domingo, 19 de octubre de 2025

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario – Parábola del juez y la viuda (Lc 18,1-8)

 P. Carlos Cardó SJ 

El juez injusto, acuarela de John Everett Millais para la obra Las Parábolas de Nuestro Señor (1863), Museo de Arte de Harvard, Estados Unidos

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola: "En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’. Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’".
Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?". 

A veces nos preguntamos por qué Dios no escucha nuestras oraciones y no interviene para resolver nuestros problemas o cambiar nuestra suerte. La parábola del juez y la viuda hace ver la eficacia de la oración que alimenta la confianza del creyente. 

Esta parábola es similar a la del hombre que va a medianoche a casa de su amigo para pedirle tres panes, porque le ha llegado un huésped y no tiene con qué atenderlo (Lc 11,5-8). Si el dueño de casa no se levanta a dárselos por ser su amigo, lo hará al menos para que no siga molestando. Asimismo, en el presente texto, el juez inicuo que hacía oídos sordos a las súplicas de la pobre viuda, le hará justicia al menos para que no vuelva a buscarlo. Con ambas parábolas Jesús inculca la necesidad de orar siempre con confianza y perseverancia (Flp 1,4; Rom 1,10; Col 1,3; 2 Tes 1,11). 

Un dato significativo es que se trata de una viuda, que en la Biblia representa el estamento más desamparado de la sociedad (Ex 22,21-24; Is 1,17.23; Jr 7,6). En este caso, la viuda, sin esposo ni hijos que la defiendan, enfrenta a un enemigo. La pobre no puede hacer otra cosa que suplicar con insistencia que se le haga justicia. La parábola concluye: si un juez inmoral termina por atender a la viuda, ¿qué no hará Dios por sus hijos e hijas que claman a él día y noche? (Dt 10,17-18; Eclo 35,12-18). 

La parábola no puede ser interpretada como una invitación a la pasividad. La viuda pone todo de su parte para resolver su problema, insiste hasta la saciedad ante el juez, reclamándole justicia. Por consiguiente, la fe y la oración no consisten en endosarle a Dios lo que corresponde a la propia responsabilidad y esfuerzo. La fe y la oración no nos eximen de tener que poner los medios a nuestro alcance para solucionar nuestras necesidades; tampoco nos retiran del mundo que debemos procurar transformar. La fe y la oración nos llevan a enfrentar los problemas, a poner solidariamente nuestros talentos al servicio del prójimo que nos necesita y al servicio de la sociedad, a leer desde el evangelio nuestra realidad y a inspirar nuestras acciones con los criterios y valores del reino proclamado por Jesús. Oración y esfuerzo personal son inseparables y se determinan por entero a la consecución de su objetivo: ver a Dios en todo y verlo todo en Dios, vivir unido a él en el propio interior, en las relaciones con los demás y en la actuación y trabajo. 

De este modo, la fe es el fundamento de la oración y la oración robustece la fe. Por eso el creyente sabe que, después de haber puesto todo lo que está de su parte para hallar solución a los problemas, como si todo dependiera de él, debe abandonarlo todo en manos de Aquel que ve finalmente lo que más nos conviene y hará mucho más que lo que nuestras débiles fuerzas pueden lograr. 

Leyendo páginas bíblicas como ésta se puede ver que Dios no es un omnipotente impasible, sino un ser que se inclina y hace suya la suerte de sus hijos e hijas que levantan los ojos a él esperando su misericordia (cf. Salmo 122). Dios escucha sus súplicas. Por eso el pasaje que comentamos se cierra con esta frase lapidaria de Jesús: ¿Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que les hará justicia sin tardar (Lc 18,7). 

El cristiano, consciente de la compañía y providencia de Dios, no debe desfallecer sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar. Sólo la oración lo mantendrá 

sábado, 18 de octubre de 2025

Envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

Catequesis, témpera de Jõao Candido Portinari (1941), Fundación Hispana en la Biblioteca del Congreso, Washington DC, Estados Unidos

Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir.
Les dijo: "La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes". 

La mies es mucha y los obreros pocos. La frase de Jesús contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. Al mismo tiempo, la frase hace tomar conciencia del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios que en la Iglesia requieren una dedicación especial. Sin oración al Señor de la mies, sin familias que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes, religiosos y laicos, el problema seguirá. 

Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso designó y envió discípulos y discípulas. El número 72 simboliza una totalidad: todos los que creemos en Cristo somos apóstoles, discípulos y misioneros. La misión es cosa de todos y para todos. 

Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son halagüeñas, las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros, tiempo breve. El mundo al que Jesús envía es complejo y siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin. Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas y a transmitirlos, es ver que pronto o tarde se hacen objeto de críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. Nunca ha sido fácil vivir auténticamente el cristianismo. Cuando esto ocurre, el cristiano se acuerda de las palabras del Señor: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33). 

Las instrucciones que dio Jesús a los 72 discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo del Señor y en solidaridad con los hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Jesucristo. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble. 

No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida, para poner toda la confianza en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto es capaz de servir libre y desinteresadamente: libre de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones que contradigan los valores del evangelio; libre para dirigirse a su meta sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino, libre para no buscarse a sí mismo sino a Jesucristo y el bien de los demás -¡libre para amar, libre para servir! 

La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quien se ha identificado con el Señor siente dentro de sí una profunda paz y sabe comunicarla. Paz a esta casa, dicen los discípulos, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, siempre en misión de construir paz. Pero no una paz ingenua y barata, sino la que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social… 

La misión a la que Jesús envía es consecuencia del bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no se puede ser seguidores suyos y colaboradores de su misión.

viernes, 17 de octubre de 2025

Cuidado con la hipocresía (Lc 12, 1-7)

 P. Carlos Cardó SJ 

Expulsión del paraíso, fresco de Masaccio (1424), Basílica de Santa María del Carmen, Florencia, Italia

En aquel tiempo, la multitud rodeaba a Jesús en tan gran número que se atropellaban unos a otros. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía. Porque no hay nada oculto que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse. Por eso, todo lo que ustedes hayan dicho en la oscuridad, se dirá a plena luz, y lo que hayan dicho en voz baja y en privado, se proclamará desde las azoteas. Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a aquellos que matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Les voy a decir a quién han de temer: Teman a aquel que, después de darles muerte, los puede arrojar al lugar de castigo. Se lo repito: A él sí tienen que temerlo. ¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios; y por lo que a ustedes toca, todos los cabellos de su cabeza están contados. No teman, pues, porque ustedes valen mucho más que todos los pajarillos". 

Jesús sigue aconsejando a sus discípulos contra el fariseísmo y se ha juntado una multitud para oírlo. Miles se agolpaban…hasta pisarse unos a otros. 

Ahora quiere hacerlos conscientes del influjo que puede tener en ellos la mentalidad farisaica y, más en concreto, la “hipocresía” que los caracteriza. La comunidad de Jesús debe reprobar tal actitud y no dejar que contamine las relaciones entre las personas. 

Jesús compara la hipocresía con la levadura, no en su sentido positivo de elemento necesario para hacer el pan, sino en el sentido de la corrupción que proviene de la fermentación y que afecta a toda la masa. De hecho toda fermentación puede ser vista tanto en su aspecto positivo como en su aspecto negativo. Para Pablo la levadura nueva de la sinceridad y la verdad hace fermentar la masa de la comunidad pascual (1 Cor 5,6-8); para Jesús la hipocresía de los expertos en la ley es la levadura que puede corromper a sus discípulos. 

La palabra hipócrita designa, en primer lugar, al protagonista del coro de las tragedias griegas. Para Jesús, la hipocresía es la doblez, la máscara o disfraz que tapa la verdadera personalidad y el comportamiento de una persona; es el disimulo y la apariencia. Por eso ha llamado a los fariseos sepulcros blanqueados (Lc 11,44), pues esconden lo que realmente son con el disfraz de gente recta y piadosa. Lo que debe caracterizar al discípulo de Jesús es la sinceridad y la transparencia plena, intachable. 

Desde Adán, la búsqueda de protagonismo, el disimular los propios defectos y limitaciones, el pretender ser omnipotente y no aceptarse simplemente como ser humano, son las tentaciones que llevan muchas veces a actuar de manera insensata, crearse conflictos y terminar siendo insoportable para los demás. Los consultorios de psiquiatras y psicólogos están llenos de gente que, como Adán después de su rebeldía, no saben qué hacer con su desnudez y se llenan de miedos. Jesús viene a quitar el velo de la mentira para llevarnos a la aceptación de nuestra verdad de hijos e hijas amados por Dios. El discípulo no tiene por qué ocultar nada si actúa con transparencia y sencillez de vida. Y debe estar siempre vigilante porque los comportamientos se asumen por imitación, sobre todo si son formas de comportamiento de personas importantes. 

La frase de Jesús que viene a continuación subraya lo dicho. No hay nada escondido que no llegue a saberse… Es una reiterada invitación a hablar con claridad y llaneza, sin dobles lenguajes. Y para inspirar confianza a los discípulos los llama amigos míos. La amistad que despierta confianza aleja el temor. 

No teman, dice Jesús repetidas veces en este capítulo. El temor básico es el de la muerte; ya sea la muerte entendida como el final de la vida, o como referida al morir, perder, acabarse, frustrarse algo que amamos y cuya pérdida nos recorta lo que vivimos o queremos vivir. De ese miedo a “esa” muerte que toda vida comporta provienen muchas agresividades defensivas y muchas depresiones también y encerramientos de la persona en sí misma, que son una verdadera esclavitud. Sólo se vence ese miedo a la muerte del cuerpo y de las cosas, afirmando la superioridad de otros valores que perduran. Un texto de la carta a los Hebreos afirma la liberación interior, profunda, que Cristo ha venido a ofrecer: vino a compartir con nosotros nuestra condición humana (la carne y la sangre) y liberar a aquellos a quienes el miedo a la muerte los tenía esclavizados de por vida (Heb 2,14). 

El Señor no quiere que sus discípulos tengan miedo sino conciencia y responsabilidad. Que no teman a Dios, sino al mal, a la vida echada a perder. El llamado “temor de Dios”, que la Biblia señala como principio de la sabiduría, no es miedo sino respeto. El miedo proviene de la conciencia de nuestra pequeñez, pero es una pequeñez que Dios protege, porque valemos mucho para él. Dios es amor que cuida, es providencia. Su ternura se extiende sobre todas sus criaturas (Sal 145). Providencia del Padre con las aves del cielo y las flores del campo. Ustedes valen más que los pájaros.

jueves, 16 de octubre de 2025

La hipocresía de los escribas y fariseos (Lc 11, 47-54)

 P. Carlos Cardó SJ 

Juicio en el sanedrín, óleo sobre lienzo de Nikolay Ge (1892), Galería Tretyakov, Moscú, Rusia

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: "¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas. ¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso".
Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras. 

Los fariseos (= “separados”) tenían prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida apartada del mundo impuro. En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús, pero se puede suponer que las comunidades que escribieron los evangelios recargaron las tintas en muchos pasajes para reprobarlos porque, a partir del 70 d.C., fueron los fariseos los que más encarnizadamente persiguieron a los cristianos. 

A menudo aparecen como los interlocutores críticos más importantes de Jesús, quien a pesar de todo tuvo amigos entre ellos; algunos lo invitaban a comer (Lc 11, 37; 14, 1) y otros como José de Arimatea y quizá también Nicodemo (Mc 15, 43; Jn 3, 1-15) pasaron a formar parte del grupo de sus discípulos o de sus simpatizantes. Jesús los tomó en serio y ellos a él, porque ambos buscaban en serio la voluntad de Dios. Pero rechazó la concepción que tenían de la ley mosaica y entraron en conflicto (Mc 7,11-13; Lc 11,42). 

La ley era todo para ellos y el respeto que le tenían estaba bien, pues era el sello de la alianza de Dios con Israel. Pero por asegurar su cumplimiento cayeron en el legalismo y, sobre todo, en el creer que son las acciones realizadas para cumplirla las que aseguran al hombre la salvación sin tener muy en cuenta la gracia de Dios, que es la que salva. Su afán de asegurarse su condición de puros en medio de un mundo que consideraban impuro, y su deseo de tener alguna garantía de la salvación, les hizo perder el sentido del discernimiento que permite distinguir lo que Dios quiere en cada circunstancia –más allá de lo que la ley prescribe–, lo esencial a la fe y lo secundario, la libertad responsable, el libertinaje y la sumisión pasiva a lo que está mandado. 

Jesús, con su nueva moral del amor, que puede ir más allá de la ley cuando está de por medio la vida de un ser humano –como en el caso de sus curaciones de enfermos en sábado– intentó hacerles ver que con la ley uno puede pervertir su fe, tranquilizar su conciencia, darse la seguridad de sentirse salvado y creerse superior a los “impuros” y pecadores. 

Algunos fariseos formaban parte del Consejo de los Ancianos (Sanedrín) y muchos eran rabinos. Hubo un rabinismo fariseo muy extendido dentro del judaísmo en tiempos de Jesús y después de él. Iban tras la gente buscando adeptos y promoviendo el cumplimiento no sólo de las normas legales contenidas en la Biblia, sino también las tradiciones que ellos habían creado para asegurar la “pureza” ritual. Por eso Jesús dirá que dictan leyes que ellos mismos no son capaces de cumplir. Y pondrá en guardia contra el peligro de querer convertir su comunidad de discípulos en una secta de puros (separados). Él ha venido a buscar lo perdido. 

Esas inconsecuencias son las que Jesús tiene más en cuenta cuando se dirige a los expertos en la ley –que suelen seguir las enseñanzas del rabinismo fariseo– y lo hacen todo para que los alaben. Por eso edifican mausoleos a los profetas, pero olvidan que fueron sus propios antepasados quienes los asesinaron. Veneran a los profetas porque ya están muertos, alaban lo que anunciaban, pero se callan las cosas que denunciaban. Así, en vez de testimoniar la sabiduría de Dios, mantienen la línea de maldad de sus antepasados, y por eso se les pedirá cuentas de la sangre de todos los profetas. 

Una frase de Jesús de especial relevancia es ésta: Ay de ustedes doctores de la ley, que se han apoderado de la llave del conocimiento… El templo es la “casa del conocimiento”, donde se aprende la Palabra. Los rabinos fariseos y los doctores tienen la llave, pero se quedan fuera y defraudan al pueblo sencillo que quiere conocer. Ellos determinan lo que hay que enseñar y lo que no, lo que el pueblo debe saber y lo que no. Y, para colmo, no quieren reconocer que transmiten una idea falsa de un Dios sin misericordia. 

Por todo esto, los escribas y fariseos comenzaron a acosar a Jesús, pero no cumplirán su mal propósito ahora, sino cuando llegue la hora. Entonces, en la cruz, brillará la sabiduría que confunde a los sabios (1Cor 1,19) y Jesús cargará sobre sí los pecados de todos, incluso de los fariseos. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34). 

El fariseísmo no es cosa del pasado, se nos mete bajo apariencia de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia de unión entre los hombres y con Dios. Lleva al rechazo de los otros, a juzgar, a no comportarse como hermano. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda; pero también, y más sutilmente, puede venir disfrazado con la máscara de la observancia legal. Entonces es difícil reconocerlo.