lunes, 15 de diciembre de 2025

La autoridad de Jesús cuestionada (Mt 21, 23-27)

 P. Carlos Cardó SJ 

San Juan Bautista bautizando, óleo sobre lienzo de Nicolás Poussin (1635), Museo del Louvre, París, Francia

Jesús entró en el templo y se puso a enseñar. Se le acercaron los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado tal autoridad?”.
 Jesús les contestó: “Yo a mi vez les haré una pregunta, si me la responden, les diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía?, ¿de Dios o de los hombres?”.
Ellos discutían la cuestión: “Si decimos que de Dios, nos dirá que por qué no le creímos; si decimos que de los hombres, nos asusta la gente, porque todos tienen a Juan por profeta”.
Así que respondieron a Jesús: "No sabemos". Él les replicó: "Pues tampoco yo les digo con qué autoridad lo hago". 

La palabra de Jesús es eficaz, hace lo que significa: produce el perdón, reconcilia con Dios, le hace recibir la gracia/amor de Dios, da salud física y espiritual, anticipa la venida del reino de Dios. 

Lo que más choca a sus oyentes, en especial a fariseos y escribas, es que habla en primera persona: Han oído que se dijo… Pues bien, Yo les digo. Se pone en el lugar de Dios. Igualmente, cuando se refiere al templo, al sábado y a las purificaciones cultuales: se pone encima de la Ley y de las tradiciones religiosas. Esa autoridad sólo de Dios le podía venir. O era Hijo de Dios y con razón reivindicaba el espíritu divino y había que seguirlo, o era un embustero y había que castigarlo por blasfemo y falso profeta. 

Además, los escribas, sumos sacerdotes y fariseos ven amenazados sus privilegios y la autoridad que detentan. Jesús no sólo tiene una autoridad mayor que la de ellas, sino que ejerce la autoridad de manera nueva y enseña a ejercerla así: El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir… 

Jesús, por su parte, no se echa atrás a pesar de la hostilidad que despierta. Reivindica abiertamente para sí el espíritu y poder de Dios como el Ungido: El espíritu de Dios sobre mi, me ha ungido, me ha enviado… Si expulso los demonios con el poder de Dios es que el reino de Dios ha venido ya… 

El texto se inserta inmediatamente después de la acción profética que realizada por Jesús para purificar el templo. Causa indignación en los sacerdotes y ancianos, garantes del culto en el templo. Por eso lo encaran y preguntan sobre la autoridad con que ha hecho eso. 

Jesús responde con otra pregunta. Así se responde a quien no desea realmente oír la respuesta. El diálogo entonces es inútil e imposible. Jesús alude al Bautista, con lo cual retuerce la pregunta y la pone en contra de los mismos que la han hecho, provocándolos. Jesús obliga a tomar posición respecto a él, claramente: o se está a favor de él o se está en contra. No hay término medio. 

El bautismo de Juan, ¿de dónde provenía?, les pregunta. Juan era el punto de llegada de los profetas. Juan el mayor de los profetas anunció la venida del Mesías y denunció las injusticias que se oponían al reinado de Dios. Llamó a la conversión y anunció el perdón. Juan no dudo en considerar a Jesús como el más fuerte que venía detrás de él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el portador del espíritu de Dios. Juan invitó a sus propios discípulos a ir tras Jesús; los movió a cerciorarse ellos mismos de que Jesús era el que había de venir. 

Pero las autoridades del pueblo y los fariseos no quisieron seguir a Juan. Ahora, por la pregunta de Jesús, se sienten sin salida. Están en un dilema. Si dicen que Juan era enviado de Dios, se condenarían a sí mismo, perderían prestigio, se le podría preguntar: ¿y por qué no lo siguieron? Si dicen que su bautismo era obra puramente humana, afirman que Juan era un falso profeta, con lo cual se pondrían con contra del pueblo que creyó como un hombre enviado por Dios. 

Dios nos pone así a veces, en dilemas, frente a los cuales aparecen nuestras resistencias y se hace necesario pedir: Señor, que vea, Señor, conviérteme a tus caminos. 

Jesús revela la verdad del ser humano, interpela, conmueve. Su palabra es espada de dos filos, corta y deja al descubierto. Ha sido puesto como signo de contradicción, ha venido a poner de manifiesto los pensamientos de los corazones. Pero podemos decirle con confianza: Júzgame Señor y ponme a prueba, conoce mi interior… (Sal 139). Siempre nos juzga con misericordia.

domingo, 14 de diciembre de 2025

III Domingo de Adviento – ¿Eres tú el que ha de venir? (Mt 11, 2-11)

 P. Carlos Cardó SJ 


En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?".
Jesús les respondió: ''Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí".
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él". 

El tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la alegría por la invitación que se hace al inicio de la liturgia con las palabras de Pablo: Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres…El Señor está cerca (Flp 4,4). La razón de estar alegres es la cercanía del Señor. Esto quiere decir que la alegría cristiana no es el simple sentimiento de optimismo que nace de la naturaleza humana, sino la certeza de que en el encuentro personal con el Señor uno es liberado de todo aquello que puede recortar el gusto por vivir y es afianzado en la confianza de que Dios, fuente de toda alegría, está con nosotros y no nos abandona. “La alegría del Evangelio –dice el Papa Francisco– llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, n.1). 

La alegría cristiana es hija de la esperanza que no defrauda. Por eso, el tiempo del adviento despliega ante nuestros ojos el anhelo universal de los pueblos a la paz, que es felicidad y prosperidad para todos, tal como los profetas de Israel la describieron y la anunciaron para el tiempo de la venida del Mesías. Que en sus días florezca la justicia y la paz dure eternamente (Sal 72,7). 

Isaías es el profeta de la esperanza y del consuelo. No es un visionario ni un ideólogo, sino un hombre realista que sufre por la crisis que vive su pueblo y comprende que no bastan los esfuerzos humanos para que la situación cambie, sino que se debe poner la confianza en el poder de Dios. La ruina en que ha caído Israel, con gran parte de su población desterrada en Babilonia, invadido el país y destruida Jerusalén, aparece ante sus ojos como una gran desolación sólo semejante a un árido desierto, del que nada se puede esperar. Sin embargo, la fe del profeta le hace descubrir un nuevo amanecer: la fuerza de Dios desplegará su poder y saltarán de alegría el desierto y la tierra reseca, la llanura se llenará de flores…, y dará gritos de alegría. 

Algunos contemporáneos del profeta vivieron el júbilo de la vuelta a la patria: fue como un nuevo éxodo de Israel. Sin embargo, con el tiempo comprobarían que la realización definitiva de la esperanza, anunciada por el profeta, no se había logrado todavía y había que seguir esperando. De una forma o de otra, todos los pueblos han vivido esta experiencia de ver ya cumplidos sus anhelos pero todavía no en la plenitud a la que su esperanza apunta. 

Por lo demás, desiertos como los pintados por Isaías existen hoy por todo el mundo. ¿Cuántos enfermos crónicos, personas desocupadas, emigrantes lejos de su patria, pobladores de barrios de miseria, no se sienten incapaces de salir del desierto en que sobreviven apenas? Por eso tienen actualidad las palabras de Isaías: ¡Ánimo, no teman!, …miren a su Dios que ya viene en persona a salvarlos. Una mirada en fe como la del profeta hace ver la acción de la gracia divina y hace posible la confianza. 

En la segunda lectura, el apóstol Santiago habla de la “paciencia” con que se ha de vivir la espera de la venida del Señor. El ejemplo que pone es el del labrador que espera el fruto precioso de la tierra, aguardando con paciencia las lluvias que lo harán posible. Así también los cristianos han de vivir su fe con constancia y fortaleza en medio de las adversidades y sufrimientos, porque la venida del Señor está próxima. 

En el evangelio volvemos a ver a Juan Bautista, otro de los personajes centrales del adviento. Juan desde la cárcel envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir? Jesús responde remitiendo a las obras que hace en favor de los pobres, enfermos y pecadores. Siempre reconocemos al Señor por lo que hace por nosotros. 

Las obras que Jesús realiza hacen ver que no es el mesías que muchos esperaban, cargado de poder temporal y de fuerza guerrera, sino el mesías anunciado por Isaías en sus cánticos sobre el Siervo de Yahvé: es decir, un mesías cargado de humanidad, en quien se revela Dios como padre de todos, protector de los pequeños y los débiles. 

Isaías había dicho del tiempo del Mesías: Entonces se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo oirán, saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo cantará. 

Jesús Mesías manda decir a Juan: Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… En la respuesta de Jesús vemos la realización de las aspiraciones humanas, él es nuestra esperanza. Esto es lo que hace en nosotros y lo que quiere realizar, por medio de nosotros, en el mundo. 

Ya está cerca la Navidad. Abramos el corazón y la mente a Dios y a su Hijo que viene a demostrarnos cuánto ama Dios al mundo. Con María, que sostiene y guía nuestra esperanza, nos preparamos. Expresamos el deseo de ser en verdad “Servidores del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo”.

sábado, 13 de diciembre de 2025

La venida de Elías (Mt 17, 10-13)

 P. Carlos Cardó SJ 

Profeta Elías, óleo sobre lienzo de autor anónimo (siglo XVIII), Museo Nacional del Prado, España

En aquel tiempo, los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?".
Él les respondió: "Ciertamente Elías ha de venir y lo pondrá todo en orden. Es más, yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana. Del mismo modo, el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos".
Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista. 

Juan Bautista, junto con el profeta Isaías y la Virgen María, es una de las figuras protagónicas del Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor en Navidad. Fue el precursor, el hombre fiel y leal, que supo ceder el paso al que era más que él, y preparó a la gente para que lo siguieran como el Mesías esperado. 

Muchos fueron a oírlo y hacerse bautizar por él en el río Jordán, pero con excepción de un pequeño grupo de pescadores de Galilea, la mayoría no quiso escuchar su llamada al cambio de actitudes, ni aceptaron la exhortación que él les hizo de reconocer en Jesús al Mesías. Siguieron esperando que Elías, el profeta arrebatado al cielo, volviera para preparar la inminente llegada del día de Yahvé, grande y terrible en que aparecería el Mesías verdadero. Este regreso anunciado por Malaquías (4, 5) era un componente importante de la esperanza judía. 

Jesús confirma esta esperanza: Sí, Elías tenía que venir a restablecerlo todo. Pero la interpreta de otra manera. Afirma que ha venido ya, y que le ha ocurrido lo mismo que a todos los profetas: tampoco le creyeron e hicieron con él lo que quisieron. Y añade que lo que hicieron con el profeta, lo harán también con él. El Hijo del Hombre corre la misma suerte, va a padecer mucho de mano de los hombres. 

Los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista. Comprendieron que la misión que los profetas habían asignado a Elías la había cumplido cabalmente Juan Bautista con su llamada última a la conversión antes de la venida del Señor, y con su muerte sangrienta, que había anticipado la de Jesús. 

Con frecuencia Jesús reprocha a los fariseos, y a la gente influenciada por ellos, que han cerrado la mente para no entender y convertirse: tienen ojos para ver pero no ven. Asimismo, en otras circunstancias y por otros propósitos, también hoy podemos ver lo que nos conviene y ahorrarnos el esfuerzo de tener que cambiar. Conocemos partes de la realidad, no su totalidad, y podemos aferrarnos a lo conocido como lo único existente y válido. Además, estamos condicionados por innumerables influjos exteriores que inducen en nosotros pensamientos y criterios, patrones de conducta, hábitos de consumo y estilos de vida, que deberíamos tener el coraje de revisar. La honestidad con nosotros mismos y las exigencias prácticas de la fe nos llevan a reconocer qué tipo de pensamientos y acciones hemos adquirido de nuestro medio ambiente, qué visión distorsionada o “conciencia falsa” de la realidad y de los valores hemos asimilado, y qué consecuencias tiene todo eso en nuestra vida. Ocurre que hay muchas señales que Dios ha ido poniendo en nuestro camino, pero no las comprendemos o no las queremos comprender. Es lo que les pasaba a los oyentes de Jesús: esperaban a Elías, pero Elías ya había venido. Oían al Bautista y hasta se dejaban bautizar por él, pero no ponían en práctica su llamada al cambio.

viernes, 12 de diciembre de 2025

La Visita de María a Isabel – (Lc 1, 39-45)

 P. Carlos Cardó SJ 

Encuentro de María e Isabel en presencia de San Jerónimo, San José y otras personas, óleo sobre lienzo de Pelegrino Tibaldi (siglo XVI), Rijsmuseum (Museo Nacional de Ámsterdam), Países Bajos

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel.
En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".
Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava". 

San Lucas quiere con este pasaje dar a conocer el significado que tiene Israel en la historia de la salvación. Para ello, hace que los personajes tengan un carácter de símbolo de la relación que tiene el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. 

Por medio de María, Dios visita a su pueblo y hace que su pueblo, simbolizado en Isabel y en el hijo que lleva en su seno, lo reconozca. Llega así a su fin la larga espera de dos mil años: Israel ve cumplidos sus anhelos, Dios se demuestra fiel a su promesa. Isabel y María se saludan, promesa y cumplimiento se besan. En Cristo Salvador, Dios y la humanidad se unen. Israel (Isabel) y María (la Iglesia) se encuentran, Dios en María viene a visitar a su pueblo y en él a toda la humanidad. 

Se ven también en el pasaje las dos actitudes más características de María: su servicio y su fe. Dice Lucas que María va de prisa, movida por la caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una mujer en avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la alegría que cada una, a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios. María va de prisa, no para comprobar las palabras del ángel, pues ella cree en lo que se le ha dicho sobre Isabel; va a ayudar. Y el servicio que María aporta a Isabel integra el anuncio de Jesús, comporta la salvación prometida: Isabel quedó llena del Espíritu Santo” y “el niño que llevaba en su seno saltó de gozo. 

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! es el saludo de Isabel a María.  Bendita entre las mujeres era el saludo de Israel a las grandes mujeres de su historia, que jugaron un gran papel en la victoria de Israel sobre sus enemigos (ver el libro de los Jueces, cap. 4, y el de Judit, cap.13). María, con su obediencia a la Palabra, contribuye a la victoria sobre el enemigo de la humanidad: lleva en su seno al fruto de la descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente, como estaba predicho en el relato del Génesis (cap. 3). 

En su respuesta, Isabel proclama a María: ¡Bienaventurada tú, que has creído! Es la primera bienaventuranza del Evangelio, que Jesús confirmará después, cuando diga: ¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la llevan a cumplimiento¡ Éstos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Pocos títulos atribuidos a María expresan mejor que éste la función tan excepcional que le tocó desempeñar dentro del plan de salvación realizado en su Hijo Jesucristo: María es la creyente, “modelo” de todo creyente. Por eso es la llena de gracia, la Madre del Salvador, y también la Madre y figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes. 

Al oír las palabras de Isabel, María dirigió la mirada a su propia pequeñez, y luego a la generosidad de Dios y entonó un canto de alabanza: Celebra mi ser la grandeza del Señor... María es consciente de que toda su persona, su ser mujer, es un don de Dios y a él lo devuelve en un canto de alabanza. Ella intuye que las generaciones la llamarán bienaventurada, no por sus méritos propios, sino por las obras grandes que el Poderoso ha hecho en su favor al darle la vida y elegirla para ser madre del Salvador. Por eso no duda en recalcar el contraste que hay entre su pequeñez de sierva y la grandeza, poder y misericordia de Dios, a quien ve como el santo, el todopoderoso, el misericordioso. En el canto de María laten los corazones agradecidos, que reconocen la acción de Dios en los acontecimientos de la propia historia personal y en la historia de la humanidad.