jueves, 4 de diciembre de 2025

Hacer la voluntad del Padre (Mt 7,21.24-27)

 P. Carlos Cardó SJ 

La casa construida sobre arena, ilustración de autor anónimo publicada en: A book of the best stories from the New Testament that mothers can tell their children, publicado en 1906

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente". 

A los que escuchan sus enseñanzas pero no las ponen en práctica, Jesús les propone la parábola de dos hombres que construyen su casa de diferente manera. El primero, considerado “prudente”, edifica firmemente sobre roca, de modo que cuando vienen las tormentas, las crecidas de los ríos y los fuertes vientos, la casa resiste por sus buenos cimientos. El segundo en cambio, es un “necio” que construye en un terreno arenoso, sin las debidas precauciones, y el resultado es lamentable porque la casa no soporta el embate de los fenómenos atmosféricos y se viene abajo. Los valores y enseñanzas de Jesús son el fundamento firme para una vida bien construida; no tenerlos en cuenta es echarla a perder, “desgracia grande”. 

En la predicación y, sobre todo, en el ejemplo de vida de Jesús se delinea una ética bien concreta, un modo recto de proceder, que vale tanto para los cristianos como para toda persona que aspire a forjarse una vida verdaderamente valiosa para sí y para los demás (Mt 28,19s).  Jesús hace ver que para lograr este proyecto de vida es importante interiorizar los valores, de lo contrario la persona no podrá actuar con convicción cuando esté sometida a la presión de los propios impulsos, sufra frustraciones o se vea envuelta por la multitud de “voces” que desde el exterior impactan en su conciencia y pugnan por dirigir su conducta. Jesús no busca únicamente que la persona sepa cuál debe ser la recta ordenación moral de sus actos, sino que aprecie la validez de sus enseñanzas, ponga en ellas el afecto de su corazón (es decir, procure que movilicen su afectividad y sus sentimientos) de modo que la muevan desde su interior, y no como imposiciones externas. Esta persona sabrá discernir en cada circunstancia cuál ha de ser su modo de proceder y sabrá mantener un estilo de vida coherente y ejemplar. 

En la actualidad ya no se cree en doctrinas y discursos, y se ha perdido confianza en las instituciones. Lo que convence es la coherencia y autenticidad de las personas, más que las declaraciones de principios. Y eso fue lo que Jesús demostró. No enseñó nada que primero él no lo cumpliera. Nadie halló engaño en su boca (1 Pe 2,22), buscó servir y no ser servido (Mt 20,28), y su integridad de vida fue tan patente, que hasta sus adversarios reconocieron ante él: Maestro, sabemos que eres sincero, que enseñas con verdad el camino de Dios y no te dejas influenciar por nadie, pues no te fijas en las apariencias de las personas (Mt 22,16). Con razón pudo decir a sus discípulos, después de lavarles los pies –gesto que sintetiza lo más característico de su persona–: Ejemplo les he dado para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13,15). 

La parábola interpela al lector, le induce a confrontarse con uno y otro para tomar conciencia de su realidad actual. Además, el ejemplo de la casa construida a prueba de adversidades naturales le mueve a pasar de la simple escucha de la palabra del evangelio a ponerla decididamente en práctica. A fin de cuentas, las fuerzas que se desencadenan contra la casa no son sólo las dificultades que uno puede encontrar en la vida, sino la prueba de la autenticidad o inautenticidad que se revelará al final de la existencia.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Segunda multiplicación de los panes (Mt 15, 29-37)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús alimentando a los 5.000, mosaico de autor anónimo del siglo VI, iglesia de San Apolinar el Nuevo, Rávena, Italia
De allí Jesús volvió a la orilla del mar de Galilea y, subiendo al cerro, se sentó en ese lugar. Un gentío muy numeroso se acercó a él trayendo mudos, ciegos, cojos, mancos, y personas con muchas otras enfermedades. Los colocaron a los pies de Jesús y él los sanó. La gente quedó maravillada al ver que hablaban los mudos y caminaban los cojos, que los lisiados quedaban sanos y los ciegos recuperaban la vista; todos glorificaban al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de esta gente, pues hace ya tres días que me siguen y no tienen comida. Y no quiero despedirlos en ayunas, porque temo que se desmayen en el camino».
Sus discípulos le respondieron: «Estamos en un desierto, ¿dónde vamos a encontrar suficiente pan como para alimentar a tanta gente?».
Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?».
Respondieron: «Siete, y algunos pescaditos».
Entonces Jesús mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes y los pescaditos, dio gracias y los partió. Iba entregándolos a los discípulos, y éstos los repartían a la gente.
Todos comieron hasta saciarse y llenaron siete cestos con los pedazos que sobraron.

El texto es muy similar al de la primera multiplicación de los panes de Mt 14, 13-21. Después de un breve sumario de las curaciones que Jesús realiza, (v. 30s) sigue un diálogo con los discípulos (v. 32-34) y luego el milagro de los panes (v. 35-38). Se ubica con más exactitud el lugar geográfico –en un monte a orillas del lago de Galilea–pero todo lo demás recuerda lo que se ha leído antes en la primera multiplicación de los panes. Las repeticiones y evocaciones de hechos memorables son un recurso lingüístico de los evangelios. 

En este relato los discípulos no van a decirle a Jesús que despida a la gente para que consigan de comer porque ya es tarde. Jesús mismo siente lástima de la multitud porque está desde hace tres días con él, no tiene qué comer y no puede despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino. Se resalta por tanto la misericordia característica de Jesús, con que hace suya la necesidad ajena y mueve a los suyos a buscar una solución. La misericordia, en efecto, no es un simple sentimiento o una mirada compasiva ante la dolencia del prójimo. Ella promueve de inmediato el movimiento de la solidaridad para remediarla. 

Conviene advertir que Jesús está en el monte. Es un detalle significativo. El monte en la Biblia es lugar de cercanía con Dios. En el monte Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como habla cualquiera con su amigo (Ex 33, 11). El monte aparece a menudo en la vida de Jesús. Proclamó lo más central de su mensaje en el monte de las bienaventuranzas (Mt 5, 1). En un monte se va a transfigurar ante sus discípulos (Mt 17, 1-3). Y en el monte del Calvario será elevado en una cruz para la salvación del mundo. Acercarse a Jesús es acceder a la máxima revelación de Dios, que actúa en él como misericordia, amor que salva. De ese modo queda subrayado el sentido básico del milagro de los panes: realmente, Jesús sacia el hambre de su pueblo y hace ver que por ser Dios amor misericordioso, él no puede desentenderse del hambre de la multitud. 

El contenido eucarístico de la primera multiplicación de los panes se reproduce en la segunda. Van unidos el pan y el pescado, pues desde muy antiguo ambos elementos representaban para los primeros cristianos el misterio eucarístico, como puede verse en el arte paleocristiano, concretamente en las catacumbas. Las palabras de Jesús sobre los panes: pronunció la bendición, los partió y se los dio, evocaban indudablemente a sus lectores, la celebración de la cena del Señor. La comunidad advirtió que el Jesús que dio de comer a la multitud, les dio a ellos a comer su cuerpo en la última cena y mandó realizar esa misma acción como el memorial de su entrega para la vida del mundo. 

El relato concluye como en el capítulo 14. Jesús despide a la multitud, sube a una barca y se dirige, esta vez, a la región de Magadán, lugar desconocido, que muchos suponen que es Magdala (o la ciudad de Maquedá mencionada en Josué, 15, 37). 

Jesús sigue acompañando a su pueblo con los mismos sentimientos que tuvo ante las multitudes hambrientas de Galilea. Su presencia es tan real y concreta como la de quien da de comer. El grupo de los suyos, reunidos por él en torno a la mesa de su pan compartido, asumen sus mismos sentimientos solidarios y los de sus hermanos y hermanas carentes de pan. La mesa común de la comunidad da a sus vidas el significado del pan, cuya razón de ser no es guardarse sino compartirse. Se realiza así en ellos la presencia viva del Señor, la eucaristía perfecta en el quehacer cotidiano en favor de los demás.

martes, 2 de diciembre de 2025

Bendito seas, Abba (Lc 10, 21-24)

 P. Carlos Cardó SJ 

Cristo con ángeles, mosaico de autor anónimo (siglo I), Basílica de Sant Apolinar el Nuevo,  Rávena, Italia

En ese momento Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos. Sí, Padre, pues tal ha sido tu voluntad. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos; nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; nadie sabe quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera dárselo a conocer".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque yo les digo, que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron". 

Los discípulos han sido enviados por Jesús a predicar y regresan contentos por el éxito alcanzado. Jesús ser alegra y da gracias a Dios, su Padre. Movido por el Espíritu Santo, exclamó: Yo te alabo, Abba, Señor del cielo y de la tierra… Esta oración de alabanza y acción de gracias refleja la intimidad con que se dirigía a Dios, llamándole Abbá. 

Pronunciada por él con toda su resonancia aramea, la palabra Abbá era el modo común como un hijo se dirigía a su progenitor; los niños le decían abbí. Es palabra inequívocamente tierna y confiada para quien la pronuncia y para quien la escucha. Quien la dice se identifica a sí mismo por su íntimo parentesco con el otro. En el caso de Jesús, expresa el afectuoso respeto con que se sitúa ante Aquel de quien procede. Hace ver que ante el misterio de Dios, Jesús siente la máxima cercanía que un hombre es capaz de experimentar. Así trata a Dios y así nos enseña a tratarlo. Es lo más central de cristianismo. Ya no hay cabida al miedo en la relación con Dios, porque el miedo supone el castigo (1Jn 4, 18). Otra cosa es el “temor de Dios, inicio de la sabiduría” (Prov 9,10), que es respeto amoroso y obediente. Ambas cosas, amor y respeto, van siempre juntos. Jesús nos enseña a experimentar así a Dios: como ternura de máxima intimidad y a la vez altísimo Señor de cielo y tierra, más íntimo a mí que yo mismo y a la vez totalmente otro, misericordioso y justo, cuya omnipotencia está siempre a nuestro favor y es capacidad de obrar por nosotros mucho más de lo que podemos esperar y pedir. 

Jesús alaba a su Padre porque el establecimiento de su reinado, el señorío de su amor salvador sobre todo lo creado, ha comenzado ya. Su fuerza transformadora se ha desplegado e irá extendiéndose en su relación con nosotros y con el mundo. Actúa en quienes se dejan conducir por el Espíritu de Jesús y es objeto de nuestra esperanza, pues culminará en el tiempo fijado por Dios. 

Este conocimiento de la voluntad salvadora de Dios es una gracia que llena de esperanza a los humildes y sencillos, pero permanece oculta a los sabios y entendidos de este mundo. Sencillos y humildes son los que ponen su destino en manos de Dios con espíritu de confianza y entrega, seguros de que Dios permanecerá con ellos para siempre, y enjugará toda lágrima de sus ojos  (Ap 7,17; 21,4). 

Sabios y prudentes según el mundo son, en cambio, los que nada esperan ni de Dios ni de los demás, porque ponen su confianza en su propio poder y en lo que tienen. Son los que se sirven y se guardan para sí mismos, quedándose solos al final, con sus vidas vacías y sin promesa. No reconocen que la persona humana sólo se logra a sí misma y se humaniza si se hace hijo de Dios y hermano de su prójimo. Reconocerán finalmente que han construido sobre arena.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Curación del criado del centurión romano (Mt 8, 5-11)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús y el centurión romano, óleo sobre lienzo de Joseph-Marie Vien (1752), Museo de Bellas Artes de Marsella, Francia

Al entrar en Cafarnaún, un centurión se le acercó y le suplicó: "Señor, mi criado está en casa, acostado con parálisis, y sufre terriblemente".
Jesús le contestó: "Yo iré a sanarlo".
Pero el centurión le replicó: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que pronuncies una palabra y mi criado quedará sano. También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace".
Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "Les aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita. Les digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios". 

El milagro del criado del centurión tiene su paralelo en Lc 7, 1-10 y en Jn 4, 43-54. En estos textos, se trata de un funcionario subalterno del rey Herodes Antipas; aquí es un centurión, oficial romano de la guarnición de Cafarnaum. En ambos casos se trata de un personaje de buena posición social y económica pero que, ante la enfermedad de su criado, al que aprecia mucho, se siente impotente. Ante la enfermedad y la muerte se pone de manifiesto la radical impotencia del hombre. De eso sólo Dios salva. 

El relato pone de relieve la relación entre Palabra, fe y vida, y la oferta del don de la salvación a todas las naciones. Los milagros de Jesús en el evangelio son signos naturales que tienen un significado espiritual. Jesús enseña con su palabra y también con sus obras. El signo visible de la curación del enfermo es importante, incluso necesario, pero más importante es lo que significa. Por eso, como en varios otros relatos, la narración del hecho prodigioso es sólo el cuadro exterior de lo que más interesa, que es la enseñanza que contiene. Es de notar que quien enseña aquí es un centurión pagano: enseña a creer confiadamente en Jesús y en el poder de su palabra. Se dirige a él llamándolo Señor, no por simple cortesía, sino porque ha reconocido la autoridad y poder de Dios en él. Por eso cree antes de ver el signo realizado en favor de su criado. Todavía no ha ido Jesús a curarlo y ya él proclama: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. 

La inserción de un texto profético (tomado de Is 49,12; 59,19; Mal 1,11) subraya la otra enseñanza del pasaje: el anuncio de la admisión de los paganos a la salvación, simbolizada en el banquete celestial. Al pueblo que lo rechaza Jesús propone el modelo de fe que les da un pagano. Como Abraham que era un extranjero y que, sin ver, creyó en la palabra de Yahvé y fue constituido padre en la fe de una posteridad bendecida, así también el centurión romano que, sin ver, cree en el poder divino de Jesús, viene a ser modelo de la fe que hace extensiva la bendición de Abraham a todas las familias de la tierra. 

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para que mi criado quede sano. La humildad es otro componente de la fe. Repetimos las palabras del centurión creyente cuando nos acercamos a recibir el Cuerpo del Señor. No somos dignos, lo que se nos da no depende de nuestros méritos. Todo es don y gracia. 

Sea cual sea nuestra condición o el estado en que estemos, cabe siempre la certeza de que el Señor oirá nuestra petición. Pidan y se les dará. Y hay que dejar a Dios enteramente el curso de los acontecimientos. La fe no necesita ver signos y prodigios para tener la certeza del amor del Señor; le basta la Palabra que refiere lo que él ha hecho por nosotros. La confianza es base de la fe y del amor. Dios nos ha mostrado su amor en la entrega de su Hijo, y Jesucristo atestigua su credibilidad con la absoluta coherencia de su mensaje y de su conducta, y sobre todo con la entrega de su persona. No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Eso debe bastar. 

A continuación, Mateo pone un breve sumario de la actividad sanante y liberadora de Jesús. La intención parece ser introducir un texto de Isaías sobre la figura del Siervo de Dios, que carga consigo los dolores y sufrimientos del pueblo. Jesús, el Siervo, asume como propias nuestras flaquezas y enfermedades, que se convierten en el lugar de nuestro encuentro y unión con él.