P. Carlos Cardó SJ
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La biblia, óleo sobre lienzo de Vincent Van Gogh (1885), Museo Nacional de Ámsterdam (Rijksmuseum), Países Bajos |
Dicho esto, Jesús elevó los ojos al cielo y exclamó: "Padre, ha llegado la hora: ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti! Tú le diste poder sobre todos los mortales, y quieres que comunique la vida eterna a todos aquellos que le encomendaste. Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo. Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado. Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti. El mensaje que recibí se lo he entregado y ellos lo han recibido, y reconocen de verdad que yo he salido de ti y creen que tú me has enviado. Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste, pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo mío; yo ya he sido glorificado a través de ellos. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelvo a ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros".
La oración que Jesús dirige a su Padre en la última cena con sus discípulos tiene carácter de testamento y es también una instrucción para la comunidad. Ésta debe tener siempre presente que lo que el Señor espera de ella lo ha pedido en su oración al Padre y él se lo concederá.
Jesús ora por su propia glorificación, luego por sus discípulos que el Padre le ha dado y finalmente por aquellos que creerán en él por el testimonio y predicación de ellos.
La primera parte de la oración –con sus motivos particulares de la hora– Jesús da gracias por la obra que el Padre le ha confiado y ruega por los hermanos que la continuarán después de él.
A esta oración de Jesús en la última cena se la ha llamado desde tiempos muy antiguos oración sacerdotal por su carácter de acción de gracias y de mediación (Jesús aparece como el mediador). Contiene la cima de la revelación de Jesús a sus discípulos, y de la revelación de los propios discípulos, de lo son por su unión al Hijo y al Padre.
Padre. Jesús se dirige a su Abba, con la intimidad y amor que caracteriza su especialísima relación con Dios.
Ha venido la hora. “La hora” es uno de los temas propios del evangelio de Juan. Se refiere a la hora de la glorificación del Hijo por el Padre y viceversa. En Caná (c. 2) Dio inicio a sus signos, reveló por primera vez su gloria y creyeron en él sus discípulos. La glorificación que llegará a su culminación en la cruz, se inicia en la cena de Betania (c. 12). Y a pesar de la turbación que le causa, le hace decir: Ha llegado la hora y ¿Qué he de decir: Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esta hora he venido al mundo… (12,27). Es la hora de que el grano de trigo caiga en tierra para dar fruto. Es para Jesús la expresión máxima del amor de su Padre por él y por los hijos (cap. 13: Habiendo llegado su hora… los amó hasta el extremo).
“Gloria” en la Biblia no la fama a los ojos de los demás, eso es vanagloria. Gloria es lo que valemos a los ojos de Dios. “Porque tú eres precioso ante mis ojos, tu vales mucho para mí y yo te quiero” (Is 43). La gloria se revela en lo que uno hace. Jesús revela la gloria en la entrega de su vida.
Para que tengan vida eterna. El don del Hijo es la vida del Padre, que él nos comunica. Todos estamos destinados a vivirla. “Vida eterna” en el evangelio de Juan es sinónimo de “reino de Dios” y de salvación; implica renacer y vivir en fraternidad. Implica también el “conocer” a Dios como Padre y como el Hijo, que no es un conocimiento puramente racional sino una experiencia vital. “Conocerte a ti es justicia perfecta, y conocer tu poder es raíz de inmortalidad”, dice el sabio (Sab 15,3).
Les manifesté tu Nombre. El nombre, en mentalidad semita, es la persona misma. Dios es el Innombrable. Por respeto llegan los judíos a referirse a él como “El Nombre”. Pues bien, el Innombrable se vuelve, gracias Jesús, Abba.
Los que me diste sacándolos del mundo. Los discípulos son para Jesús un don recibido de su Padre. Antes pertenecían al mundo, ahora a Dios.
Las constantes en la oración sacerdotal de Jesús son los verbos: conocer, creer, amar, seguir, ser de Dios, ser consagrados, recibir gloria…
Yo he sido glorificado en ellos. Por la fe de ellos, por su conocimiento de lo que el Hijo les ha comunicado y por el amor que tienen a los hermanos.
Yo ya no estoy en el mundo. Jesús ha cumplido su obra en la tierra, ahora conviene que se vaya para que nos envíe el Consolador. Va a prepararnos un lugar para que, donde él esté, estemos también nosotros.
Ellos no son del mundo, pero están el mundo. Ellos
continuarán su misión en el mundo, realizarán sus obras, transmitirán su
palabra que salva. Ellos, por haber seguido a Jesús, han adquirido una nueva
forma de estar en el mundo: siendo para Jesús y para los hermanos,
comportándose como verdadero hijos. Ninguna forma de evasión del mundo puede
justificarse con las palabras de Jesús.
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