viernes, 31 de enero de 2025

La semilla que crece día y noche (Mc 4, 26-34)

 P. Carlos Cardó SJ 

La cosecha, óleo sobre lienzo de Camille Pissarro (1882), Museo Artizon, Japón

Jesús dijo además: «Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».
Jesús les dijo también: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes, que los pájaros del cielo buscan refugio bajo su sombra».
Jesús usaba muchas parábolas como éstas para anunciar la Palabra, adaptándose a la capacidad de la gente. No les decía nada sin usar parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. 

La primera parte del texto corresponde a la parábola de la semilla que crece de día y de noche. Subraya el contraste entre la venida del Reino de Dios, simbolizado en la semilla sembrada, y la impotencia del labrador para hacerla germinar y crecer. El Reino es la semilla que crece por sí misma sin que el campesino sepa cómo. 

Se afirma la soberanía de Dios, frente a la cual no tiene sentido pensar que su Reino depende de la actividad humana, o que se rige según los criterios que regulan las relaciones de producción. El cristiano sabe que, después de poner lo que está de su parte para colaborar en el crecimiento del Reino, ha de abandonarlo todo en manos de Dios que hace mucho más que lo que nosotros podemos realizar. Es conocida la frase atribuida a S. Ignacio: «Pon de tu parte como si todo dependiera de ti y no de Dios, pero confía como si todo dependiera de Dios y no de ti». 

Dejarle el resultado final a Dios, después de haber obrado con firmeza y perseverancia,  aunque muchas veces no sea posible conocer los resultados, es el modo de proceder que Jesús enseña. La actitud de responsabilidad es imprescindible, pero no basta; tiene que ir acompañada de la confianza, de lo contrario degenera en voluntarismo. La confianza absoluta en el poder de Dios, que obra muy por encima de lo que nuestras débiles fuerzas pueden lograr, libera de todo voluntarismo ingenuo y de la angustia que proviene de creer que el éxito depende únicamente de la propia capacidad. Dios es quien hace germinar y crecer y fructificar la semilla que el hombre siembra. 

En un mundo que exacerba el sentido de la propia eficacia y del éxito personal, es fácil caer en el cansancio y en el desaliento. Se vive para el trabajo y la producción, y otras realidades de la vida humana, como la atención a la familia y el cultivo de la vida espiritual, pierden valor y se descuidan. El resultado es la incomunicación, la falta del sentido de lo gratuito, es decir, de aquellas cosas cuyo valor no es económico pero que son imprescindibles para poder mantener unas relaciones verdaderamente humanas con los demás, con nuestro propio interior y con Dios. 

La segunda parte del texto es la parábola del granito de mostaza, símbolo del Reino en acción. Como la semilla de mostaza, el Reino tiene apariencia casi insignificante, casi invisible, y hay que discernir para reconocerlo. Actúa en la historia como actuó Jesús: en pobreza, sin poder religioso ni político. Su conocimiento está reservado a los pequeños y sencillos. 

La parábola hace pensar en Cristo, grano caído en tierra, Dios que se abaja para asumir nuestra condición humana y se revela haciéndose un Niño que nace en un pesebre. Hay aquí una invitación a entrar por los caminos de Dios, por la lógica del Reino: según la cual, el mayor es quien se ha hecho el más pequeño de todos (Lc 9,48; 22,26ss). La parábola nos libra de todo delirio de grandeza. 

De manera directa el símbolo del grano de mostaza apunta a la dinámica de la comunidad de Jesús, la Iglesia, que se inicia como un grupo pequeño, casi imperceptible, dentro de la sociedad, y se desarrolla y crece como comunidad abierta, haciéndose servidora de todos los pueblos y culturas sin exclusión, sin ambición de poder y sin búsqueda de éxito según el mundo.

jueves, 30 de enero de 2025

Luz del mundo y saber escuchar (Lc 8, 16-18)

 P. Carlos Cardó SJ 

Magdalena penitente de la lamparilla, óleo sobre lienzo de Georges de La Tour (1642 – 1644), Museo del Louvre, París

“Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o para colocarla debajo de la cama. Por el contrario, la pone sobre un candelero para que los que entren vean la luz. No hay nada escondido que no deba ser descubierto, ni nada tan secreto que no llegue a conocerse y salir a la luz. Por tanto, fíjense bien en la manera como escuchan. Porque al que produce se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener”. 

Este pasaje puede ser la conclusión de la parábola del sembrador: cuando la semilla-Palabra cae en tierra buena, produce fruto y lo oculto y secreto de la semilla-Palabra ha de hacerse público y notorio. La identidad cristiana cuando está asimilada se deja ver, se trasluce, resalta. Cristo es la luz, es quien ilumina y damos su luz. 

Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija o la oculta debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, en alto, que todos los vean. Responsabilidad grande. Impacto que producimos. Pensemos qué debemos hacer para que la palabra se transmita de modo creíble, sea respetada, tenida en cuenta. 

No es buscar sobresalir, brillar, hacernos ver. Jesús advierte: “Cuidado con practicar las buenas obras para ser vistos por la gente…, no vayas pregonándolo como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alaben los hombres” (Mt 6, 1-2). Seamos con sencillez lo que debemos ser: auténticos, con identidad clara y manifiesta.  No se puede esconder la identidad. Y la identidad brillará; es consecuencia. 

Nada hay oculto que no se descubra ni secreto que no se conozca. Jesús es luz, pero oculta, como semilla en tierra. En medio de dificultades se recibe y acoge la luz, misterio del Señor y del reino. 

Por eso pongan atención a cómo escuchan. Si escuchamos con atención, descubrimos el sentido de la palabra y la luz en medio de la realidad oscura. Lo oculto queda al descubierto. En la medida de nuestra fe, sabemos escuchar y se nos da el conocimiento del misterio. Quien tiene capacidad de escucha recibirá más y más luz. Pero a quien no sabe escuchar se le quitará aun lo que tiene, en el sentido de que no será capaz de acoger el don que se le ofrece y lo perderá por no saber acogerlo. 

El pueblo judío no aceptó la plenitud de la revelación en Jesucristo, no tuvo fe; por ello lo que tenía (elección, alianza, obras maravillosas en su favor, promesa), lo perdió. En cambio, los seguidores de Jesús, aun los paganos, tuvieron fe y recibieron el don de lo alto. 

Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino (Sal 119, 105).

miércoles, 29 de enero de 2025

La parábola del sembrador (Mc 4, 1-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

El sembrador, ilustración de Catharine Shaw para “Long ago in Bible lands” publicada por John F. Shaw and Co., 1911

Otra vez Jesús se puso a enseñar a orillas del lago. Se reunió tanta gente junto a él, que tuvo que subir a una barca y sentarse en ella a alguna distancia, mientras toda la gente estaba en la orilla. Jesús les enseñó muchas cosas por medio de ejemplos o parábolas.
Les enseñaba en esta forma: "Escuchen esto: El sembrador salió a sembrar. Al ir sembrando, una parte de la semilla cayó a lo largo del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó entre piedras, donde había poca tierra, y las semillas brotaron en seguida por no estar muy honda la tierra. Pero cuando salió el sol, las quemó y, como no tenían raíces, se secaron. Otras semillas cayeron entre espinos: los espinos crecieron y las sofocaron, de manera que no dieron fruto. Otras semillas cayeron en tierra buena: brotaron, crecieron y produjeron unas treinta por uno, otras el sesenta y otras el ciento por uno."
Y Jesús agregó: "El que tenga oídos para oír, que escuche".
Cuando toda la gente se retiró, los que lo seguían se acercaron con los Doce y le preguntaron qué significaban aquellas parábolas.
Él les contestó: "A ustedes se les ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera no les llegan más que parábolas. Y se verifican estas palabras: Por mucho que miran, no ven; por más que oyen no entienden; de otro modo se convertirían y recibirían el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? Entonces, ¿cómo comprenderán las demás? Lo que el sembrador siembra es la Palabra de Dios. Los que están a lo largo del camino cuando se siembra, son aquellos que escuchan la Palabra, pero en cuanto la reciben, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Otros reciben la palabra como un terreno lleno de piedras. Apenas reciben la palabra, la aceptan con alegría; pero no se arraiga en ellos y no duran más que una temporada; en cuanto sobrevenga alguna prueba o persecución por causa de la Palabra, al momento caen. Otros la reciben como entre espinos; éstos han escuchado la Palabra, pero luego sobrevienen las preocupaciones de esta vida, las promesas engañosas de la riqueza y las demás pasiones, y juntas ahogan la Palabra, que no da fruto. Para otros se ha sembrado en tierra buena. Estos han escuchado la Palabra, le han dado acogida y dan fruto: unos el treinta por uno, otros el sesenta y otros el ciento". 

A pesar de la oposición de sus parientes, que se lo han querido llevar por creerlo loco, y de los expertos de la religión, que han dicho de él que está endemoniado, Jesús retoma la actividad a orillas del lago de Galilea. Se junta tanta gente que tiene que subirse a una barca y predicar desde allí. Enseña con parábolas que todos entienden, concretamente de la faena de la siembra, que todos conocen. 

Pero la parábola tiene su misterio: subraya la pérdida que sufre el sembrador de tres cuartas partes de su semilla para contrastar con el fruto, paradójicamente abundante, de treinta y sesenta por uno, y hasta de ciento por uno al final, lo cual resulta extraordinario. En Palestina, según los entendidos, lo máximo que se conseguía en una cosecha era el 7,5 por ciento; las tierras no eran buenas y el agua escasa. Como la parábola tiene que ver con el reino de Dios, quedaba claro que Jesús quería hacer ver que el establecimiento de la justicia, la paz y la fraternidad, propias del plan de Dios, tendría un desarrollo difícil, con logros débiles y precarios hasta alcanzar el triunfo pleno del amor salvador de Dios al final de la historia. 

Este “misterio” del desarrollo lento pero irreversible del reino de Dios será revelado a los discípulos y, por su predicación, será anunciado a todas las naciones para que todos, judíos y cristianos, lleguen a ser buena tierra y formen el único cuerpo de Cristo. Así explicó Jesús su parábolas a los discípulos y Pablo desarrollará la idea del “misterio” del reino refiriéndolo en definitiva a la incalculable riqueza que es conocer a Jesucristo y hacerse merecedor de la salvación que él trae (Ef 3, 5-8.18). 

Jesús explica la parábola a los suyos, es decir, a los que están a su alrededor junto con los doce apóstoles. No son sus parientes sino los que se han hecho discípulos suyos. Los de fuera son los que no tienen disposición para creer y seguirlo. Estos por más que miren y oigan no verán ni entenderán, a no ser que se conviertan. El mensaje del reino no puede quedarse únicamente como una doctrina que se escucha (y se aprende), debe recibirse con fe y adhesión libre de modo que suscite una actitud de cambio personal progresivo, con la consiguiente superación de dificultades, resistencia e incomprensiones propias o venidas del exterior. 

El campo en el que se realiza la labor del anuncio del reino es el mundo, la humanidad, y es también la comunidad cristiana y la disposición de cada persona para acoger la palabra evangélica. La explicación alegórica de la parábola hace referencia a cuatro situaciones que pueden darse en la comunidad. En este sentido, es una exhortación a los cristianos para que se mantengan perseverantes en la escucha y práctica del mensaje a pesar de las dificultades interiores o exteriores que vendrán: superficialidad, inconstancia, preocupaciones mundanas, atracción de la riqueza, engaños… 

Pero para que no se lea la parábola en clave moralista o induzca a un voluntarismo egocéntrico, hay que recordar que la auténtica escucha de la palabra y su consecuente fecundidad y fruto dependen siempre de la adhesión vital a la persona de Cristo, portador y realizador del reino. Sólo la relación cordial con el Señor, que permite conocerlo internamente para más amarlo y servirlo, hace posible la fidelidad aun en medio de las adversidades.

martes, 28 de enero de 2025

La verdadera familia de Jesús (Mc 3, 31-35)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo cura a los enfermos, óleo sobre lienzo de Washington Allston (1813), Museo de Arte de Worcester, Massachusetts, Estados Unidos

Entonces llegaron su madre y sus hermanos, se quedaron afuera y lo mandaron a llamar. Como era mucha la gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: "Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y preguntan por ti".
Él les contestó: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?".
 Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío, y hermana y madre". 

Hay en el texto una clara contraposición entre los parientes de Jesús que se quedan fuera de la casa y los que están dentro, sentados a su alrededor. El estar sentados en torno a Jesús equivale a “estar con él”, que fue la finalidad para la que Jesús convocó a los Doce: llamó a los que quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). La constitución de los doce apóstoles correspondió al nacimiento del nuevo Israel. Aquí, los que están sentados a los pies del Maestro, escuchando su palabra, representan a todos aquellos que siguen a Jesús con la actitud propia del discípulo. 

Probablemente estos de dentro son la misma gente que llenó la casa hasta el punto de no dejarle a Jesús ni tiempo para comer (Mc 3,20). Son venidos de todas partes, gente sencilla, muchos de ellos enfermos que han venido para ser curados de sus dolencias. No son fariseos ni expertos en la ley y la religión. Lo cual quiere decir que todos pueden acercarse al Señor, hacerse discípulos suyos y seguirlo, basta tener fe y disposición para recibir su palabra y hacerla vida en sus personas. 

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar… Jesús recibe el aviso: ¡Oye! Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. No se dice el nombre de su madre ni de sus hermanos. Tienen aquí una función representativa, son los que están vinculados a él por lazos de consanguinidad, la comunidad de la que procede, en la que se ha criado. 

Jesús respondió: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: Estos son mi madre y mis hermanos. Antes el evangelista Marcos captó una mirada de Jesús: cuando en la sinagoga, antes de curar al hombre de la mano seca, miró a los fariseos. Fue una mirada de ira. Ahora vuelve a fijarse en el detalle de la mirada. Pero esta vez es, sin duda, de amor y de acogida a toda esa gente pobre y sencilla que se acercado a él y forman su círculo y él los quiere como su familia verdadera. 

A ese grupo podemos pertenecer. Pero hay que dar el paso de una fe imperfecta a una fe íntima, hecha de adhesión cálida y profunda a la persona de Jesús, cuyo mayor interés en todo era hacer la voluntad de su Padre. Así mismo, el discípulo, sentado a sus pies, aprende de él a hacer de la voluntad de Dios la norma de su propio obrar. Y se forja entre el Señor y sus discípulos un auténtico parentesco, una familia: Estos son mi madre y mis hermanos. 

Se puede estar dentro o estar fuera. Puede uno estar relacionado con Cristo por vínculos humanos, sociales, culturales, ser contado incluso entre los que llevan su nombre, cristianos, pero no tener su parecido, su aire familiar: porque el rasgo más saltante de Jesús, su pasión por hacer en todo la voluntad del Padre, no se refleja en su persona. Esta posibilidad está abierta a todos, pues a todos llega la misericordia de Dios en Jesús, incluso a los que se sienten alejados de “la casa de Dios”. No es privilegio de unos cuantos el estar cerca del Señor. Se entra al grupo de su familia mediante la escucha obediente de su palabra. 

Hay quienes utilizan injustamente este texto sobre los parientes de Jesús para atacar el culto que los católicos damos a María. Lo que admiramos en ella y es motivo de nuestra veneración es precisamente su fe: María es modelo de creyente y figura de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento. Ella es bienaventurada porque cree y su maternidad se origina en su fe que la hace escuchar la Palabra y darle su asentimiento para que se encarne en su seno por obra del Espíritu Santo. Lo importante, pues, es pasar como María de un parentesco físico a un parentesco “según el Espíritu”, fundado en la escucha y puesta en práctica de la palabra: “Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino según el Espíritu” (2 Cor 5,16).

lunes, 27 de enero de 2025

El poder de expulsar demonios (Mc 3, 22-30)

P. Carlos Cardó SJ 

Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Michael Dudash (siglo XXI), Galería Legacy, Minnesota, Estados Unidos

Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios».
Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos: «¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin. La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo: Se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. En cambio, el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará».
Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo. 

Antes, sus parientes habían dicho que estaba loco y querían llevárselo para controlarlo. Ahora, los expertos en religión elaboran contra él una denuncia mucho más peligrosa para que la gente lo repudie: ¡Tiene a Belcebú! Pero Jesús no se amedrenta. Obligado a defenderse, reivindica para sí la plena posesión del Espíritu divino, a cuyo poder se deben atribuir las acciones liberadores que él realiza y que demuestran, además, que el reinado de Dios ha comenzado. Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios… es que ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28). 

En la acción de expulsar demonios se concentra de la manera más gráfica el poder de Dios que actúa en Jesús venciendo al mal. Hoy no se tiene la misma creencia que se tenía entonces acerca de una eventual presencia física y una acción maciza del demonio en el mundo y en las personas, pero no por ello estos textos evangélicos han perdido el valor profundo y el contenido teológico que tienen como testimonios del poder divino de Jesús. Gracias a él, las fuerzas temibles del mal y de la muerte han dejado ya de ser invencibles. Jesús exorciza, “desdemoniza” el mundo, liberando al ser humano de todo demonio personal o social, de toda sumisión fatalista a poderes, energías o fuerzas naturales o sobrenaturales que amenazan la vida y, finalmente, de sistemas y estructuras que generan injusticias, odio, exclusión y división en la vida social. 

Viene otro que es más fuerte que él y lo vence… Jesús es el más fuerte. Su victoria está asegurada. Si algo está claro en el Evangelio es que con Cristo todo tipo de mal, cualquiera que sea su índole y su poder nocivo en la marcha de nuestra historia, no importa cuán esclavizante y corruptor, sutil y oculto pueda parecer, ha sido derrotado y conquistado definitivamente en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hablando de ella dice Jesús en el evangelio de Juan: Ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera (Jn 12,31). 

Con muy mala fe, los maestros de la ley y los fariseos difunden entre la gente que Jesús es un agente de Satanás, cuando no podía ser más evidente que estaba en abierta lucha contra él. Jesús los increpa severamente, haciéndoles ver que incurren en el único pecado imperdonable. La calumnia premeditada que han lanzado contra él es un insulto al Espíritu Santo, les dice. El Espíritu de Dios es el que lo mueve a obrar en todo con amor, como el mismo Dios actúa. Quien afirme lo contrario, es decir, que es el espíritu de Satán, espíritu de odio y de violencia, el que mueve a Jesús, niega con mala fe la evidencia e insulta al Espíritu Santo. Este comportamiento malintencionado, que no es un hecho aislado sino una actitud corrompida, les hace optar obstinadamente contra la verdad por secretas intenciones, cerrar toda posibilidad de cambio y, por ello, toda posibilidad de recibir el perdón. Simplemente no reconocen que hacen mal, niegan tener necesidad de perdón, impiden al Espíritu su obra liberadora. 

La misericordia de Dios no tiene límites, pero quien se niega deliberadamente a aceptar la salvación y el perdón que Dios le ofrece, transita un camino de oscuridad que conduce a la perdición. Ésta puede producirse no porque el Señor y su Iglesia no puedan perdonarlo, todo lo contrario, sino porque la persona misma se cierra a la gracia que se le ofrece. Obrando así insulta al Espíritu Santo porque rechaza como inútiles sus inspiraciones a la conversión, al reconocimiento del autoengaño (cf. Jn 16, 8-9) y a la acción de su amor que cambia los corazones.

domingo, 26 de enero de 2025

Domingo III del Tiempo Ordinario – Enviado a anunciar la buena nueva (Lc 1,1-4; 4,14-21)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo en la sinagoga de Nazareth, fresco de autor anónimo (alrededor de 1350), Monasterio Alto Dechany, Kosovo

Algunas personas han hecho empeño por ordenar una narración de los acontecimientos que han ocurrido entre nosotros tal como nos han sido transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra. Después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, también a mí me ha parecido bueno escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo. De este modo podrás verificar la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu, y su fama corrió por toda aquella región. Enseñaba en las sinagogas de los judíos y todos lo alababan.
Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías.
Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Y empezó a decirles: «Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas». 

El evangelio de hoy tiene dos partes. La primera es el prólogo de la obra de Lucas (1,1-4). La segunda, cuatro capítulos después, narra el inicio de la actividad pública de Jesús en Nazaret (4,14-21). 

En el prólogo, San Lucas dice que su evangelio está dedicado a un cierto Teófilo, que no sabemos si es un personaje real o ideal. Algunos lo consideran una persona histórica, un ayudante de Lucas en su tarea evangelizadora. Lo más probable es que se trata de una figura simbólica que representa al discípulo de todos los tiempos. “Teófilo” significa “amado de Dios” o “amante de Dios”. El discípulo de Jesús, que recibe el evangelio, sabe que Dios lo ama y desea llegar a amar realmente a Dios. Se puede decir que Lucas dedica su evangelio al cristiano que quiere llegar a ser un adulto en su fe, consciente de la responsabilidad que le atañe en el mundo. A ese cristiano, lo quiere conducir a vivir una experiencia similar a la de los discípulos de Emáus, es decir, a escuchar al Señor, a reconocerlo “al partir el pan” y hallarlo presente en la comunidad, cuyos miembros dan testimonio de que “verdaderamente el Señor ha resucitado” (24,34) 

Lucas declara que su intención al escribir su evangelio es componer un relato de los hechos que se han verificado en torno a Jesús de Nazaret. Hablará de Jesús empleando las tradiciones transmitidas por los que fueron primero testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Por consiguiente, lo que está en el evangelio no son fantasías del autor, sino testimonios recogidos tal como fueron transmitidos por los que convivieron con Jesús. El evangelista comprueba todo exactamente desde el principio y lo presenta de manera ordenada, para que los lectores puedan conocer y entender mejor a Jesús. Es la finalidad: que conozcan la solidez de las enseñanzas recibidas. 

En la segunda parte del texto de hoy se relata el acontecimiento que da inicio a la vida pública de Jesús. Nos dice que Jesús, como era su costumbre, asistió un sábado a la sinagoga de su pueblo y que se levantó para hacer la lectura. Le dieron un texto del profeta Isaías y lo explicó aplicándolo a su propia persona. Hizo ver a sus oyentes que él era el enviado definitivo de Dios, portador de su Espíritu, que lo había ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos. 

Muchos al oírlo se admiraron de “las palabras de gracia” que salían de su boca; vieron que en ellas se realizaban las promesas de Dios, proclamadas por los profetas. Al igual que aquellos primeros testigos, también la comunidad cristiana primitiva experimentaba en su quehacer diario la gracia de Dios, sentían que el mismo Jesús resucitado seguía acompañando a los suyos. Para ellos y para nosotros –a quienes se dirige el Evangelio- las palabras de Jesús son una constante llamada a la vida plena y realmente feliz que, como la de Jesús, se realiza en el amor y el servicio, en especial a los pobres y a los que sufren. 

Hay algo importante en el texto de Lucas que debemos tener en cuenta, la referencia al año jubilar. He venido a proclamar el año de gracia del Señor, dice Jesús, conforme a lo anunciado por Isaías. Toda su actividad queda definida a la luz de esta promesa, cuyo cumplimiento definitivo se daría con la venida del Mesías. El año de gracia era el año jubilar que los judíos debían celebrar cada 50 años según lo prescrito en el libro del Levítico, cap. 25. En ese año santo, se condonaban las deudas, se prestaba dinero sin interés a quien lo necesitaba, se devolvían las tierras o propiedades tomadas por hipotecas vencidas y se pagaba el rescate de los judíos vendidos como esclavos. De este modo se devolvía a la tierra la finalidad para la que fue creada por Dios y, en la creación liberada, todos podían sentirse realmente hijos del mismo padre y hermanos entre sí. Jesús afirma que para esto ha venido, que esa meta se ha alcanzado en él. Más tarde, los cristianos de la primitiva Iglesia, según Hechos de los Apóstoles, se vieron como el nuevo Israel que daba cumplimiento al Año Jubilar proclamado por Jesús, por lo cual vivían unidos, lo tenían todo en común, repartían los bienes, compartían el pan (Hech 2, 42-48) y hacían todo lo posible para que no hubiera pobres entre ellos (Hech 4,32-37). 

Asimismo, también nosotros debemos sentirnos llamados a trabajar por la causa de Jesús, que hoy como ayer tiene el mismo contenido y los mismos destinatarios: hacer que todos se sientan hijos e hijas de Dios y vivan como hermanos y hermanas, en una creación liberada de toda injusticia y protegida como nuestra casa común. Esto se ha de traducir en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, que será posible con la colaboración de todos. Contamos para ello con el mismo Espíritu que consagró a Jesús y que sigue disponible también para nosotros desde nuestro bautismo.

sábado, 25 de enero de 2025

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 15-18)

 P. Carlos Cardó SJ 

San Pablo y San Bernabé en Lystres, óleo sobre lienzo de Michel Corneille el Viejo (1644), Arras, Museo de Bellas Artes de Arrás, Paso de Calais, Francia

Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se niegue a creer se condenará. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos». 

Se trata indudablemente de un texto añadido al evangelio de Marcos en una época muy tardía, quizá hacia la mitad del siglo II. La razón que se da a este añadido es la desazón que causaba a las primeras comunidades el final tan abrupto de Marcos que cierra su evangelio con el miedo y huida de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado. 

De entre los diversos textos que se escribieron con este fin se escogió éste, por armonizar mejor con la temática general del evangelio de Marcos. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, que como tal fue sancionado por el Concilio de Trento. Más aún, varios Santos Padres como Clemente Romano, Basilio, Ireneo lo citan en sus escritos como texto que según ellos no disonaba con el evangelio y contenía innegable valor para la Iglesia. 

El texto refleja las inquietudes y preocupaciones de la primera comunidad cristiana de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Son cristianos que no han visto al Señor, pero han llegado a la fe en él por el ejemplo y predicación de los apóstoles y de los primeros testigos. 

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios de la resurrección de Jesucristo aportados a la comunidad. En primer lugar, el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete demonios, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Se menciona después la experiencia de los de Emaús y el testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se refiere la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura. 

La comunidad aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. 

Una preocupación de la comunidad debió de ser la permanencia y actuación del misterio del mal en el mundo a pesar de la victoria de Cristo Resucitado. Tendrán que abrirse a la fe/confianza en el Cristo vencedor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes, a quienes ha dotado de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo. 

Jesucristo Resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice. 

La ascensión del Señor, presentada según el esquema de glorificación, revela que Jesucristo reina y que extiende su soberanía a todas las naciones de la tierra por medio de la palabra de sus enviados.

viernes, 24 de enero de 2025

Llamamiento de los Doce (Mc 3, 13-19)

 P. Carlos Cardó SJ 

Los doce apóstoles y discípulos, fresco de autor anónimo del siglo I, capilla de San Zenón, Basílica de Santa Práxedes, Roma

Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso, y se reunieron con él.
Así instituyó a los Doce (a los que llamó también apóstoles), para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles poder para echar demonios.
Estos son los Doce: Simón, a quien puso por nombre Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes puso el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, el que después lo traicionó. 

Subió al monte Tanto en Israel como en las culturas paganas, el monte era lugar teofánico: en él actuaba la divinidad o tenía su morada. En el monte Sinaí se reveló Dios a Moisés y le dio la Ley. En el monte Sión se construyó el templo, habitación de Dios y lugar de su culto. Con Jesús, el monte (cuya localización geográfica no aparece) adquiere un significado teológico más específico: Jesús, sustituyendo a Moisés, sube al monte para traernos la revelación última de Dios, la nueva Ley, y fundar el nuevo Israel, que renovará al antiguo. Moisés subía al monte para encontrarse con Dios; ahora, los que Jesús llama subirán a donde él está, pues encontrarse con él es encontrarse con Dios, Dios-con-nosotros, Dios en lo humano. 

Llamó a los que quiso. La llamada es iniciativa del Señor. Nace del amor con que ama al pueblo que Dios escogió como instrumento para darse a conocer a la humanidad y ofrecer a todos su salvación. Ahora, en Jesús, esa misma llamada se hace extensiva a todos, por encima de su origen racial o su ubicación social. A todos ama el Señor y para todos tiene una llamada especial que da a sus vidas un sentido. Les marca el camino. 

Y se vinieron donde él. La respuesta implica cambio de ubicación, reorientación. Quien siente la llamada del Señor ve que se le ofrece una nueva forma de ser, que consiste en imitarlo. Ve, por ello, que lo importante es estar con él, en comunión de vida, aspiraciones y trabajo. Jesús llama de esta manera plena e incondicional porque quiere prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así los envío yo (Jn 20,21). Serán sus enviados (apóstoles). 

Designó Doce. El verbo que emplea el evangelista Marcos es solemne: constituyó. Los primeros llamados por él en número de doce, como eran doce las tribus de Israel, representan al Israel definitivo que Jesús va a fundar y que nace de la nueva alianza de Dios con los hombres. 

Esos doce primeros varones son figura o expresión de todos los seguidores y seguidoras de Jesús que escucharán su llamada a estar con él y enviarlos a predicar. Ambas cosas, porque una lleva a la otra. La identificación con él y el colaborar con él en su obra evangelizadora. El amor se pone en obras, pero éstas han de ser las mismas que el Señor realiza y al modo como él las realiza. En el evangelio de Juan la llamada del Señor se define como permanecer en él, en su amor (Jn 15,9) porque sin mí no pueden hacer nada (Jn 15, 5). 

Para su misión, que es la de Jesús, reciben sus mismos poderes: les dio poder de expulsar a los demonios. La predicación de la buena noticia del Reino tendrá que ir siempre acompañada de las obras liberadoras que Jesús realizaba para dar vida y crear una sociedad nueva en la que se manifieste el reinado de Dios. 

Son pocos para llevar el mensaje a toda la tierra. Pero es el estilo de Dios que actúa en la debilidad y pequeñez, y no se impone porque quiere que se le ame libremente. Es además un grupo heterogéneo y difícil: Simón, llamado “Pedro”, Santiago y su hermano Juan, conocidos como los “violentos”, Andrés y Felipe, Bartolomé y Mateo que era un publicano, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón apodado el “fanático” y finalmente el tristemente célebre Judas Iscariote que traicionó a Jesús. 

Ellos y toda la multitud de testigos que a lo largo de los siglos se identificarán con Jesús en la vida y en la muerte, no sólo empeñarán sus personas en su obra, sino que buscarán que sus palabras, su modo de pensar y actuar pase a hacerse carne y sangre en ellos, hasta poder adoptar en toda circunstancia el modo de proceder de Jesús; más aún, hasta ser hallados dignos de compartir también su destino redentor, dando como él su propia vida por la salvación del mundo.

jueves, 23 de enero de 2025

Lo seguía una gran multitud (Mc 3, 7-12)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo en el mar de Galilea, óleo sobre lienzo de Sebastiano Ricci (1695 – 1697), colección privada

Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán y de las tierras de Tiro y de Sidón, muchísima gente venía a verlo con sólo oír todo lo que hacía.
Jesús mandó a sus discípulos que tuvieran lista una barca, para que toda aquella gente no lo atropellase. Pues al verlo sanar a tantos, todas las personas que sufrían de algún mal se le echaban encima para tocarlo. Incluso los espíritus malos, apenas lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero él no quería que lo dieran a conocer, y los hacía callar. 

Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago. Podría pensarse que huye porque los fariseos y los partidarios de Herodes se han confabulado para darle muerte, pero lo hace para manifestar más claramente su identidad, su mensaje y su obra a sus discípulos y a quienes lo siguen. Por eso, será un retiro fructífero porque de ahí nacerá la Iglesia, no como un instrumento de poder, sino como una barca pequeña, desde la cual Jesús anuncia a las multitudes su mensaje. Este es el sentido de este pasaje que sintetiza la actividad de Jesús. 

Se hace mención de las siete regiones de donde procede la multitud que se congrega para seguir a Jesús. Se destaca con ello, por una parte, la centralidad de la persona de Jesús, que convoca y reúne entorno a sí, y, por otra parte, la universalidad de su mensaje y acción salvadora que llega no sólo a los judíos sino también a los extranjeros de Tiro y Sidón. Esta afluencia incontenible de gentes venidas de todas partes simboliza la humanidad necesitada de salvación y evoca también aquella multitud de diversas lenguas y culturas que, según San Lucas, confluirá en Jerusalén para Pentecostés, donde nacerá la Iglesia (Hech 2. 9-11). 

La muchedumbre que ha acudido a Jesús es tan grande que él debe subir a una barca para que no lo atropellen. El tema de la barca tiene en Marcos un gran significado teológico. Esta pequeña lancha, que no llega siquiera a la categoría de barco, será el escenario de buena parte de la actividad de Jesús. Desde ella predica a la gente por medio de parábolas que todos entienden, de ella baja para curar enfermos, en ella se reúne con los Doce para formarlos en los secretos del Reino y advertirles que no se dejen corromper por la levadura de los fariseos y de Herodes, en ella los protege contra la tempestad y puede estar dormido mientras ellos se mueren de miedo porque no tienen fe. Pequeña como el grano mostaza que crece más que las hortalizas, o como la porción de levadura que fermenta toda la masa, la pequeña barca atrae la mirada cargada de angustia y esperanza de los pequeños y de los pobres, junto con la de quienes se saben aquejados por cualquier necesidad y se muestran dispuestos a recibir la buena noticia de la venida del Reino. 

No hay en la barca de Jesús ni entre la multitud gente de las altas esferas, sabios, ricos o poderosos, todos son pequeños y sencillos campesinos, artesanos y pescadores que buscan tocarlo para ser curados de sus males. El tocar es muy significativo. Jesús no teme tocar a los enfermos para curarlos, incluso a los leprosos, aunque estaba prohibido porque se contraía impureza; tocaba a los débiles y a los niños, demostrando su ternura; y se dejaba tocar por la gente, como la mujer enferma de hemorragias que se acercó por detrás y le tocó el manto. Todos necesitan hacerlo para sentir que les transmite vida. Todos quieren ser tocados por su misericordia.

Los espíritus impuros se postran y lo proclaman Hijo de Dios, pero él se lo prohíbe para evitar que la gente se engañe y quieran seguirlo por falsas expectativas. Para reconocerlo como Hijo de Dios se requiere la fe y la conversión personal, que mueve a seguirlo. 

La Iglesia, obligada a transitar por los caminos de este mundo, siente el influjo de los malos espíritus que tienden a alejarla de lo quiso su Señor. Santa pero necesitada de continua conversión, siente también de continuo la presencia del Señor en ella que le recuerda sus orígenes de pequeña barca que atrae a los más necesitados y ha de navegar por mares no siempre pacíficos, poniendo sólo en Él su confianza.

miércoles, 22 de enero de 2025

El hombre de la mano seca (Mc 3,1-6)

 P. Carlos Cardó SJ 

Curación del hombre de la mano paralizada, ilustración del Códex Egberti del Obispo de Trier (980 – 993 aprox.), Biblioteca de Tréveris, Alemania

Otro día entró Jesús en la sinagoga y se encontró con un hombre que tenía la mano paralizada. Pero algunos estaban observando para ver si lo sanaba Jesús en día sábado. Con esto tendrían motivo para acusarlo.
Jesús dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Ponte de pie y colócate aquí en medio». Después les preguntó: «¿Qué nos permite la Ley hacer en día sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?». Pero ellos se quedaron callados.
Entonces Jesús paseó sobre ellos su mirada, enojado y muy apenado por su ceguera, y dijo al hombre: «Extiende la mano».
El paralítico la extendió y su mano quedó sana. En cuanto a los fariseos, apenas salieron, fueron a juntarse con los partidarios de Herodes, buscando con ellos la forma de eliminar a Jesús. 

Este pasaje condensa la enseñanza de Jesús respecto a la libertad de espíritu frente al rigorismo legal y, concretamente, respecto al precepto del sábado. El sábado es para el hombre: en Jesús llega el sábado perfecto, tiempo de la gracia y amor salvador de Dios. 

Jesús está en una sinagoga. Como siempre, los fariseos aparecen al acecho para acusarlo: no se muestran dispuestos a reconocer a Dios en el hombre y sus defensas de los preceptos de la ley corresponden a la imagen que tienen de Dios: alejado, extraño a la vida y a las reales necesidades humanas. 

Aparece en escena un hombre que tiene la mano atrofiada. No es un enfermo que está en las últimas, pero es un ser humano inhabilitado para muchas acciones. Según la mentalidad judía, además, lleva en su cuerpo la huella del pecado. Jesús invita al enfermo a ponerse de pie y a colocarse en el centro. Hace que la atención de toda la comunidad se dirija a este ser humano. 

La atención de Jesús al enfermo no se va a limitar a su salud física; apunta a la libertad interior que él quiere que tenga la gente respecto del sábado y de la ley. Quiere liberar de la opresión legalista a que someten los fariseos y dirigentes a los fieles. Al mismo tiempo, por medio del signo de la curación del enfermo va a manifestar que, con su venida y por la fe en él, el amor de Dios despliega su fuerza salvadora, la creación es liberada del mal y de la muerte y se inaugura el verdadero sábado de la presencia de Dios entre los hombres. Todo esto sugiere Jesús con su pregunta: ¿Qué está permitido en sábado salvar la vida o destruirla? El sábado, el culto, la moral y, en general, la religión auténtica, son para dar vida, no lo contrario. 

Ellos no respondieron nada. Y Jesús sintió ira. El evangelista Marcos se vale de esta expresión fuerte para afirmar que el pesar que siente Jesús es la conmoción del Hijo de Dios ante la dureza de los corazones de los hombres. Es el mismo sentimiento que, según los profetas, llevaba a Dios a lamentarse por el corazón endurecido, expresión suprema de la incredulidad (cf. Jer 3, 17; 7, 24; 9,13; 11,18; 13, 10; 16, 12; 18, 12; 23, 17; Sal 81,13; Dt 29,18). 

El milagro va a ser signo del don de la vida nueva, liberada, que ya Ezequiel había prefigurado como el don del corazón nuevo, que reemplaza al corazón seco, de piedra (cf. Ez 36,26). La humanidad, representada en el hombre de la mano seca, extiende la mano para acoger el don del agua de la nueva vida, del espíritu que vivifica y hace vivir en la libertad de los hijos de Dios. 

Los fariseos ven lo ocurrido y se retiran como habían venido, con todas sus resistencias a la vida y a la libertad, con su aferrarse a la ley que mata y su rechazo al espíritu de Jesús que los invita a olvidarse de sí y abandonar su futuro en manos de Dios. Ellos, a diferencia del hombre de este pasaje, no abren la mano «seca», se quedan fosilizados en sus leyes y en sus méritos para siempre; su corazón endurecido no palpita de alegría ante el don de la salvación que Jesús ofrece. Y ellos, que no permiten hacer el bien y salvar una vida en sábado, se permiten a sí mismos el mal, tomando en sábado la decisión de asesinar a Jesús. La dureza de corazón es la causa de la muerte de Jesús y del hombre. Contrapuesta a esta dureza de corazón aparecerá el gozo y maravilla de los sencillos por la autoridad con que Jesús enseñaba y por la curación de los enfermos (cf. 1,22.27). Queda claro que una religión, que no abre los ojos a la fe que libera, es la peor enemiga del evangelio. Y es un peligro constante contra el que Pablo advierte a los Gálatas y a los Romanos.

martes, 21 de enero de 2025

El Señor del sábado (Marcos 2, 23-28)

 P. Carlos Cardó SJ 

Los discípulos comen espigas en sábado, acuarela sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

Un sábado Jesús pasaba por unos sembrados con sus discípulos. Mientras caminaban, los discípulos empezaron a desgranar espigas en sus manos.
Los fariseos dijeron a Jesús: «Mira lo que están haciendo; esto está prohibido en día sábado».
Él les dijo: «¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David cuando sintió necesidad y hambre, y también su gente? Entró en la Casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes; y les dio también a los que estaban con él».
Y Jesús concluyó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Sepan, pues, que el Hijo del Hombre, también es dueño del sábado». 

El marco del relato es el siguiente: los discípulos de Jesús atraviesan un campo y sienten hambre. Recogen unas espigas de trigo, las restriegan entre las manos y comen los granos. Este simple hecho escandaliza a los fariseos: ¡hacen en sábado lo que no está permitido! Jesús aprovecha la ocasión para defender la libertad y amplitud de espíritu que quiere que tengan sus discípulos. 

La ley está al servicio de la persona humana, no está dada para oprimir. Por eso, ante la necesidad, la ley cede; no es un absoluto. Para demostrarlo, Jesús argumenta poniendo el ejemplo de David que entró en el santuario, tomó los panes consagrados –que sólo podían comer los sacerdotes– y comió él y sus soldados porque tenían hambre (Cf. 1Sam 21, 2-7). Recordaba así a los fariseos que la necesidad humana estaba por encima incluso del culto y de lo referente al templo. Puede dejarse el sentido literal de la ley cuando lo exige una necesidad más elevada. Las normas son para orientar en las relaciones con Dios y con los demás, pero por encima están las necesidades vitales. 

A partir de esa enseñanza, Jesús pasa a tratar el tema del sábado. Moisés, inspirado por Dios, había dejado a los israelitas este precepto: Durante seis días trabajarás y harás todos tus trabajos. Pero el día séptimo es día de descanso en honor del Señor tu Dios. No harás en él trabajo alguno ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el extranjero que habita contigo. El descanso, por tanto, no había sido impuesto como una prueba, como un deber riguroso, sino como un recurso humano para asegurarle a todos, judíos y no judíos, libres o esclavos que pudieran tener un día semanal para reparar las fuerzas, estar en familia, y, sobre todo, honrar a Dios recordando el descanso que tuvo el Creador al concluir su obra (Ex 20, 8-11), y acordándose de que fueron esclavos en Egipto y el Señor los liberó (Dt 5,12-15). 

Por su significación y por su contenido de memorial, el sábado pasó a convertirse en un elemento fundamental de la espiritualidad judía, hasta hoy, la espiritualidad del Shabat. El descanso sabático es una solemne proclamación de la identidad del judío y de su nación: identidad de hijos y pueblo de la alianza, que vale no por lo que produce o posee sino por lo que es. El sábado recuerda a los israelitas que no son simples ciudadanos, trabajadores, o consumidores. El Shabat no es una simple costumbre ni un simple medio para el ordenamiento social del trabajo mediante el descanso obligatorio, sino la afirmación pública y rotunda de que Israel es el pueblo de Dios, que obra según Dios. 

Sin embargo, en tiempos de Jesús la espiritualidad del Shabat había quedado deformada por el rigorismo y la intransigencia de los rabinos fariseos. El precepto del sábado que en su origen había tenido un fuerte sentido liberador, al asegurar a todos el descanso semanal, y que era día santo para honrar a Dios, se había convertido en una ley opresora. Jesús no sólo devuelve a la práctica del descanso sabático su verdadero sentido, sino que con su afirmación: El sábado está hecho para el hombre, pone al sábado en relación y al servicio del hombre. Como todas las observancias morales, ritos, celebraciones liturgias y prácticas religiosas, por medio de las cuales se expresa la fe, tampoco el sábado es un fin en sí mismo. Todo ello es medio al servicio del ser humano. 

Finalmente, la declaración: El Hijo del hombre es señor también del sábado, debió sonar a los oídos de los dirigentes del pueblo como una pretensión insoportable. En el evangelio de Juan aparece claro: perseguían a Jesús porque hacía obras como éstas (curar a un paralítico) en día sábado, pero Jesús les replicó: Mi Padre no cesa de trabajar hasta ahora y yo también trabajo. En vista de esto trataban de matarlo porque no sólo no respetaba el sábado sino que además decía que Dios era su Padre, y se hacía igual a Dios (Jn 5,19). Jesús, por tanto, no trasgrede el sábado sino que lo supera, haciendo lo que hace Dios su padre. En adelante, Jesús es quien transmite la identidad al nuevo pueblo de Israel y quien realiza la verdadera y plena liberación. Queda atrás el sábado como signo y recuerdo. Se ha hecho realidad aquello de lo que el sábado era signo. Se ha inaugurado con Jesús el definitivo séptimo día, día del encuentro de Dios con sus hijos, sábado eterno, tiempo de gracia y salvación en que se cumple lo anunciado: Habitaré en ellos y caminaré junto a ellos (Lv 26,12; 2Cor 6,16).