domingo, 31 de agosto de 2025

Domingo XXII del Tiempo Ordinario - Elegir el último lugar (Lc 14, 1.7-14)

 P. Carlos Cardó SJ 

El lavado de los pies, óleo sobre lienzo de Jacopo Robusti Tintoretto (1548 – 1549), Museo del Prado, Madrid, España

Un sábado Jesús fue a comer a la casa de uno de los fariseos más importantes, y ellos lo observaban. Jesús notó que los invitados trataban de ocupar los puestos de honor, por lo que les dio esta lección: "Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no escojas el mejor lugar. Puede ocurrir que haya sido invitado otro más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga y te diga: Deja tu lugar a esta persona. Y con gran vergüenza tendrás que ir a ocupar el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ponte en el último lugar y así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: Amigo, ven más arriba. Esto será un gran honor para ti ante los demás invitados. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 

Las comidas, en especial los banquetes, suelen tener un carácter simbólico: son acontecimientos en los que se afirman valores o se establecen o refuerzan relaciones sociales. El comer no sólo sirve para alimentar el cuerpo. Una comida puede servir para iniciar o estrechar vínculos de amistad, establecer pactos y alianzas o celebrar acontecimientos importantes para la vida del grupo. 

En Palestina, las comidas estaban regidas por normas tradicionales, que Jesús no dudó en modificar para transmitir mejor el significado que el banquete tenía en la predicación de los profetas: el banquete simbolizaba el Reino de Dios. Por eso, en contra de lo establecido, él no dudaba en comer con publicanos y pecadores, para dar a entender que se debían superar las barreras y divisiones entre la gente y, sobre todo, hacer ver que Dios acogía en su Reino a los que, según las tradiciones judías, estaban excluidos de él.  Por eso las comidas de Jesús son tan importantes como sus curaciones de enfermos o el perdón que otorgaba a los pecadores. 

El pasaje que comentamos, unido al de la curación de un enfermo en sábado, muestra cómo los fariseos y maestros de la ley, al criticar esa actitud de Jesús, no hacían otra cosa que manifestar su afán de dominio de lo religioso para someter al pueblo. Manipulaban las normas sociales de los banquetes para ocupar ellos los primeros lugares. Jesús desenmascara esta hipocresía y propone en cambio la lógica del Reino: hay que hacerse pequeños para entrar en el Reino de Dios. Su lógica es humildad, hecha de sinceridad, verdad y deseo de servir. Así han de obrar los que lo siguen. 

No es fácil predicar hoy la humildad, en una sociedad que, tras el valor positivo de la búsqueda de superación personal, transmite imágenes falseadas del éxito, o del “triunfador”, como modelo de identificación. La humildad cristiana no frena la búsqueda del progreso personal y colectivo; lo que hace es librar a la persona de la mentira: la lleva a la aceptación de sí misma, a conocer sus limitaciones y debilidades, y la impulsa a obrar de acuerdo con ese conocimiento. Ser humilde no es sentirse inferior a los demás. “La humildad es andar en la verdad”, decía Santa Teresa. 

El soberbio, en cambio, se engaña al pretender ubicarse donde no le corresponde. Cédele el puesto a éste, puede decirle quien lo invitó y, avergonzado, tendrá que ir a ocupar el último lugar. Esta vergüenza anticipa la del creyente a quien el Juez le dirá: No te conozco. Anticipa también la vergüenza de los hijos del Israel cuando vean venir gentes de todas partes a ocupar su puesto de elegidos por Dios (13,25). Y recuerda la vergüenza de Adán que quiso ocupar el puesto de Dios y se halló desnudo (Gen 3). 

Dice Jesús: Más bien, cuando te inviten, acomódate en el último lugar. Vendrá el que te invitó y te dirá: Amigo, sube más arriba. Esta manera nueva de pensar la vemos reflejada en María. En su canto del Magnificat nos enseña a no sepultar los propios talentos, a reconocerlos con gratitud y a invertirlos de la manera más justa. A los humildes Dios los llena de su gloria, se refleja en ellos; a los soberbios los rechaza y derriba de sus tronos.

sábado, 30 de agosto de 2025

Grano de mostaza y levadura (Mt 13, 31-35)

 P. Carlos Cardó SJ 

Parábola del grano de mostaza, ilustración de Eugene Burnand en “Les Paraboles”, de los editores franceses Berger y Levrault (1908)

Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas.»
Jesús les contó otra parábola: «Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: la levadura que toma una mujer y la introduce en tres medidas de harina. Al final, toda la masa fermenta.» Todo esto lo contó Jesús al pueblo en parábolas. No les decía nada sin usar parábolas, de manera que se cumplía lo dicho por el Profeta: Hablaré en parábolas, daré a conocer cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. 

Santa Rosa de Lima, Oleo de Claudio Coello (1642–1693). Museo del Prado, España (No expuesto)

La acción divina actúa por la mediación de lo pequeño y escondido. Los valores del evangelio no necesitan los medios de propaganda y de impacto masivo del mercado y de la política. 

En lo escondido y en silencio actuó Jesús, el pequeño carpintero de Nazaret, en quien residía toda la fuerza salvadora de Dios. Así, en aparente insignificancia, transcurrieron sus misteriosos treinta años en Nazaret y luego su corta vida pública. Nosotros, quizá, para describir la relevancia de una obra humana, no emplearíamos la metáfora del granito de mostaza o de la pequeña medida de levadura; escogeríamos la de un árbol frondoso. Pero las grandes realizaciones suelen tener un desarrollo progresivo y secreto. En la pequeñez de la semilla se esconde el árbol y en la reducida porción de levadura, la energía que hace fermentar la masa. 

Hoy, en la fiesta de nuestra patrona Santa Rosa de Lima, se nos invita a descubrir la grandeza de Dios en lo pequeño, lo oculto, lo silencioso. Es ocasión para apreciar el poder transformador que personas como ella ejercen en los corazones y en la sociedad. 

Fue época de santos, época excepcional. Toribio de Mogrovejo, Martín de Porres, Francisco Solano, Juan Macías, Rosa…, todos juntos, a pocas cuadras unos de otros en “el centro” de Lima. Rosa, «la primera flor de santidad en el Nuevo Mundo», recién evangelizado, nace el 30 de abril de 1586, hija de Gaspar Flores y María de Oliva; le ponen por nombre Isabel. En Quives, recibe la Confirmación de manos de Santo Toribio, quien impresionado por la belleza de su rostro, la llama Rosa. Más tarde, al consagrarse a Cristo, ella cambiará este nombre por Rosa de Santa María. 

Pasó varios años de su infancia y adolescencia en Quives, donde su padre administraba un obraje de minerales de plata. Esta estancia la marcó por su contacto con la pobreza y sufrimiento de los indios que trabajaban en la mina. Al volver a Lima con su familia, Rosa llevó una vida como la de cualquier jovencita, hasta que sintió la llamada del Señor. Ingresó a la Tercera Orden Seglar de Santo Domingo el 10 de agosto de 1606 y tuvo como modelo a Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia. Con gran fama de santidad, Rosa murió el 24 de agosto de 1617. Después ocurre algo excepcional: todavía no había sido canonizada, y ya era proclamada patrona del Perú, del Nuevo Mundo y de Filipinas en 1669. El papa Clemente X la canonizó en 1671. 

La santidad en la vida ordinaria es la primera lección que nos da Rosa. Es una santa seglar, que vestía el hábito de las terciarias. Mujer responsable, trabajaba de día en su huerto y de noche como costurera para ayudar a los gastos de su hogar, que pasó penurias desde que fracasó el obraje de Quives. A pesar de sus escasos medios, Rosa se prodigaba en la atención a los pobres, recolectando donativos para ellos, por lo que se ganó fama de santa de los pobres aún en vida. El pueblo agradecido concurrió en masa a sus funerales. 

Se destaca también en ella su oración. Mujer culta, instruida más que el común de las mujeres de su tiempo, fue sobre todo en la oración y meditación de los libros santos donde adquirió un gran conocimiento de las cosas de fe. Rosa hablaba, enseñaba, discutía, aconsejaba incluso a sacerdotes. Y confrontada por la Inquisición, logró que los jueces le reconocieran que era en su oración donde había recibido el don de sabiduría y conocimiento de Dios. 

Sus penitencias han sido el rasgo de su vida más resaltado. Sus biógrafos abundan en descripciones minuciosas al respecto, que debemos considerar cargadas de contenido imaginario, aunque indudablemente la piedad de su época llevaba a los fieles a expresar el arrepentimiento mediante penitencias corporales. Sin embargo, mucho más significativa que sus mortificaciones físicas, fue su empeño en encauzar su natural deseo de ser admirada por sus dotes artísticas y por sus obras, buscando el olvido de sí misma en su sacrificada labor solidaria. El Papa Inocencio IX hizo de ella uno de sus mejores elogios: “Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones”. 

Finalmente, no se puede dejar de apreciar su personalidad, en particular, su temple de carácter, junto con su ternura y delicadeza. Rosa goza de autoridad moral en la Iglesia de Lima y por ello es capaz de dialogar con las autoridades religiosas sobre el trabajo pastoral o aconsejar a clérigos relajados para que reformen sus vidas. En 1615, ante la amenaza del corsario holandés Joris van Spilbergen (que saqueó las costas de Chile y Perú), Rosa congrega en la iglesia de Santo Domingo a una gran cantidad de gente para orar por la superación del peligro. Junto a estas características de mujer fuerte y decidida, Rosa demuestra un fino sentido artístico en el cultivo de la música y de la poesía, y en el amor a la naturaleza. Desarrolló una admirable capacidad para percibir en todo la presencia de Dios. 

Pidamos, pues, a nuestra santa patrona que siga intercediendo por el Perú, por todos nuestros hogares, para que reine la paz y la unión, y el país avance hacia su desarrollo integral con justicia y equidad.

viernes, 29 de agosto de 2025

Martirio de Juan Bautista (Mc 6, 17-29)

 P. Carlos Cardó SJ 

Banquete de Herodes, mural de Fra Filippo Lippi (1452 – 1465), Catedral de Prato, Toscana, Italia

En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano".
Por eso Herodes lo mandó encarcelar.
Herodías sentía gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?".
Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista".
Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron. 

El interés principal de Marcos en todo su evangelio es dar a conocer la identidad de Jesús, responder a la pregunta que Jesús planteará a sus discípulos: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Para ello refiere cómo fue visto por sus parientes y sus paisanos, por los maestros y jefes religiosos, por la autoridad política y por el pueblo sencillo. Va haciendo ver que Jesús echa por tierra esquemas y estereotipos prefabricados sobre el modo como Dios se revela, actúa y juzga. Con su modo de revelar a Dios, Jesús desenmascara el sistema montado por las clases dominantes para mantener sus privilegios y ganancias, condena las alianzas que se forjan entre el poder religioso y el político para mutuo beneficio y, sobre todo, revela el amor salvador e incondicional de un Dios padre de todos, que a todos llama, pero muestra una particular predilección por los indefensos y los de limpio corazón. Por todo ello, Jesús se irá convirtiendo en un peligro para el poder establecido, que ve necesario rechazarlo con violencia. Puede verse aquí el motivo por el que Marcos relata amplia y detalladamente la muerte del Bautista, que prefigura la del Salvador, de quien fue el precursor. 

Todos los elementos que entran en juego en el encarcelamiento y muerte del Bautista aparecerán después en la pasión y muerte de Jesús: la maldad humana, la hipocresía y doblez, las intrigas, la corrupción de las costumbres y de las instituciones, la injusticia, es decir, todo aquello que el evangelio de Juan designa como la maldad, el odio y la ceguera del mundo (cf. Jn 9, 39-41; 15, 18-21). 

Domina la narración de la muerte de Juan, la figura femenina de Herodías, que es presentada como su verdadera enemiga. Lo odia a muerte porque ha reprobado su unión con Herodes, estando aún vivo el hermanastro de éste con quien estaba casada. No te es lícito tener a la mujer de tu hermano, le había dicho Juan a Herodes, condenando su acción escandalosa. Por eso Herodías busca la manera de suprimirlo, pero choca con la resistencia de su concubino que teme a Juan porque sabe que es un hombre santo y cuando le oye hablar le deja perplejo. La ocasión propicia para doblegar su resistencia y llevar a cabo su mal propósito, la encuentra Herodías en el banquete que el rey organiza por su cumpleaños, invitando a los grandes de su corte. 

En medio de la fiesta salta a la escena la hija de Herodías (llamada Salomé por el historiador Flavio Josefo), baila en el centro del salón y entusiasma al rey y a sus invitados. Por pura jactancia, Herodes le promete a su hijastra, bajo juramento, que le dará lo que ella pida, aunque sea la mitad de su reino. El plan de Herodías tendrá éxito; con descarado cinismo manda a su hija que pida la cabeza del Bautista. El rey se entristeció, pero a causa del juramento y de los invitados, no quiso contrariarla. Y fue así como, de inmediato, fue martirizado el inocente. La muchacha llevó a su madre la cabeza del Bautista. La maldad se impuso. El poder del mal, activado por el adulterio, el falso honor y la frivolidad, quita de en medio al testigo que lo contradice y descalifica. Es la suerte del profeta que cae por denunciar la corrupción de las costumbres. A los ojos del mundo, la verdad y la justicia del profeta pierden. Pero en realidad él sale vencedor. Su muerte demuestra que los valores que ha defendido valen más que la vida: no es un simple perdedor, es un mártir. Eso fue Juan Bautista, y su muerte sangrienta anticipó la de Jesús, el testigo fiel (Ap 1,5; Hebr 12,2). 

La Iglesia, fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe (Hebr 12,2), perdería toda credibilidad si no recorriera hoy, como en sus comienzos, el camino profético trazado por su Maestro, en la defensa de Dios y de la vida de todo ser humano. Libre de toda atadura terrenal, se hace capaz de testimoniar con su palabra y sus acciones la justicia que se nos ha manifestado en Jesús. Como él, será siempre un signo de contradicción para todo aquello y todos aquellos que defienden sistemas sociales y modos de vida contrarios a la dignidad de la vida humana y a los valores del evangelio.

jueves, 28 de agosto de 2025

Estén atentos (Mt 24, 42-51)

 P. Carlos Cardó SJ 

Parábola del mayordomo justo, óleo sobre lienzo de Andrei Mironov (siglo XX), galería de pinturas de Andrei Mironov, Ryazan, Rusia

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre.
Fíjense en un servidor fiel y prudente, a quien su amo nombró encargado de toda la servidumbre para que le proporcionara oportunamente el alimento. Dichoso ese servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que le encargará la administración de todos sus bienes.
Pero si el servidor es un malvado, y pensando que su amo tardará, se pone a golpear a sus compañeros, a comer y emborracharse, vendrá su amo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará severamente y lo hará correr la misma suerte de los hipócritas. Entonces todo será llanto y desesperación". 

Este texto corresponde al llamado discurso escatológico de Jesús. En él responde a quienes le preguntan “cuándo” será el fin del mundo. Hace ver que el “cuándo” es siempre, el tiempo de lo cotidiano; es allí donde se realiza el juicio de Dios. En nuestra existencia de todos los días se decide nuestro destino futuro en términos de salvación o perdición, de estar con el Señor él o estar lejos de él. La vida o la muerte dependen de cumplir o no la palabra que el Señor nos ha dirigido: Mira que pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… ¡Elige pues la vida! (Dt 30 15-20). Al final se recoge lo que se ha sembrado. 

Con una comparación y una parábola, el texto nos hace ver en qué consiste la actitud de vigilancia. La comparación del amo de casa que no sabe cuándo vendrá el Señor exhorta a poner cuidado para que la muerte no sorprenda. Con imágenes propias de la cultura de su tiempo, la parábola advierte que en lo cotidiano nos jugamos nuestra realización definitiva o nuestro fracaso. No en acontecimientos extraordinarios, sino en los de cada día construimos o echamos a perder nuestra morada eterna. Por tanto, hay que estar preparados, vigilantes, en vela. Esta actitud significa ser consciente de que ante un acontecimiento futuro imprevisible y de carácter decisivo para el destino de la persona, no se puede estar dormido, despreocupado o indolente. Discernir las cosas y vigilar nos sirve para ver a Dios con nosotros en la vida de todos los días. Quien lo busca y reconoce, con hechos y no sólo con palabras, lo encuentra. 

La parábola describe la actitud que puede asumir un empleado a quien su jefe pone al frente de todos sus trabajadores para que los provea de lo que necesitan. Puede cumplir bien el encargo que se le da o puede hacer de las suyas, aprovechándose de la ausencia de su patrón. Se le ha dado una gran responsabilidad; de él depende comportarse como es debido o sufrir las consecuencias. Si cumple, el jefe lo premiará, promoviéndolo a administrador general de todos sus bienes. Si no cumple, será despedido. 

La descripción del castigo –con el rigor que merecen los hipócritas–, hace referencia probablemente a los fariseos y maestros de la ley, así como a todos los que dicen una cosa y hacen otra, tienen una apariencia de fidelidad a la ley pero son y actúan de manera contraria y, finalmente, no escuchan ni cumplen la voluntad de Dios revelada en Jesucristo. 

Por el tono alegórico del relato, el amo de casa podría representar a los dirigentes: son los que el Señor ha puesto al frente de su casa y son ellos los primeros que han de cultivar la actitud de vigilancia, obrando con justicia y caridad. Siervos son todos los miembros de la comunidad cristiana. Se les exhorta a imitar a Jesús, que se hizo siervo de todos. Ellos reciben la misma responsabilidad de servir la vida de los demás haciendo oportunamente lo que se debe. Y deben mostrarse fieles y vigilantes porque, de lo contrario, puede volver el Señor de improviso y quedar ellos en una situación comprometida. 

Texto como éstos, lejos de pretender asustarnos, nos invitan a la responsabilidad con nosotros mismos. El miedo y el sentimiento psíquico de culpabilidad no bastan para construir una personalidad consistente, aunque en determinadas circunstancias pueden cumplir una función orientadora de la conducta del yo. Lo que debemos ser en todo momento se nos muestra contemplando a Jesús. Mirarlo a él es ver cómo se puede vivir una vida plena. De hecho, lo que llamamos juicio de Dios sobre nosotros no es otra cosa que el juicio práctico que hacemos ahora de Jesús: lo aceptamos como nuestra norma de vida o lo negamos, lo servimos en los hermanos o pasamos de largo.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Sepulcros blanqueados (Mt 23, 27-32)

 P. Carlos Cardó SJ 

Daniel en el foso de los leones, óleo sobre lienzo de Briton Riviere (1892), publicada por Thomas Agnew e hijos, colección privada, Londres

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: `¡Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas!’. Con esto ustedes están reconociendo que son hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus padres comenzaron!" 

¡Sepulcros blanqueados! En esta parte de su discurso contra los fariseos, Jesús alude a la costumbre judía de blanquear cuidadosamente las tumbas para hacerlas bien visibles y evitar que la gente las tocase involuntariamente, quedando con ello inhabilitados (impuros) para el culto en el templo. Jesús critica la moral de las formas y de las apariencias, cuyo principal empeño consiste en mantener una apariencia bien compuesta, solemne y atractiva, pero que muchas veces puede ocultar incoherencias y maldades. Al exterior, aparente santidad, impecabilidad y buen nombre; pero en realidad lo que se busca es la autojustificación, llegando para ello al desprecio del amor verdadero y de sus exigencias concretas para con el hermano. El amor verdadero, en cambio, obra siempre con sencillez y puede incluso parecer torpe por cierta falta de formas diplomáticas, pero ante las injusticias y el dolor de los hermanos no se escabulle, no teme mancharse las manos ni busca refugio en formas y discursos de mera connivencia. Así actuó Pilato. 

¡Edifican mausoleos a los profetas! Se venera a los profetas porque ya están muertos.  Se alaban sus discursos, pero para volverlos inofensivos. Se exaltan las cosas buenas que anunciaban, pero se callan las cosas que denunciaban y que siguen conmoviendo las conciencias. 

¡Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado…!, dicen los fariseos. Jesús les hace ver que es fácil criticar el pasado, darse golpes de pecho por los pecados de los antiguos, pero no hacer nada para que no se reproduzcan en el presente. Se llega incluso al prurito de arremeter contra las cruzadas, la inquisición, la persecución de las brujas, la extirpación de las idolatrías…; pero más vale arrepentirse de lo que ahora se sigue haciendo, pues –desde muchos puntos de vista– es la misma historia de violencia. Más aún, ¿no será peor nuestra historia con su diabólico afán de consumir, explotar y contaminar el hábitat humano, la vida en el planeta? ¿Cómo juzgarán a esta generación las generaciones futuras? 

Con sutil ironía Jesús exhorta a los fariseos a llevar a término la obra que sus antepasados iniciaron. ¡Completen, pues, lo que sus antepasados comenzaron! Alude a los propósitos homicidas que aquellos mantuvieron frente a los profetas, y que les llevaron a promover o apoyar su muerte en ejecuciones sumarias. Es lo que quieren hacer con él, les advierte Jesús a sus oyentes. La misma violencia con que actuaron sus antepasados les llevará a darle muerte. Completarán así la historia del rechazo a los enviados de Dios, porque él es el mensajero definitivo, portador de la salvación, que les transmitió la llamada definitiva a la conversión. Es el tema de la parábola de los viñadores homicidas, ya propuesta por Jesús (Mt 22,1-14). Es el colmo al que llegarán los fariseos: rendir homenaje a los antiguos profetas y matar al mesías que ellos anunciaron. 

Jesús, en este punto, no duda en emplear las amenazas que Juan Bautista dirigió a sus interlocutores (Mt 3,7). Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparán a la condenación del fuego que no se apaga? La realización de este anuncio se cumple ahora en Jesús y en sus enviados, los evangelizadores, que serán igualmente perseguidos como los profetas, maestros y sabios de Israel, desde el justo Abel hasta Zacarías, cuya sangre cayó sobre el altar. La maldad acumulada, que recae sobre el judaísmo farisaico por reproducir la maldad de sus antepasados, tendrá un final desastroso, como advierte Jesús en la parábola de estilo apocalíptico que viene a continuación de este texto.

martes, 26 de agosto de 2025

La hipocresía de los fariseos (Mt 23, 23-26)

 P. Carlos Cardó SJ 

Miniatura que representa a Jesús discutiendo con los fariseos después de curar en sábado. Cristoforo de Predis (1476) Códice de Predis, Biblioteca Real de Turín, Italia.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que tenían que practicar, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito, pero se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con su rapacidad y codicia! ¡Fariseo ciego!, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio por fuera". 

Jesús critica la hipocresía de los fariseos, vicio que constituye un peligro en todas las religiones y movimientos espirituales. En particular, Jesús critica la hipocresía subyacente a la actitud de muchos guías ciegos que convierten la religión en un conjunto de prácticas reglamentadas, de cuyo cumplimiento se obtiene fama de justo. 

Este afán de justificarse el hombre por sus obras, llevaba a querer asegurarse la salvación con el legalismo. La ley mosaica se había desmenuzado en centenares de normas que regulaban la vida cotidiana hasta en lo más mínimo, pero que llevaban al mismo tiempo a olvidar lo más importante: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Por eso los recrimina el profeta Isaías: Así dice el Señor: Este pueblo… me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina” (Is 29,13). A esto se refiere Jesús al decir: ¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley: la voluntad de Dios, la misericordia y la fe! 

Frente a ello, Jesús propone el amor al Padre y a los hermanos, que si es verdadero llevará al hombre a actuar siempre con delicadeza, teniendo cuidado de lo pequeño, pero sin caer en el escrúpulo, ni en la manía ritualista. 

¡Guías ciegos que cuelan un mosquito, pero se tragan un camello! Legalismo absurdo que hace prestar atención al detalle, pero impide ver el conjunto. La liturgia y la vida espiritual se mecanizan con el detallismo ritualista. 

Critica también Jesús la religiosidad de la pura apariencia, que había llevado a la obsesión por la limpieza y purificación aun de los utensilios domésticos, vasos y platos, con olvido de la purificación interior de la persona, que es lo importante. Bajo una exterioridad cuidada al máximo, se oculta rapiña y corrupción. Hay que purificar primero el interior de la persona. La obra de Dios consiste en la purificación del corazón, en la creación de un espíritu nuevo, participación de su mismo espíritu: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme; no me arrojes de tu presencia, no retires de mí tu santo espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación, fortaléceme con tu espíritu generoso (Sal 51, 12-14). Espíritu firme, santo y generoso. Así puede el hombre tener un corazón como el de Dios, ser misericordioso, como el Padre es misericordioso (Lc 6, 36). 

El fariseísmo es una amenaza constante a la vida cristiana porque tienta bajo apariencia de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia del amor salvador del Señor, se fija solamente en los mandatos y prohibiciones.  Lleva así a confiar más en la ley, que en la gracia-amor que se nos da y es la que salva. Conduce a la vanagloria por los méritos propios y al rechazo de los otros, a no comportarse como hermano. 

Bajo apariencia de bien. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda; pero también, y más sutilmente, puede venir disfrazado con la máscara de la observancia. Entonces es difícil reconocerlo. Es la hipocresía de quien se sirve de la Palabra (de la Iglesia, de las instituciones religiosas, de los roles y funciones, etc.) para obtener beneficio propio, aprobación, vanagloria, no gloria de Dios.

lunes, 25 de agosto de 2025

Contra fariseos y escribas (Mt 23, 13-22)

 P. Carlos Cardó SJ 

Presencia de Dios en el tabernáculo, ilustración de la Biblia y su historia enseñada por mil lecciones de imágenes, editada por Charles F. Horne y Julius A. Bewer en 1908

Jesús les dijo: “¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el reino de Dios! ¡Ustedes no entran ni dejan entrar a los que lo intentan! ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que devoran los bienes de las viudas, mientras hacen largas oraciones para que se les tenga por justos! ¡La sentencia para ustedes será más severa! ¡Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un prosélito, y cuando lo consiguen, lo hacen merecedor del fuego el doble que ustedes! ¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: Quien jura por el templo no se compromete, quien jura por el oro del templo queda comprometido!¡Necios y ciegos!, ¿qué es más importante? ¿El oro o el templo que consagra el oro? Ustedes dicen: Quien jura por el altar no se compromete, quien jura por el don que hay sobre el altar queda comprometido. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante? ¿La ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Pues quien jura por el altar jura por él y por cuanto hay sobre él; y quien jura por el templo jura por él y por quien lo habita; y quien jura por el cielo jura por el trono de Dios y por el que está sentado en él". 

El texto es continuación del discurso contra la hipocresía de los fariseos y escribas. Al leerlo conviene pensar qué posible aplicación tiene al día de hoy, pues el fariseísmo sigue siendo un peligro para todas las religiones y para la Iglesia. Fariseo significa puro; eso se creían los miembros de este partido. Jesús pone en guardia contra el peligro de convertir su comunidad en una secta de puros. Asimismo, el fariseísmo aparece cuando se dictan normas para que otros las cumplan y cuando no se pone en práctica lo que se enseña. Fariseísmo es servirse de la Palabra (de la Iglesia, de las instituciones religiosas, incluso de las normas morales) para obtener algún beneficio propio, aprobación y gloria vana según el mundo, pero no la gloria de Dios. Los fariseos de todos los tiempos exhiben su religiosidad o su saber de las cosas de religión y moral para aparecer como grandes, doctos, eruditos que están para enseñar, pero no para aprender. El fariseísmo se infiltra bajo apariencia de bien, disfrazado con la máscara de la observancia de las normas y preceptos; presenta el evangelio como ley, no como lo que es: buena noticia de la comunicación y comunión entre Dios y sus hijos e hijas. 

Las contradicciones que Jesús desenmascara en este discurso son: la hipocresía del decir y no hacer, el celo por buscar prosélitos para asemejarlos a ellos y no llevarlos a Dios, el legalismo y la falta de discernimiento, el ser intachable en lo exterior pero perverso en su interior (sepulcros blanqueados), la dureza para juzgar a los demás y la incapacidad para soportar el juicio de la verdad. 

El «ay» profético que Jesús pronuncia seis veces por el mal proceder de los fariseos y escribas, no es de lamento por una situación triste, sino de advertencia severa del fin desastroso al que se encaminan por confundir a la gente. Son los enemigos de Jesús, responsables directos de que la mayoría del pueblo de Israel no creyera en él. Es como un ajuste de cuentas decisivo a los malos dirigentes. Seis veces los llama «hipócritas», por vivir en contradicción entre lo que dicen y lo que hacen. Son lo contrario de lo que deben ser los discípulos de Jesús que escuchan la palabra de Dios que él les comunica y la llevan a la práctica (cf 7,24-27). 

El primer «ay» es porque los maestros de la ley y los fariseos, haciéndose los jueces de vivos y muertos, cierran la puerta del reino de los cielos, es decir, de la salvación, a los que se les antoja, sin advertir que haciendo eso ellos mismos se condenan. Pedro, como representante de la comunidad cristiana, recibió las llaves para, en nombre de Cristo, abrir a los fieles las puertas del reino de los cielos (Mt 16, 19) mediante la transmisión oficial y normativa de los contenidos de la fe cristiana. Los letrados y fariseos, en cambio, considerados los intérpretes oficiales de la ley, centraban su práctica en la búsqueda de la pureza exterior, dejando de lado el núcleo más importante de la ley: la misericordia, el derecho y la fidelidad. Obrando así ellos mismos quedaban fuera de la justicia del reino y confundían a la gente en vez de guiarla a cumplir lo que Dios quiere. 

El segundo “ay” amplía la denuncia anterior. Los letrados y fariseos, que no permiten entrar a las personas en el reino de los cielos, realizan sin embargo una tenaz actividad proselitista para convertir a la fe de Israel y a la observancia rigorista de la ley a gentes de otras naciones. Pero una vez convertidos los volvían más fanáticos aún que ellos mismos y por ello doblemente merecedores de la perdición. La expresión que se emplea es exagerada, pues los fariseos no recorrían “mar y tierra” para “hacer un solo prosélito”, pero sí hacían enormes esfuerzos para lograrlo. 

El tercer “ay” es para los mismos leguleyos a quienes califica de torpes y ciegos porque se valen de triquiñuelas para exonerar a quienes les interesa de las obligaciones morales que han contraído con sus promesas y juramentos. Estos “guías ciegos” mantenían a las personas en su ceguera. Son, por tanto, el polo opuesto del único Maestro, Jesús, que abolió los juramentos y los sustituyó por la veracidad de la palabra dada, que compromete totalmente a la persona. 

Aunque estas formulaciones evangélicas no son fáciles de comprender en su literalidad, queda clara a los lectores de hoy la enseñanza de Jesús acerca de la honestidad personal y la necesidad de refrendar con la propia conducta la fe que se profesa. Por lo demás, la labor evangelizadora de la Iglesia no ha de tener como objetivo el buscar prosélitos, sino crear fraternidad y promover de manera integral a las personas para que sean libres y responsables.

domingo, 24 de agosto de 2025

Domingo XXI del Tiempo Ordinario – La puerta estrecha (Lc 13,22-30 –)

 P. Carlos Cardó SJ 

La santa cena, vitral de autor anónimo en la Catedral de la Santa Trinidad, Addis Abeba, Etiopía

En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?".
Jesús le respondió: "Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos". 

Jesús en su camino a Jerusalén anuncia el don de la salvación que Dios ofrece y enseña las condiciones que se requieren para acogerlo. Uno de sus oyentes le hace una pregunta: ¿son pocos los que se salvan? 

Jesús no responde directamente. Hace ver que lo importante no es saber cuántos se salvarán, si serán pocos o muchos. Él quiere, más bien, estimular a sus oyentes a asumir la propia vida con responsabilidad, pues ahora es el tiempo de las decisiones y del esfuerzo necesario para convertirnos a Dios. Viene la muerte y la situación se hace definitiva e irreversible. Por eso dice: Esfuércense en entrar por la puerta estrecha. Es decir, sin lucha y empeño no se consigue nada valioso. Y si hay algo por lo que vale la pena gastar las propias fuerzas es precisamente el logro definitivo de la vida. 

Las palabras de Jesús tienen gran actualidad. En una sociedad permisiva que lleva a confundir felicidad con facilidad, libertad con ausencia de límites, progreso con ganancia mal habida y sin sacrificio, las palabras de Jesús resultan duras, a contrapelo. Pero Jesús no pone exigencias arbitrarias, sino que da la orientación necesaria para vivir la vida con plenitud. 

Al mismo tiempo Jesús llama la atención a sus seguidores para que no se hagan ilusiones: la salvación no está garantizada por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, o ser miembro de una familia religiosa. No basta decir: Señor, nosotros hemos comido y bebido contigo… Siempre es imprescindible la acogida y adhesión consciente de cada uno. Por eso advierte: Vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el reino de Dios. Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. No basta, pues, haber sido bautizado y venir a misa, si esto no va acompañado de una opción libre por Jesús y de un compromiso cristiano efectivo. 

Tampoco Jesús quiere afirmar que la salvación es el resultado del propio esfuerzo. Su predicación del reino de Dios muestra con claridad que la salvación es obra de Dios, es el regalo incondicional de su amor. Sin embargo, no nos salvamos por nuestros esfuerzos, pero sin ellos tampoco. Dios espera siempre nuestra colaboración libre. 

En nuestra fe hay elementos contrapuestos que, a manera de polos dialécticos, hemos de procurar mantener en su tensión propia, sin que uno anule al otro, por ejemplo: gracia divina y libertad humana, lo material y lo espiritual, la esperanza del cielo y el amor a la tierra, el plano natural y el sobrenatural, fe y obras, el don de la salvación y la colaboración humana. 

Jesús dice que él no ha venido a condenar, sino a salvar (cf. Jn 12,47). Y Pablo afirma que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4). Pero con ello no podemos decir que nuestros esfuerzos personales importen poco, pues son absolutamente necesarios. Nos toca poner todo de nuestra parte, pero nos consuela saber que nuestra salvación la cuida nuestro Padre y su Hijo Jesús nuestro Salvador. 

Nada puede hacernos más felices que el sentirnos sostenidos por el amor de Dios y corresponder a él. Entonces, la relación con Dios cambia, se llena de confianza. Lo dice San Juan En el amor no hay lugar para el temor. Al contrario, el amor perfecto destierra el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la perfección del amor (1 Jn 4,18). 

Pero nuestro interior suele estar cargado de imágenes y sentimientos de obligación y culpabilidad. A partir de ahí, se proyecta lo religioso como el campo del deber, no de la gratuidad del amor, de la ley y no del Espíritu que hace libres, de la culpa y no del encuentro personal con Dios, que nos ama tal como somos y nos invita a dejarnos transformar por su amor. Nuestra experiencia religiosa se carga de ley, obligación y culpa. Nos alejamos del Dios de Jesús, que es amor, ternura y misericordia infinita. 

Podemos decir, pues, que el progreso en la vida cristiana consiste en ir aprendiendo a creer (confiar) en el amor de Dios. Si asumimos esta verdad con todas sus implicancias, no dejaremos campo abierto a la laxitud de conciencia. No hay nada más frágil y vulnerable que el amor, pero también nada hay más fuerte y exigente que él. Pero por parte de Dios siempre está disponible para nosotros su oferta del amor que es capaz de cambiarnos. Es lo que dijo Jesús a la Samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios…! Es decir, si creyéramos en el amor que Dios nos tiene, nuestra vida ciertamente sería distinta.

sábado, 23 de agosto de 2025

Fariseísmo (Mt 23,1-12)

 P. Carlos Cardó SJ 

Imprecaciones contra los fariseos, acuarela sobre grafito en papel tejido de James Tissot (1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame `maestros’.
Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar ‘guías’, porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". 

El fariseísmo es una tentación en cualquier religión: practicar las buenas obras, orar,  asistir a los oficios religiosos, cumplir con las tradiciones piadosas, todo puede dar pie a la búsqueda de aprecio y alabanza, o a la fatuidad de una piedad exterior que no va acompañada de la rectitud interior y del testimonio de una vida verdaderamente honesta. Por eso, fariseísmo es sinónimo de hipocresía. 

En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos. Ustedes hagan lo que ellos digan, pero no imiten su ejemplo porque no hacen lo que dicen. Jesús no ataca a la autoridad magisterial que, desde Moisés hasta los escribas y rabinos (muchos de los cuales eran de la secta de los fariseos) se ejercía en la “cátedra” de las sinagogas. Lo que él censura es la incoherencia, el decir y no hacer, el predicar una doctrina buena y llevar una conducta que deja que mucho que desear. Palabras, sermones, cartas, pronunciamientos son necesarios, y atacarlos en bloque sería una necedad. Lo censurable es la incoherencia entre lo que se predica y lo que se vive. No basta predicar, es necesario practicar; entonces la enseñanza se hace creíble. Cuando las obras no corresponden a las palabras, se da un antitestimonio que, en vez de hacer el bien, escandaliza, confunde y desanima. 

Fariseísmo es también equiparar la fe a una teoría que se aprende y se transmite, pero que no cambia a la propia persona. Se pude saber mucho de religión y no practicarla. Además, el evangelio no es algo que se dice para que otros lo cumplan, sino para, en primer lugar, aplicárselo a sí mismo y luego transmitirlo. Sólo así la enseñanza es eficaz. 

Fariseísmo es sinónimo también de legalismo. Ocurre cuando se propone el evangelio como un conjunto de deberes y no como lo que es: buena noticia, don del amor de Dios que capacita para amar a los demás como él nos ama. Contra este fariseísmo actúa el Espíritu que hace ver las leyes y normas morales y religiosas no como un fin, sino como medios para realizar lo que él nos inspira. Sin el Espíritu que da vida, la ley mata, se convierte en hipocresía, pervierte la fe, tranquiliza la conciencia y da la falsa seguridad de sentirse salvado. La ley de Cristo es el corazón nuevo que Dios crea en nosotros: el amor que hace cumplir la voluntad de Dios. Esta ley está inscrita en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Guiado por ella, el cristiano distingue en su interior las variadas formas de egoísmo con que puede engañarse y discierne la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12, 2). 

Fariseísmo es buscar la seguridad de las normas y de lo que está mandado. Se puede, sí, aparecer como fervoroso, observante y “seguro”, pero se corre el riesgo de envanecerse con la propia fidelidad hasta despreciar a los demás, actuar por el deber y no con la gratuidad del amor y, lo que es peor, creerse autor de su propia santidad. Desde el inicio de su predicación, en el sermón del monte (Mt 6, 1-18),  Jesús reprobó la ostentación farisaica. Lo hizo al enseñar el verdadero sentido de la oración, el ayuno y la limosna –tres pilares de la religión– que pueden convertirse en exhibicionismo espiritual para ganar fama entre la gente. Es lo que hacen los fariseos que alargan sus filacterias y distintivos religiosos y les gustan los primeros puestos en los banquetes y asambleas. 

Jesús ha venido a revelarnos que Dios es Padre y que todos somos hijos y hermanos. Él nos hace ver como bueno lo que ayuda a vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros, y como malo lo que lo impide. Por eso aconseja no llamar a nadie maestro, padre o jefe. Y aunque no se trata de quedarnos en la literalidad de su enseñanza, pues de hecho Pablo se llama padre (1 Cor 4,15) y doctor y maestro de los gentiles (1 Tim 2, 2 Tim 1), es ridículo ufanarse de los títulos clericales o religiosos y confundir respeto a la autoridad con el uso de tratamientos que, por lo demás, ya nadie entiende. Lo que hay que procurar es humildad y no orgullo, modestia y no vanidad, sencillez y no ostentación, servicio y no dominio o afán de poder. Hoy la “cultura mediática” exige quizá más que antes el cuidado de la imagen y siempre habrá que velar para que “la mujer del César sea no sólo honesta, sino que lo parezca”. Pero mucho mayor cuidado hay que tener con las relaciones basadas en convencionalismos y con las apariencias que enmascaran malas conductas. El evangelio exige no dejarnos contaminar por este ambiente de la apariencia y mentira.

viernes, 22 de agosto de 2025

La anunciación del Señor (Lc 1, 26-38)

 P. Carlos Cardó SJ 

La anunciación, témpera sobre lienzo de Rafael Sanzio (1502-03), Pinacoteca Vatina, Museos del Vaticano, Roma

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?".
El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó. 

Contemplar a María de Nazaret es contemplar la imagen de una persona humana plenamente realizada en Dios. Ella nos muestra aquello que podemos llegar a ser si acogemos la palabra de Dios en nuestra vida. Porque la grandeza de María consiste en haber obedecido la palabra del Padre, hasta engendrar en su carne al Hijo de Dios. 

Dice San Lucas, que fue enviado el ángel Gabriel a una joven prometida como esposa a un hombre descendiente de David, llamado José; la joven se llamaba María. Dios se ha determinado a entrar en la historia humana para dársenos a conocer y realizar nuestra redención. Para ello se ha fijado en María, una muchacha judía que se preparaba para celebrar su boda con José, el carpintero del pueblo. La encarnación de Dios no va a ser un acontecimiento espectacular, se hará en el silencio y la pobreza, en lo oculto y lo sencillo. Así actúa Dios, así se nos manifiesta. 

Todo en María ha sido predestinado por Dios con vistas al cumplimiento de su voluntad de salvar a la humanidad enviando a su Hijo al mundo. Dios ha buscado a María, ha querido encontrarse con ella desde su eternidad. El sueño de Dios en favor de sus hijos puede al fin realizarse. Y Dios viene, se une a nosotros, se incorpora en nuestra historia, sella su alianza con nosotros para siempre. 

...darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús... será llamado Hijo del Altísimo, Dios le dará el trono de David... Todos los títulos mesiánicos que se le van a atribuir al Hijo de María se resumen en lo que proclama el ángel. El Hijo de María es el Hijo de Dios Altísimo. Sin embargo, pasará treinta años en una aldea, y luego como predicador itinerante en un país pobre, rodeado siempre de gente sencilla, realizará su obra lejos de las esferas de la riqueza y del poder de este mundo. El Reino de Dios es diferente. Al lado de María aprendemos los valores del Reino. Ella nos acoge en la escuela de Nazaret, para que Jesús nos enseñe los caminos del Reino y podamos tener los mismos criterios que Jesús enseñó y vivió. 

¿Cómo será esto...?, preguntó María. María no se intimida ante el Altísimo, se atreve a dirigirle esta pregunta espontánea y natural. El Dios de María no infunde temor, sino confianza; se puede ser uno mismo ante él. Por eso, como todos aquellos que se han sentido llamados a una gran misión, ella expresa sus dudas, su turbación, su sentimiento de incapacidad. La obediencia de la fe lleva primero a remontar las dificultades del creer. María no teme, pues, reconocer ante su Dios su propia incapacidad frente al designio divino que trasciende toda humana razón: ¿cómo podrá ser esto si no tengo relación con ningún varón? 

Muchas Marías se han sucedido desde entonces, muchas hermanas y hermanos nuestros a lo largo de la historia han experimentado, a diferentes niveles, la emoción de ser enviados a realizar algo grande, superior a los que creían posible. Lo hicieron porque confiaron en Dios como si todo dependiera de él y no de ellos y, al mismo tiempo, pusieron todo de su parte como si todo dependiese de ellos. 

Hágase en mí según tu palabra, es la respuesta de María al ángel. Acoge el plan de Dios en total obediencia. Dios ha encontrado una madre que le haga nacer entre nosotros. Con su fe, que le hace referir toda su existencia al Dios que todo lo puede, María no duda en responder: Hágase. En su palabra halla eco el Hágase divino, por el que fueron creadas todas las cosas. Su Hágase anuncia la nueva creación. María pone a disposición del Padre su cuerpo virginal, para que su Hijo pueda tener un cuerpo humano por obra del Espíritu Santo. Lo imposible se hace posible. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.