lunes, 30 de junio de 2025

Radicalidad del seguimiento (Mt 8, 18-22)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo con sus discípulos, acuarela de Henry Coller (1948), publicada en una edición ilustrada de la Biblia

En aquel tiempo, al ver Jesús que la multitud lo rodeaba, les ordenó a sus discípulos que cruzaran el lago hacia la orilla de enfrente.
En ese momento se le acercó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas".
Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza".
Otro discípulo le dijo: "Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre". Pero Jesús le respondió: "Tú Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos". 

Jesús ha realizado una serie de milagros que han llenado de admiración a la gente. Muchos han visto en ellos un poder superior que podía hacer de Jesús el libertador tan esperado de Israel, y se han ido tras él. Cada cual espera alcanzar algo de él. Le siguen, pues, por diversas motivaciones y aun entre los discípulos que ha llamado personalmente y le siguen formando con él un círculo de amigos, las expectativas son igualmente variadas. Jesús entonces ve necesario plantear las condiciones que debe cumplir quien se anime a seguirlo. Todas ellas tienen que ver con la adhesión personal que deben manifestar hacia él y la disposición para seguirlo de manera definitiva y radical, hasta sus últimas consecuencias. Quienes lo sigan tendrán que asumir su estilo de vida, estar siempre en camino, con él delante, prontos a partir, sin estar apegados a nada que los detenga ni les haga ambicionar riquezas o poder como consecuencia de la misión que él les va a confiar. 

Tres escenas presentan las exigencias de libertad y determinación. 

Primera escena. Aparece un escriba, experto en religión y moral, y dice a Jesús: Yo te seguiré adondequiera que vayas. Es él quien ha tomado la iniciativa, como si todo dependiese de su voluntad; pero seguir a Jesús no puede ser una simple pretensión humana. Él es quien llama y da la gracia. La respuesta de Jesús obliga al escriba a confrontar su deseo con la realidad. Los zorros tienen madrigueras…, el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Le hace ver que la regla de juego pide un desasimiento de aquello que da seguridad, sobre todo los bienes de este mundo. El que sigue a Jesús tendrá que poner su seguridad sólo en Dios. 

Segunda escena. Un miembro del grupo de Jesús, un discípulo suyo, dice: Déjame primero que vaya a enterrar a mi padre. Parece no caer en la cuenta de que Dios ha de ser lo primero y que su voluntad ha de prevalecer sobre cualquier otra cosa. El sepultar al padre es indudablemente un deber de piedad filial (Dt 20,12; Lev 19,3), pero que no es “lo primero”. Todo afecto, aun el más sublime, debe orientarse a Dios y no ser obstáculo a su voluntad. Jesús exige libertad frente a afectos y deberes de relación. Las relaciones familiares no son el absoluto. Dios ha de estar por encima de todo. Abraham no opuso el amor a su único hijo Isaac, sino que se mostró disponible a entregarlo, y por esta voluntad suya, Dios lo hizo padre de los creyentes. Todo amor verdadero procede del amor de Dios, tiene en él su fuente,  y a él tiene que llevar. Se ve en el plano humano: si un hijo no logra autonomía frente a sus padres no se hace adulto, no será capaz de emprender nada por sí mismo. Así también en el plano de la fe si no ordenamos todo afecto hacia Dios, que es para nosotros el horizonte de nuestra libertad, los afectos se desordenan y nos hacen menos libres. Dios es el único absoluto; frente a él, hasta el deber de enterrar al padre cede su prioridad. Dios es lo más importante; si no, no es Dios. Aquello que para ti es lo más importante, eso es tu Dios. 

La tercera escena la describe el evangelio de San Lucas. Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero déjame primero ir a despedirme de mi familia. Y Jesús contestó: El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es digno de mí (Lc 9, 61-62). San Pablo dirá: Olvido lo que dejé atrás y me lanzo hacia la meta… (Fil 3, 13). Se trata de dejar atrás, posponer, tres seguridades: materiales, afectivas y personales. Pero en el fondo se trata de la disponibilidad frente a uno mismo, para poner la confianza en Dios. Mirar atrás es mirarse a sí mismo, buscar seguridades en sí mismo, en lo que soy, en lo que he conquistado o en lo que represento. De todo nos puede liberar el Señor para hacernos ver que la garantía única está en lo que él –y sólo él– es capaz de hacer de mí.

domingo, 29 de junio de 2025

Fiesta de San Pedro y San Pablo - ¿Quién dicen que soy yo? (Mt 16, 13-23)

 P. Carlos Cardó SJ 

San Pedro y San Pablo, óleo sobre lienzo de Jusepe Ribera, El Españoleto (1618 – 1620), Museo de Bellas Artes de Estrasburgo, Francia

En aquel tiempo cuando llego Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".
Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?".
Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". 

El cristianismo es ante todo una relación personal con el Señor Jesús, a quien amamos –como dice san Pedro en su 1ª carta– sin haberle visto, en quien creemos aunque de momento no podamos verlo, y ello nos hace rebosar de una alegría inefable y gloriosa. Para comprobar si sus discípulos tienen este afecto hacia él, Jesús les pregunta: ¿Quién dicen que soy yo? 

Pedro confiesa: Tú eres el Mesías-Cristo el Hijo de Dios vivo. Y Jesús señala que esta confesión de fe no ha podido nacer de la aguda inteligencia y reflexión de su discípulo, sencillo pescador de Galilea, sino que ha brotado en él como fruto de una gracia especial. Por eso le dice: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. 

Esta misión de Pedro la expone el evangelio de Mt con tres imágenes: la roca, las llaves y el atar y desatar. Pedro, o Cefas, que significa roca, será el fundamento del edificio que es la Iglesia. Jesús será quien levante el edificio que congregará a todos sus fieles. Pedro será el cimiento porque Dios le ha concedido la verdadera confesión. A esta Iglesia, que mantiene viva la presencia del Señor resucitado, de su palabra y de sus obras, Jesús le promete: los poderes de la muerte no podrán prevalecer contra ella. 

La otra imagen son las llaves. Te daré las llaves del reino de los cielos. Este gesto no significa –como sugieren algunas representaciones gráficas de San Pedro– que sea el portero del cielo, ni tampoco que sea dueño de la Iglesia Jesús dice “mi Iglesia”. La entrega de las llaves significa que Pedro recibe la misión de ser como el administrador que representa al dueño de la casa y obra en su lugar, por delegación. Pedro podrá abrir y cerrar el nuevo templo de la Iglesia, actuar en nombre de Cristo y representarlo. Cuanto Jesús promete aquí a Pedro, más tarde lo extenderá a toda la Iglesia (Mt 18,18). 

La tercera imagen es la de atar y desatar: lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.  Corresponde al servicio de interpretar y definir lo que es conforme a la fe revelada y lo que la recorta, desvía o contradice. A Pedro se le confía el ejercicio de la autoridad de declarar lo que está prohibido y lo que está permitido, de acoger en la comunidad o de excluir de ella. Jesús nos mostró lo que conduce al reino de Dios y lo que aleja de él. Pedro tendrá que continuar esta labor. Jesús no abandona a su Iglesia, le da un guía con una gran autoridad, que actuará bajo la inspiración y asistencia continua de su Espíritu. 

El prefacio de la misa de hoy resume la obra que Dios realizó por medio de los apóstoles Pedro y Pablo: Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo, el maestro insigne que la interpretó; Pedro fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, Pablo fue maestro y doctor en la vocación de los gentiles. Así, por caminos diversos, congregaron la única familia de Cristo y una misma corona asoció a los dos a quienes venera el mundo. 

Hoy, pues, es un día propicio para renovar el sentido de Iglesia que –como enseña san Ignacio en sus Reglas para sentir con la Iglesia– se fundamenta en la certeza de que “entre Cristo nuestro señor esposo y la Iglesia su Esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige” (Ejercicios Espirituales, 365). 

Ese sentido eclesial nos hace ver a la Iglesia, más allá de sus aspectos humanos siempre perfectibles, como una realidad sostenida por Cristo con un apoyo incondicional, continuado y fiel. Gracias a esta asistencia del Señor, la santidad de innumerables miembros suyos, la unidad e integridad del mensaje que transmite libre de error, y el vínculo irrompible que la mantiene unida a los primeros testigos de la revelación de Dios en Jesucristo, todas estas notas y características de la Iglesia prevalecen sobre la fragilidad, contradicciones y pecado de sus miembros. Si ha resistido durante tantos siglos no es por su fortaleza propia ni por los poderes alcanzados sino por el apoyo del amor de Jesús, por su increíble obra de sostenimiento y socorro permanente.

sábado, 28 de junio de 2025

El Niño en el templo (Lc 2, 41-51)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús niño discute con los maestros del templo, óleo sobre lienzo de William Holmant Hunt (1848), Museo de Birmingham, Reino Unido

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda.
Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas.
Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos».
Él les contestó: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?». Pero ellos no comprendieron esta respuesta.
Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Posteriormente siguió obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 

Este pasaje rompe el silencio de la vida oculta de Jesús en Nazaret y relata un acontecimiento relevante en el desvelamiento progresivo de la identidad de Jesús. Nos dice el evangelio de Lucas que los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua y que llevaron también al Niño cuando cumplió doce. Terminada la fiesta, se quedó en Jerusalén sin saberlo sus padres. Al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Lo buscaron tres días. Sólo podían imaginar que estaría con los parientes y conocidos. Angustia, impotencia de quien no encuentra al ser querido, a la persona que uno no puede dejar de buscar. Evoca esta angustia a la que sentirán las mujeres en el sepulcro al no hallar entre los muertos al que está vivo. 

Después de tres días. Lo hallaron en el templo. Es decir, en el lugar donde la gloria de Dios se manifestaba. Está allí, en lo suyo, sentado y enseñando con autoridad la Palabra de Dios a los maestros de la Palabra. Como su padre y su madre que lo buscan tres días en vano, los apóstoles y las santas mujeres tendrán que esperar al tercer día para comprobar que la Palabra de Dios se ha cumplido en el Crucificado. Y a nosotros también, que lo buscamos sin saber cómo, el texto nos da la respuesta. 

La pregunta de Jesús a sus padres: ¿Por qué me buscaban? No sabían que…, más que un reproche, hay que entenderla como una invitación que les hace a procurar comprender, con la confianza propia de la fe, no con angustia, los planes que Dios tiene. Y Jesús les recuerda que Dios es su Padre. Es la primera vez que designa a Dios como su Padre. “Abbá” es en el evangelio de Lucas la primera y última palabra de Jesús. La más reveladora de su propia identidad y de la nuestra, pues es el Hijo amado del Padre, en quien y por quien somos también nosotros hijos e hijas de Dios. 

Este Hijo debe estar en las cosas de su Padre, ocuparse de ellas pues para esto ha venido al mundo: para escuchar y cumplir lo que el Padre le diga. Y ese será su alimento, hacer su voluntad. 

María y José no comprendieron lo que les decía, lo comprenderán más tarde. Y para ello, María, la creyente, la que oye y acoge la Palabra, conservará todas estas cosas meditándolas en su corazón. Después de haber llevado al Hijo en su seno, lo lleva ahora en su corazón. Ella nos enseña a meditar las palabras de su Hijo, todas, las que nos consuelan y alegran y las que nos exigen y nos cuesta comprender. Como ella, tampoco nosotros comprendemos de inmediato el misterio de los tres días de Jesús con el Padre. Como ella, conservamos en el corazón las palabras, las aprendemos de memoria, aunque su comprensión exacta todavía se nos escape. El recuerdo constante de la Palabra ilumina el corazón y nos hace alcanzar la madurez del hombre perfecto, la estatura plena de Cristo (Ef 4,13).

viernes, 27 de junio de 2025

Fiesta del Corazón de Jesús - El buen pastor y la oveja perdida (Lc 15, 3-7)

 P. Carlos Cardó SJ 

Sagrado corazón de Jesús, óleo sobre lienzo de Pompeyo Batoni (1760), Iglesia del Gesù (Iglesia de Jesús), Roma

Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido". Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse». 

Las parábolas de la misericordia, o parábolas de “lo perdido”, del cap 15 de Lc, son una invitación a la alegría por recuperar lo perdido. Subrayan el hecho de que Dios nos ha amado en Cristo de modo incondicional e irreversible, no porque seamos buenos, sino porque él mismo es bueno y fuente de bondad y misericordia. 

A través del símbolo del Buen Pastor nos acercamos a lo que es más nuclear en la persona de Jesús: Jesús supo amar de verdad, su amor no fue una cuestión coyuntural, simplemente, sino el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del mundo. 

La parábola del Pastor que sale a buscar a la oveja perdida nos llama a hacer nuestros los sentimientos de su corazón y a obrar con su mismo amor. Es la llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y misericordioso Vista en dimensión eclesial, la parábola del Pastor, recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica. Invitación a hacer sitio a los que vienen de fuera, a alegrarse de su venida. 

La liturgia pone este texto del evangelio de hoy, Fiesta del Corazón de Jesús. Nos invita así a apreciar y hacer nuestros los sentimientos del corazón de Jesús, Buen Pastor. A través del símbolo del Corazón nos acercamos a su persona desde aquello que es lo más nuclear de su persona: Jesús fue aquel que supo amar de verdad, aquel cuyo corazón fue un corazón misericordioso. Su amor no fue simplemente una cuestión coyuntural, fue el mismo amor con el que Dios-Padre ama siempre y sin interrupción a todos los hombres y mujeres del mundo porque son sus hijos. 

El culto al Corazón del Señor nos lleva a hacer del amor mismo de Jesús, que es el amor con que el Padre le amó, y que vive en nosotros por el Espíritu, el medio en que nos movemos y actuamos. Es lo que en el evangelio de Juan se expresa como permanecer (o habitar) en su amor. Esto se expresa concretamente en el empeño por hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y misericordioso. Visto en dimensión eclesial, el culto al Corazón de Cristo, recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica. 

Pedirle al Señor en la oración llegar a tener un corazón semejante al suyo significa ser hombres y mujeres que procuran encarnar realmente su amor en la búsqueda continua de quien se encuentra solo o perdido, porque eso era lo que distinguía al corazón del Buen Pastor. Contemplar al Corazón del Señor y rendirle un culto especial no es una simple devoción que se expresa en unos determinados sentimientos, sino una decisión consciente, una “elección” de una forma de vivir que hace del amor concreto, hecho de servicio y entrega, la motivación que anima todas nuestras opciones y nuestros esfuerzos por ser fieles al evangelio. Es la opción por el amor que lucha por transformar la sociedad con esa justicia que exige el mandamiento del amor.

jueves, 26 de junio de 2025

La casa sobre roca y la casa sobre arena (Mt 7,21-29)

 P. Carlos Cardó SJ 

La casa construida sobre roca, ilustración de Eugène Burnand, publicado por primera vez en 1908 en “Les Paraboles de las editoriales francesas Berger-Levrault

Jesús dijo: "No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor! Hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí, ustedes que hacen el mal!
Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca. Pero dirán del que oye estas palabras mías, y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre".
Cuando Jesús terminó este discurso, la gente estaba admirada de cómo enseñaba, porque lo hacía con autoridad y no como sus maestros de la Ley. 

Estas palabras de Jesús se dirigen a personas creyentes que escuchan la doctrina del evangelio, pero no la llevan a la práctica. Son personas que pueden hacer cosas buenas, pero no cumplen lo que Dios quiere de ellas.

El evangelista Mateo tiene ante sí una comunidad cristiana entusiasta, rica en cualidades naturales y sobrenaturales. Celebran el culto, oran, incluso realizan profecías, milagros y exorcismos, pero descuidan lo cotidiano: el hacer la voluntad del Padre, amando y sirviendo a los demás en las cosas de cada día. Si no tienen amor, de nada les sirven sus prácticas religiosas y los dones extraordinarios que poseen (cf. 1 Cor 13, 1-3). 

No basta con orar ostensiblemente, ni es bueno invocar a Dios con aparente sinceridad. La oración nos debe llevar a conocer lo que el Padre quiere de nosotros, y disponernos a ponerlo en práctica. Ahora bien, la voluntad de Dios se expresa claramente en el mandamiento del amor. Por eso, es precisamente en la práctica del servicio a los demás por amor donde se demuestra la autenticidad de la oración. No basta decir “Señor, Señor”. La verdadera oración pasa por el corazón y se verifica en el amor a los demás, en especial a los más necesitados. En su oración, Jesús se encuentra con su Padre, escucha su voluntad y decide practicarla, aunque le cueste sangre el hacerlo (Mt 26,39 par; Jn 12,27). Por eso, en el día del juicio sólo recibirá el beneplácito divino quien ha cumplido la voluntad del Padre de los cielos. 

Para reforzar esta enseñanza, Jesús propone la parábola de dos hombres que construyen su casa de diferente manera. El primero, considerado “prudente”, edifica firmemente sobre roca, de modo que cuando vienen las tormentas, las crecidas de los ríos y los fuertes vientos, la casa resiste por sus buenos cimientos. El segundo en cambio, es un “necio” que construye en terreno arenoso, sin las debidas precauciones, y el resultado es lamentable porque la casa no soporta el embate de los fenómenos atmosféricos y se viene abajo. Los valores y enseñanzas de Jesús son el fundamento firme para una vida bien construida; no tenerlos en cuenta es echarla a perder, “desgracia grande”. 

En la predicación y, sobre todo, en el ejemplo de vida de Jesús se delinea una ética bien concreta, un modo recto de proceder, que vale tanto para los cristianos como para toda persona que aspire a forjarse una vida verdaderamente valiosa para sí y para los demás (Mt 28,19s).  Jesús hace ver que para ello es importante interiorizar los valores, asumirlos con el corazón, de lo contrario la persona no podrá actuar con convicción cuando esté sometida a la presión de los propios impulsos, o se vea envuelta por la multitud de “voces” que desde el exterior impactan en su conciencia y pugnan por dirigir su conducta. Jesús no busca únicamente que la persona sepa cuál debe ser la recta ordenación moral de sus actos, sino que aprecie la validez de sus enseñanzas, ponga en ellas el afecto de su corazón (es decir, procure que movilicen su afectividad y sus sentimientos) de modo que la muevan desde su interior, y no como imposiciones externas. Esta persona sabrá discernir en cada circunstancia cuál ha de ser su modo de proceder y sabrá mantener un estilo de vida coherente y ejemplar. 

Hoy ya no se cree –sobre todo entre los jóvenes– en doctrinas y discursos, y se ha perdido confianza en las instituciones. Lo que convence es la coherencia y autenticidad de las personas, más que las declaraciones de principios. Y eso fue lo que Jesús demostró. No enseñó nada que primero él no lo cumpliera. Nadie halló engaño en su boca (1 Pe 2,22), buscó servir y no ser servido (Mt 20,28), y su integridad de vida fue tan patente, que hasta sus adversarios reconocieron ante él: Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas con verdad el camino de Dios y no te dejas influenciar por nadie, pues no te fijas en las apariencias de las personas (Mt 22,16). Con razón pudo decir a sus discípulos, después de lavarles los pies –gesto que sintetiza lo más característico de su persona–: Ejemplo les he dado para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13,15). 

La parábola de las dos casas interpela al lector, le induce a confrontarse con una y otra para tomar conciencia de la vida que se está construyendo.

miércoles, 25 de junio de 2025

El árbol bueno da frutos buenos (Mt 7: 6, 12-14)

 P. Carlos Cardó SJ 

Árbol de manzano II, óleo sobre lienzo de Gustav Klimt (1916), Galería Belvedere, Viena, Austria

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas. Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación!  y qué pocos son los que lo encuentran." 

Las primeras comunidades cristianas vivieron una experiencia perturbadora que, sin duda, Mateo tiene en cuenta en su evangelio: la presencia de falsos profetas o maestros que aparecen como pacíficos e indefensos, pero destruyen desde dentro la comunidad. San Pedro habla de falsos maestros, que introducen encubiertamente errores perniciosos (2Pe 2,1-2). San Pablo alerta a los cristianos de Roma para que se fijen en los que causan divisiones y tropiezos en contra del mensaje cristiano y para que se aparten de ellos (Rom 16,17). Entre estos falsos profetas y maestros, los que mayor preocupación le causaron al Apóstol fueron los judaizantes que actuaban para ser vistos como fieles a ley de Dios (Gal 6, 12-17), pero en realidad eran una levadura malsana (Gal 5,7-12) que le quitaba a la cruz de Cristo su valor redentor. Junto a ellos ponía también Pablo a aquellos que, con su vida licenciosa, no pensaban más que en las cosas de la tierra y propagaban malas costumbres (Fil 3, 18-9). Todos ellos son los “asalariados” de la parábola del Buen Pastor en el evangelio de Juan (Jn 10,12) y los “lobos rapaces” a los que alude Pablo en su despedida de Mileto: Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán el rebaño; y también entre ustedes mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos detrás de sí (Hech 20,29). 

Esta experiencia, que subyace al texto que comentamos, no es cosa del pasado. Apunta a todos aquellos que seducen al pueblo con apariencias de bien y de verdad, pero persiguiendo fines interesados. No sólo predican falsas doctrinas, sino que se atribuyen la función de maestros inspirados por Dios o sabios conocedores de las cosas espirituales, pero que no lo son en realidad. Su disfraz en piel de oveja significa que se presentan como inofensivos miembros del “rebaño” y hacen daño a los desprevenidos. 

Mateo da a la comunidad una norma para poder reconocer a estos falsos profetas y maestros: saber discernir lo bueno y lo malo en lo que proponen. Es la primera regla del discernimiento espiritual: al árbol se le conoce por sus frutos. Todo árbol bueno da frutos buenos; el árbol malo da frutos malos. Sus palabras y su modo de comportarse pueden parecer acertados y correctos, son su disfraz. Pero su verdadero ser, en contradicción con la voluntad de Dios, no puede quedar oculto a pesar de todas sus apariencias externas. Descubrir a dónde pretenden llevar a la comunidad es la finalidad del discernimiento. Hermanos queridos, no crean a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Hagan más bien un discernimiento para ver si pertenece a Dios  (1Jn 4,1). 

A todo esto, San Ignacio de Loyola en sus famosas reglas para el discernimiento espiritual añade algo muy certero, que vale no sólo para distinguir los buenos de los malos maestros, sino también las buenas y malas inspiraciones, deseos o tendencias que pueden surgir en nosotros “bajo apariencia” de bien y pueden engañarnos, llevándonos a tomar malas decisiones. Nos dice que debemos analizar el desarrollo que tienen tales deseos o pensamientos que nos vienen porque si en su origen, en el medio o en el fin al que nos llevan todo es bueno o inclinado al bien, eso es señal de que proceden del buen espíritu; pero si al comienzo, al medio o al fin encuentro algo malo, o menos bueno de lo que me había propuesto hacer, o debilita mi vida espiritual, me inquieta y perturba, quitándome la paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, eso es clara señal de que procede de mal espíritu, con el cual no voy a poder tomar buenas decisiones (Ejercicios Espirituales, 333).

martes, 24 de junio de 2025

Nacimiento de Juan Bautista (Lc 1, 57-66)

 P. Carlos Cardó SJ 

Nacimiento de Juan Bautista, óleo sobre lienzo de Carle Van Loo (1735 – 1740), colección privada, París, Francia

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo: "No! Se va a llamar Juan."
Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así."
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre."
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel. 

Juan Bautista fue el hombre que recibió de Jesús el mayor de los elogios: Yo les digo que, entre los hijos de mujer, no hay nadie mayor que Juan. 

La narración de su nacimiento la hace San Lucas con pocas palabras, porque prefiere resaltar más la imposición de su nombre. Pero en esas pocas palabras, se expresa algo muy importante en la Biblia: la concepción y nacimiento de los personajes que van a tener una misión especial en la historia de Israel es un acontecimiento en el que Dios interviene. Esto se destaca de modo especial cuando la mujer que concibe es una estéril como Sara, esposa de Abraham y madre de Isaac (cf. Gen 16, 1; 17, 1), o como la esposa de Manoa, que concibió y dio a luz a Sansón (Cf. Jue 13, 2-5). Por esto, en el caso de Isabel, esposa estéril de Zacarías, los vecinos ven en su parto una acción de la misericordia y se alegran con ella. 

Aparte de esto, es indudable que la antropología contenida en la Biblia considera la venida al mundo de toda persona no como un acontecimiento o fenómeno fortuito o puramente biológico. Cada nacimiento es un hecho querido por Dios, y responde siempre a un designio suyo de amor. “Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre. Te doy gracias porque eres sublime y tus obras son prodigiosas” (Sal 139, 13-14).

El nombre Juan. En las culturas antiguas el nombre que se daba a las personas era siempre significativo. «Nomen est omen», (el nombre es presagio, pronóstico), decían los latinos; y para los hebreos el nombre señalaba algún atributo de Dios que en la vida del recién nacido se iba a manifestar, o el significado de la misión que le tocaba desempeñar al niño. «Su nombre es Juan» (Lc 1,63) dice Isabel y Zacarías lo confirma ante de los parientes maravillados, escribiéndolo en una tablilla. El mismo Dios, por su ángel, había dado este nombre que significa «Dios es favorable». En la vida de Juan Dios se mostrará favorable a su pueblo y a toda la humanidad. Pero no sólo en su vida: Dios siempre está en favor de todos sus hijos e hijas, en favor de toda vida humana aun antes de nacer. Mi propia vida, desde su concepción, demuestra que soy llamado por él a la existencia. El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre (Is 49,1). 

Juan nace con una misión que cumplirá cabalmente: vivirá dedicado a preparar la venida de Jesús Mesías. Como él, todos tenemos una misión que cumplir: la que nuestro Creador y Padre nos asigna aun antes de nacer. Ella confiere orientación y sentido a mi existencia. Percibida en mi interior como una llamada o atracción que aúna y orienta todos mis deseos, puedo libremente optar por ella como mi propio camino y elegir las actitudes que más me conduzcan a su cumplimiento, seguro de que en ello me juego mi realización personal y mi felicidad.

lunes, 23 de junio de 2025

No juzguen (Mt 7, 1-5)

 P. Carlos Cardó SJ

Interior de la iglesia de Santa Katherine con la parábola de la mota y la viga, grabado de Daniel Hopfer (1530 aprox.), Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No juzguen y no serán juzgados; porque así como juzguen los juzgarán y con la medida que midan los medirán. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¿Con qué cara le dices a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', cuando tú llevas una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga que tienes en el ojo, y luego podrás ver bien para sacarle a tu hermano la paja que lleva en el suyo". 

En la base del consejo de Jesús de no juzgar al prójimo está el presupuesto de que no hay nadie sin defecto y todos, sin embargo, son mirados con misericordia por Dios. Así mira el Padre del cielo a sus hijos e hijas y por ello envió a su Hijo al mundo no para condenar sino para salvar. Por eso, porque Dios perdona siempre, porque es fiel hasta el fin a su ser padre, hay que aprender a perdonar. La condena del prójimo no debe salir nunca de la boca del cristiano porque Jesús nunca profirió amenazas ni condenó a nadie. 

En efecto, juzgar a los demás es una contradicción. Traiciona el evangelio quien conoce sus valores pero, en vez de aplicárselos, los manipula para criticar, juzgar y condenar a otros. La moral, entonces, en vez de orientar la conducta causa daño, porque no se tienen en cuenta sus principios para regirse a sí mismo, sino para atacar al prójimo, vengarse, expresar celos y envidias, desahogar rencores y resentimientos. 

¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojos y entonces podrás ver para sacar la paja del ojo de tu hermano! A la crítica y habladuría malsana, que enarbola la verdad y los valores morales para atacar a los demás hasta quitarles su honor, se debe imponer la autocrítica. Ella me hará descubrir mi falta de misericordia, librará mi ojo malo de la viga que lo ciega y me hará capaz de valorar al otro, acogerlo, dialogar y ayudarlo a sacar la paja que tiene en su ojo. Se trata de dejarle a Dios el puesto que le corresponde. No pretender sustituirlo, haciéndome juez de vivos y muertos. 

Hipócrita no significa en primer lugar falsedad o mentira; hace referencia al personaje del teatro griego que respondía al coro. En el leguaje del evangelio es la pretensión del fariseo que busca su propia gloria, ambiciona los primeros lugares, ser el centro, y desde allí juzga y desprecia a los que considera pecadores. Pues bien, ante Dios todos somos pecadores y publicanos. 

Corregir al que yerra es una obra de misericordia; debe, por tanto, practicarse como tal, misericordiosamente, haciéndole sentir al otro que es aceptado por mí, así como yo soy aceptado a pesar de mis defectos. Sólo entonces la corrección es fraterna y puede ser eficaz. De lo contrario, puede degenerar en conflicto y endurecer más al otro en su error o mala conducta. La corrección fraterna es la que comienza por curar el propio ojo con que se ve, para poder ayudar sincera y misericordiosamente al prójimo en su curación. Hay que erradicar primero de uno mismo aquello que se quiere que los demás no tengan.

domingo, 22 de junio de 2025

Fiesta del Corpus Christi - El sacramento del pan (Lc 9, 11-17)

 P. Carlos Cardó SJ 

Corpus Christi, grabado de autor anónimo del siglo XIII. El original se extravió, pero existen varias reproducciones

Cuando la gente lo supo, partieron tras él. Jesús los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los que necesitaban ser atendidos. El día comenzaba a declinar.
Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo».
Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer».
Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?».
De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta».
Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente.
Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos. 

En la fiesta del Corpus Christi, la liturgia propone el texto de la multiplicación de los panes del evangelio de Lucas. En él, el símbolo del pan que sacia el hambre de la multitud, revela lo que es Jesús y en qué consiste el plan de salvación que, como Mesías, ha venido a realizar. 

Lucas subraya el carácter eclesial del acontecimiento. La distribución del pan a la gente en el desierto sugiere la idea de la entrega que el Señor sigue haciendo de sí mismo en la Iglesia, su nuevo pueblo. Aparece de manera implícita el cumplimiento de lo que significaron el maná del desierto (Cf, Num 11,21) y el milagro que realizó Eliseo (2 Re 4, 42-44). Pero lo que más quiere resaltar el texto es lo que ocurrirá en el futuro, en el tiempo de Iglesia, en la que el mismo Jesucristo, compadecido de la multitud, seguirá dándole a comer el pan de su palabra y de su cuerpo en la eucaristía. 

La Iglesia, representada en los Doce, los discípulos y la gente, debe asumir el mandato de atender a los que pasan necesidad: Denles ustedes de comer. Asimismo, la comunidad cristiana, aunque sólo tenga cinco panes y dos peces, debe compartir sus bienes para que no haya hambre. De este modo, se realizará de manera perfecta lo que significa la reunión eucarística de la comunidad en la se hace presente el Señor al compartir todos el mismo pan y beber la misma copa. 

En la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, agradecemos el regalo que Jesús nos dejó antes de su pasión: la Eucaristía, memorial de su entrega por nosotros, sacramento de nuestra comunión con él, y de su presencia real entre nosotros. Fue un regalo y un mandato a la vez: Hagan esto en memoria mía. Al cumplirlo, celebramos el memorial de su vida entregada, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección. Con unos actos sencillos -ofrecer un pedazo de paz y una copa de vino-, y con las simples palabras -Esto es mi cuerpo..., mi sangre-, actualizamos todo lo que Jesús es y todo lo que nos da. Allí se condensa todo lo que creemos, esperamos y amamos; por eso la Eucaristía es norma de vida del cristiano y de la comunidad. 

Ciertamente, lo que Jesús en su Ultima Cena instituyó y nos mandó hacer no fue un simple rito, una ceremonia, una representación. Por eso, no tiene sentido celebrar la Eucaristía como una mera costumbre piadosa, hay que celebrarla procurando hacer que nuestra vida sea una memoria viva de su presencia en nosotros. Comulgar, alimentarnos con el Pan de Eucaristía es permitir que nuestras personas sean movilizadas por el dinamismo de amor y servicio que vence al egoísmo y a la injusticia del mundo. No tener en cuenta esta verdad: que comulgar con Cristo lleva indisociablemente a comulgar con los hermanos, es “comer y beber sin discernir el Cuerpo” y, por tanto, es “comer y beber su propio castigo”. Cuando no se capta esta amplitud de la presencia del Señor en la Eucaristía y en los hermanos, entonces sucede lo que sucedió en Corinto: una comunidad dividida, a la que Pablo echó en cara “no apreciar el Cuerpo del Señor” y, por eso, celebrar algo que “ya no es la Cena del Señor” (1 Cor 11,20). 

No podemos dividir lo que Jesús ha unido: el “sacramento del altar” y el “sacramento del hermano”. “El descubrimiento de Jesús en los que sufren es parte tan real de este culto como son las especies de pan y de vino” (Joseph Ratzinger: Introducción al Cristianismo). Se da aquí el criterio para comprobar la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas y el valor y sentido de nuestra adoración del Santísimo Sacramento del altar.

sábado, 21 de junio de 2025

No se preocupen por el mañana (Mt 6, 24-34)

 P. Carlos Cardó SJ 

Lirios, óleo sobre lienzo de Vincent Van Gogh (1889), Museo Paul Getty, Los Ángeles, Estados Unidos

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos?
Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas". 

No se puede servir a Dios y al dinero, dice Jesús. Cuando se ambiciona el dinero o los bienes materiales como lo más importante en la vida, los valores superiores ya no interesan y se supeditan a la obtención de la mayor riqueza. Si servimos a Dios nos hacemos libres y ganamos la vida eterna, que se anticipa en el sentimiento de paz, alegría y satisfacción profunda que el Espíritu de Dios comunica. En cambio cuando se sirve al dinero, Dios pasa a un segundo plano, el rico cree que ya no lo necesita, porque pretende resolverlo todo con dinero, pero queda encerrado en su propio egoísmo, sin amor y generosidad, inquieto por aumentar su ganancia, frustrado por lo que el dinero no puede darle, insensible ante la necesidad o el dolor de los demás, capaz de manipular y doblegar, de sospechar de los demás y tratarlos con espíritu de competencia, sin mansedumbre ni dominio de sí. 

No se inquieten, no anden preocupados, dice Jesús. Cualquiera que sea la necesidad por la que estén pasando, han de procurar poner su vida en las manos de Dios y liberarse de la angustia que absorbe energías y quita vida en vez de darla. Detrás del ansia angustiosa por resolver las necesidades cotidianas está el miedo a la falta de lo necesario, reflejo del miedo a la muerte. La confianza en Dios libera de este miedo. Dios es el único que nos garantiza la vida, él nos la da y la alimenta. Andar ansiosos significa ignorar la presencia providente de Dios que sabe lo que necesitamos. 

Pero Jesús no hace el elogio de la pasividad, ni de la pereza y holgazanería. San Pablo dice: El que no quiera trabajar, que no coma (2 Tes 3,10). Jesús no contrapone a la responsabilidad en el trabajo una vida inactiva y pasiva. Él dice: No hagan del trabajo un ídolo que les quite el respiro. Hay que trabajar con dedicación, pero sin ansiedad. “El trabajo hay que hacerlo, las preocupaciones hay que quitarlas” (San Jerónimo). Es lo mismo que dice una máxima atribuida a San Ignacio de Loyola, que une responsabilidad personal con confianza en Dios: “Obra como si todo dependiese de ti y no de Dios, pero confía como si todo dependiese de Dios y no de ti”. 

Por consiguiente, en la base de nuestro empeño responsable en el trabajo, que muchas veces puede resultar duro y fatigoso, ha de mantenerse la actitud interior de libertad y confianza. Actitud de libertad para no dejarnos esclavizar ni mecanizar por el trabajo, para no incurrir en la adicción al trabajo que disfraza muchas veces una evasión de problemas no enfrentados, o una búsqueda de satisfacción de carencias inconscientes que han de ser resueltas de otra manera, o asumidas con realismo y serenidad. Y actitud de confianza también: porque quien se hace esclavo del trabajo sólo confía en sí mismo, piensa que todo depende de él y se vuelve desconfiado, hombre de poca fe. 

No se preocupen del mañana, que el mañana traerá su propia preocupación. Bástale a cada día su propia inquietud, dice Jesús. Y el poeta Paul Claudel añadía: “El mañana traerá consigo su propia labor y su propia gracia”. 

En la perspectiva del Reino la finalidad no es el tener sino el ser, no el acumular sino el compartir, no el dominar sino el concertar. Así mismo, el trabajo no es un fin en sí mismo, ni se ha de apreciar únicamente por su función económica o su fuerza productiva, sino por su sentido y orientación en favor de la vida humana. Por el trabajo, el hombre se trasciende a sí mismo, cultiva el mundo, lo humaniza, hace cultura, y se hace él mismo co-creador, continuador de la obra de Dios. 

Pero en la sociedad actual “eficacia, productividad y rentabilidad” son las palabras claves del éxito. Vale aquello que produce dinero. Obviamente sería absurdo desconocer la necesidad y deber social de producir bienes para poder asegurar a todos los seres humanos una vida digna, razón y meta de una economía verdaderamente humana. Pero aún desde el punto de vista moderno de la economía, hoy el descanso es una exigencia ineludible para el funcionamiento eficiente de una empresa bien administrada. A esto debemos añadir, desde el punto de vista espiritual, que en una sociedad que nos enferma de estrés y deshumaniza con la sobre exigencia y la competitividad, es imprescindible redescubrir el valor de lo gratuito, la ascesis del tiempo “perdido”, en el que no se produce directamente un beneficio económico, pero uno disfruta y cultiva lo que más vale en la vida: la propia interioridad, el trato con los seres queridos y con Dios.

viernes, 20 de junio de 2025

No amontonen tesoros (Mt 6, 19-23)

 P. Carlos Cardó SJ 

El avaro y la muerte, óleo sobre tabla de Frans Francken el Joven (1625), Museo da Cidade “Quiñones de León”, Vigo, España

Jesús dijo: "No junten tesoros y reservas aquí en la tierra, donde la polilla y el óxido hacen estragos, y donde los ladrones rompen el muro y roban. Junten tesoros y reservas en el Cielo, donde no hay polilla ni óxido para hacer estragos, y donde no hay ladrones para romper el muro y robar. Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Y si tu fuente de luz se ha oscurecido, ¡cuánto más tenebrosas serán tus tinieblas!". 

No amontonen tesoros en esta tierra… Amontonar se opone a compartir. Amontonar en la tierra es caduco. Amontonen tesoros en el cielo significa actúen con los valores que no perecen, mirando siempre a Dios. No significa despreciar los bienes como si fueran malos ni descuidar el dinero. Significa usar los bienes materiales con la libertad de poder dejarlos cuando convenga. Es no depender del dinero ni poner toda la seguridad en él. Los bienes son medios, no absolutos. Pero hay una tendencia idolátrica en el hombre, que le lleva a sobrevalorar tanto las cosas, que acaba sometiéndose a ellas como a ídolos. Jesús inculca la buena disposición para compartir. Sin ella, los bienes dividen a los hermanos y se ofende al plan del Creador. 

Con el dinero, medio necesario para sostener la vida, podemos hacer el bien o hacer el mal. El dinero es malo cuando se adquiere injusta o inicuamente, cuando se emplea para fines malos o se acumula para el disfrute egoísta, sin tener en cuenta la suerte de aquellos que podrían beneficiarse también con él. La acumulación egoísta, abusiva e improductiva es contraria a la voluntad de Dios. Hay que administrar el dinero conforme a la voluntad de Dios. Así, mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien administra bien sus bienes para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que den trabajo a la gente y para resolver las necesidades de los pobres, esa persona es justa, se gana multitud de amigos y se le recordará por el bien que ha hecho. 

Tesoro en el cielo. Los judíos evitaban nombrar a Dios; preferían decir “cielo” para referirse a él; “amontonar tesoros en el cielo” quiere decir: procurar que Dios sea tu tesoro. El verdadero tesoro no es lo que tienes, sino lo que das y compartes. Quien da al pobre le hace un préstamo a Dios (Prov 19, 17). Los bienes y, más concretamente, el dinero, son medios que han de ser utilizados para fines buenos. Y la Iglesia, basada en la Escritura, siempre ha afirmado y defendido la finalidad social de los bienes creados. 

La persona justa y sabia se preocupa por adquirir los tesoros del cielo. Consciente de que aquello que se valora como el tesoro cautiva al corazón y se convierte en la motivación más profunda y dominante, se preocupará por poner a Dios por encima de todo y por guiarse en todos sus actos por la obediencia a la voluntad del Padre del cielo. 

Lámpara de tu cuerpo es el ojo. Del interior de la persona, de su corazón, salen las buenas intenciones, afectos y motivaciones que orientan la conducta. Si el ojo es puro, la persona mira, aprecia y busca lo bueno; sus juicios son justos. Si tu ojo está enfermo por la envidia, la doblez o la mala intención, tus decisiones serán malas o erróneas. El ojo sano refleja la luz de Dios, es iluminado por el Espíritu, cuyos efectos son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí (Gal 5, 22). Cuando las intenciones del corazón son malas, y la luz interior de la persona se apaga, se oscurece su modo de ver las cosas, de pensar, valorar y obrar. ¡Qué grande será su oscuridad!, dice Jesús. Las malas intenciones le llevan a decisiones y comportamientos erróneos, que no reflejan amor a los demás ni búsqueda del bien común.

jueves, 19 de junio de 2025

La verdadera oración (Mt 6, 7-15)

 P. Carlos Cardó SJ 

Mujer en oración, grafito en papel texturizado de Pierre-Édouard Frère (1862), museo Walters, Baltimore, Estados Unidos

Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan. Ustedes, pues, recen así:
“Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan que nos corresponde; y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno”.
Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes." 

Al orar no hablen mucho, dice Jesús a sus discípulos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan. Recomienda también orar en la habitación con la puerta cerrada para no ser vistos (Mt 6, 6). Pero no se trata de un encuentro con dos personas solitarias. El Señor siempre es Trinidad, comunidad de personas; y nosotros siempre somos también comunidad, Iglesia, mundo. Por eso, las tres primeras peticiones del Padrenuestro se refieren al Padre celestial aquí en la tierra, y las otras cuatro a la necesidad que tenemos de sus dones para vivir como hijos suyos y hermanos. 

Padre. Poder decir Abba a Dios es el gran don de Jesús. Al hacerlo, nos afirmarnos como hijos e hijas suyos, creados por amor, amados por sí mismos; más aún, amados con el amor que el Padre tiene por su Hijo. Quien, movido por el Espíritu de Jesús, se atreve a decir Abba a Dios, experimenta el amor que Dios le tiene: un amor misericordioso y propicio, que estará siempre con él; y esta experiencia afirmará su vida para siempre con una confianza básica que le hará capaz de decir en cualquier circunstancia: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? (Rom 8, 32ss). 

Santificado sea tu nombre. Significa darle a Dios en la vida el lugar central que se merece. Jesús santificó su Nombre. Padre, yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,26). Santificamos el nombre de Dios cuando nos rendimos a él sin miedo a nuestras limitaciones ni a la muerte. Santificamos su nombre cuando reconocemos como un don de su paternidad lo que somos y tenemos. Quien no reconoce la paternidad de Dios pretende hacerse padre de sí mismo, y busca sólo su propia gloria. De esta ignorancia, raíz del pecado, nace el orgullo y la ambición, que nos aleja de él, nos divide y destruye la creación. 

Venga tu reino. Es la gran promesa de Dios, término seguro de la historia humana. Es la soberanía de Dios que trae consigo el triunfo de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, el amor y la paz en toda la creación. El reino “ha llegado” en Jesús para cuantos se conviertan y crean en el evangelio; y “vendrá” finalmente en su plenitud para revelar la gloria de su amor salvador. Está entre nosotros oculto como la semilla sembrada que crece y se hace un árbol (Lc 13,18s). Y es, en definitiva, Jesucristo resucitado, que vuelve de la misma manera como se le vio marcharse (Hech 1, 11). Nos toca pedirlo, buscarlo, acogerlo (Lc 18,17). La invocación apresura su venida mucho más que cualquier otra obra humana. 

Hágase tu voluntad. Su voluntad es el amor fraterno, la construcción de la fraternidad. Ahí es donde se cumple toda justicia y se participa de su santidad. La voluntad de Dios no puede ser sino el bien para sus hijos. Jesús la cumple porque entrega su vida por los hermanos. En el cielo, la voluntad divina se cumple por el amor que existe entre el Padre y el Hijo; en la tierra, por el Espíritu que nos hace vivir como hermanos y hermanas, partícipes del amor de Dios. 

Danos hoy nuestro pan. El pan es vida. Así como la vida biológica sirve para la vida eterna, el pan material sirve para el espiritual, que es la Palabra y la Eucaristía. Ambos panes pedimos y no por separado, sino en continuidad uno y otro. Por el pan material no debemos inquietarnos, pues el Padre sabe lo que necesitamos (Lc 12, 22-31). Quien tiene el pan espiritual, trabaja, recibe y comparte. Pedir el pan no significa forzar la mano de Dios, obligarlo; es reconocerlo como el principio de la propia vida y no vivir con el miedo a la muerte. Y es el pan nuestro, no mi pan, porque lo que Dios da se comparte. Si no es pan nuestro, si no se comparte, genera división. Quien no comparte no ve en el prójimo a un hermano y, por tanto, no tiene derecho a llamar Padre a Dios. 

Perdónanos nuestros pecados. El pan de la vida es el amor que Dios da (por gracia) a todos, incluso al que ha pecado. Per-donar es la acción intensa y completa del donar. Es regalar o ceder voluntaria y gratuitamente. Jurídicamente los latinos llamaban perdón a la acción del acreedor de ceder definitivamente al deudor aquello que le debía. Es lo que hace Dios con nosotros y, al hacerlo, nos hace capaces de perdonarnos. Porque somos perdonados, también perdonamos. El cristiano no es justo sino justificado; no es perfecto sino misericordioso; no es santo sino favorecido con la gracia del único Santo que es Dios; no es fuerte contra el mal sino compasivo con el que ha caído. Por eso no condena, sino perdona. 

No nos dejes caer en tentación. No pedimos que nos libre de la prueba –componente de la vida temporal–, sino que nos proteja para no sucumbir. La tentación viene de mis debilidades y del miedo a la necesidad que se alía con el egoísmo. Pero “Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas, antes bien con la tentación recibirán fuerzas suficientes para superarla” (1 Cor 10,13). La gran tentación es la pérdida de confianza en el Padre, que nos arranca del amor de Dios. Pero “esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Jn 5,4).