P. Carlos Cardó SJ
Juan
Bautista predicando en el mar de Tiberias, óleo sobre lienzo de Sebastien
Bourdon (Siglo XVI), Museo de Arte de Portland, Oregon, Estados UnidosEn aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritar les: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'.
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: 'Tiene un demonio'. Viene el Hijo del hombre, y dicen: 'Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir'. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".
Jesús reprende a sus
interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios
a través de Él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les pareció duro,
intransigente, y lo consideraron un loco y un endemoniado; el lenguaje de Jesús,
en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la
misericordia, lo consideran blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los
compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños
caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer
de los demás.
Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en
representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro;
si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo,
había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que
llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.
Vino
Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la
práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron
un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la
venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen
un Dios severo y exigente.
El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de
discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo
contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor
de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la
voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la
inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer
fiesta por el triunfo del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen
por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de
publicanos y pecadores.
Pero la sabiduría ha quedado avalada por sus obras,
añade Jesús. Con estas palabras
invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a
Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que
su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de
ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos
cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón.
¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y
tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para
llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4).
No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión. Se exige
discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar,
encauzar o dominar las propias tendencias.
No siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad
definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me
muestran. La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es clara
señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de la
parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no quieren
ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de tantos
conflictos personales, manifiesta en el fondo una gran incapacidad de decisión,
es decir, no son verdaderamente libres.
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