mc 6, 5; Mt 13, 58). Lo que
quiere es cumplir la voluntad de su Padre y realizar la misión para la que ha
sido ungido por el Espíritu de anunciar la buena noticia del reino de Dios (Lc
4,18.42; Is 61,1; 52,7). Esa misión se muestra en las curaciones de enfermos y
en la liberación de toda opresión material y espiritual, pero sólo como
anticipo de la salvación plena, que arrancará definitivamente a la humanidad
del poder de la muerte. Esta buena noticia no puede detenerse, sino que debe
llegar al mundo entero. También a las
demás ciudades debo anunciar la buena noticia de Dios porque para eso me ha
enviado. E iba predicando por las
sinagogas de Judea.
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