miércoles, 16 de julio de 2025

Bendito seas Padre (Mt, 11, 25-27)

 P. Carlos Cardó SJ 

Dios Padre, óleo sobre lienzo de Jacob Herreyns (Siglo XVIII), Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica

En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Abbá, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer». 

Este trozo del evangelio de San Mateo es uno de los textos fundamentales del Nuevo Testamento. Se le conoce como el grito de júbilo de Jesús (11,25-27) y hay quienes afirman que estos versículos son quizá los más importantes de los evangelios Sinópticos. 

El texto hace referencia a una típica oración de Jesús. Lo central en ella es el apelativo Abba, Padre, con que Jesús se dirige a Dios. Expresa afecto, cariño, intimidad, y deja ver que Jesús se entiende a sí mismo en relación de hijo a padre con Dios. Es palabra aramea, tierna y primordial para quien la pronuncia y para quien la escucha; el niño (y también el adulto) la dice por el gozo y confianza que la presencia de su padre le causa. Con ella Jesús designa el misterio insondable de Dios con la máxima cercanía que nadie antes había imaginado. Así lo siente y así lo ha integrado en su autoconciencia. Y como se trata de la experiencia afectiva más básica y profunda de un ser humano, se puede decir que la palabra Abba no se refiere al padre poniendo de lado a la madre (como opuesta o inferior a él) sino a un padre que ama con amor maternal, como aquel que más cerca está del niño por su afecto. 

La palabra Abbá dirigida a Dios es central en la fe cristiana. Dios es para nosotros ternura de máxima intimidad, sin dejar por ello de ser al mismo tiempo el Dios altísimo, Señor del cielo y de la tierra. Dios es más íntimo a mí que yo mismo y a la vez totalmente otro, misericordioso y justo, padre y madre. 

Jesús reconoce que su Padre tiene una voluntad que debe cumplirse. Consiste en el establecimiento de su reinado, que ya ha comenzado, pero todavía no ha llegado a plenitud en su relación con nosotros y con la realidad del mundo. Lo podemos ver en la acción de quienes se dejan conducir por la fuerza del Espíritu de Jesús, y es el objeto de nuestra esperanza, pues culminará al final de los tiempos cuando Dios sea todo en todos. 

La revelación de su ser Padre y la venida de su reino, Dios las ofrece como un don (gracia). La reciben los pequeños y los pobres, los de corazón sencillo y los humildes, pero permanece oculta a los sabios y entendidos de este mundo. Los pequeños y los pobres de espíritu son los que viven del deseo de la ternura de Dios, anhelan que se vuelva a ellos y los salve. Los sabios y entendidos, en cambio, no esperan más que lo que ellos son capaces de producir, no reconocen su necesidad de reconciliarse, se quedan llenos de sí mismos pero no de Dios. 

Jesús se alegra de que el amor del Padre se ha revelado ya y todo aquel que lo acoge alcanza el poder de realizarse plenamente como hijo o hija de Dios. Dios ha querido hacernos hijos suyos (Ef 1, 5), así nos ha amado (1 Jn 3,1), y esta condición nuestra la vivimos por el Espíritu que nos hace llamar Abba a Dios. Este Espíritu, dice también San Pablo, viene en ayuda de nuestra debilidad, pues no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inexpresables (Rom 8, 26).

martes, 15 de julio de 2025

¡Ay de ti Corozaim, ay de ti Betsaida! (Mt 11, 20-24)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jeremías se lamenta por la destrucción de Jerusalén, óleo sobre lienzo de Rembrandt van Rijn (1630), Museo Nacional de Ámsterdam (Rijksmuseum), Holanda

Jesús comenzó a reprochar a las ciudades en que había realizado la mayor parte de sus milagros, porque no se habían arrepentido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han realizado en ustedes, seguramente se habrían arrepentido, poniéndose vestidos de penitencia y cubriéndose de ceniza. Yo se lo digo: Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que ustedes en el día del juicio. Y tú, Cafarnaún, ¿subirás hasta el cielo? No, bajarás donde los muertos. Porque si los milagros que se han realizado en ti, se hubieran hecho en Sodoma, todavía hoy existiría Sodoma. Por eso les digo que, en el día del Juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que ustedes.» 

Jesús reprocha a las ciudades galileas de Corozaim, Betsaida y Cafarnaum, donde ha realizado la mayor parte de su predicación y de sus milagros, el no haber aceptado su mensaje y no haberse convertido. Sus reproches están pronunciados como amenazas, pero muchos comentaristas las interpretan más bien como lamentos: dolor del amor no correspondido, dolor de Dios por el mal del hombre. Como los reproches de una madre al hijo que la desobedece y, al obrar así, se hace mal a sí mismo. 

¡Ay de ti! Lamento adolorido por la suerte de quien se niega a aceptar la gracia, el regalo que Dios le hace: ven la obra de Dios, pero lo rechazan. A éstos los compara Jesús con Tiro y Sidón, ciudades opresoras que explotaban a los pobres, y cuya injusticia les impidió acoger la Palabra. Se menciona también a Sodoma, la ciudad corrupta. Pero todas ellas son menos culpables. Ellas no vieron las maravillas del amor de Jesús que Cafarnaum y las ciudades galileas vieron. Con el estilo propio de los antiguos profetas, Jesús pone en crisis, conmueve el corazón endurecido, mueve a abrir los ojos. Su palabra juzga, pone de manifiesto lo que hay en el hombre. Pero no condena a la persona; condena el mal, pero no a quien lo comete. A éste, Jesús lo busca, le habla, lo conmueve y está dispuesto a sanarlo. Por eso nos manda que amemos a todos, aun a nuestros enemigos y que no juzguemos a nadie. 

El texto hace ver que con sus actos libres de aceptación o rechazo de la palabra de salvación que Jesús ofrece, se juega la persona su destino final, en términos de felicidad o infelicidad, vida realizada plenamente o vida echada a perder. A medida que, por la acción del Espíritu Santo, nuestra conciencia religiosa se desarrolla y purifica, a medida que maduramos en la fe, alcanzamos a comprender que Dios sólo busca nuestra felicidad antes y después de la muerte, que servirlo por la esperanza de premio o por el miedo al castigo, no es un servicio auténtico. Uno llega a comprender que el castigo viene del mismo mal que se comete. El mal daña, el pecado perjudica a quien lo comete. 

Este es el mensaje central de este texto: Hay que aprovechar el tiempo presente, en el que nos llega la llamada del Señor. No podemos recibir la gracia de Dios en vano, dice Pablo, pues éste es el tiempo favorable, éste es el tiempo de la salvación (2Cor 6, 2). El Señor mismo viene a nuestro encuentro hoy con el rostro del hambriento, del sediento, del que anda desnudo o está enfermo o en la cárcel (Mt 25, 31-46), y en ellos quiere ser reconocido y servido.

lunes, 14 de julio de 2025

Vayan por todo el mundo (Mc 16, 15-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

La ascensión, témpera en vitela publicada en Las muy ricas horas del Duque de Berry (1440 aprox.), Museo Condé, Chantilly, Francia

Jesús les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se niegue a creer se condenará. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba con ellos y confirmaba el mensaje con los milagros que lo acompañaban.
 

Se trata indudablemente de un texto añadido al evangelio de Marcos en una época muy tardía, quizá hacia la mitad del siglo II. La razón que se da a este añadido es la desazón que causaba a las primeras comunidades el final tan abrupto de Marcos que cierra su evangelio con el miedo y huída de las mujeres del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8). Se buscó por eso una prolongación de los relatos que condujeran a un final más adecuado. 

De entre los diversos textos que se escribieron con este fin se escogió éste, por armonizar mejor con la temática general del evangelio de Marcos. Sin embargo, aunque se trate de un añadido, no deja de ser un texto inspirado y canónico, que como tal fue sancionado por el Concilio de Trento. Más aún, varios Santos Padres como Clemente Romano, Basilio, Ireneo lo citan en sus escritos como texto que según ellos no disonaba con el evangelio y contenía innegable valor para la Iglesia. 

El texto refleja las inquietudes y preocupaciones de la primera comunidad cristiana de Roma, en donde fue escrito este evangelio. Son cristianos que no han visto al Señor, pero han llegado a la fe en él por el ejemplo y predicación de los apóstoles y de los primeros testigos. 

Por eso el texto enumera los sucesivos testimonios de la resurrección de Jesucristo aportados a la comunidad. En primer lugar, el de María Magdalena. Se alude a la acción sanante realizada por Jesús en favor de ella, liberándola de siete demonios, es decir, de siete males, siete enfermedades. Luego se subraya el estado de tristeza y llanto en que estaban los discípulos, que no creyeron en el anuncio de Magdalena: al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Se menciona después la experiencia de los de Emaús y el testimonio que dieron a los demás, y que tampoco fue aceptado. Por último, se refiere la aparición del Resucitado a los Once reunidos en torno a la mesa. Y pone aquí el redactor el envío en misión para anunciar la buena noticia a toda criatura. 

La comunidad aparece como el lugar para el encuentro con el Resucitado. Jesucristo permanece en ella, con su palabra y sus acciones salvadoras. Su poder salvador se prolonga en ella. 

Una preocupación de la comunidad debió de ser la permanencia y actuación del misterio del mal en el mundo a pesar de la victoria de Cristo Resucitado. Tendrán que abrirse a la fe/confianza en el Cristo vencedor que, no obstante, sigue actuando también por medio de los creyentes, a quienes ha dotado de poderes carismáticos para enfrentar el mal y vencerlo. 

Jesucristo Resucitado es el verdadero fundamento de la fe de la comunidad cristiana y por medio de ella continúa anunciándose y manifestándose el reinado de Dios y la salvación para el que crea y se bautice. 

La ascensión del Señor, presentada según el esquema de glorificación, revela que Jesucristo reina y que extiende su soberanía a todas las naciones de la tierra por medio de la palabra de sus enviados.

domingo, 13 de julio de 2025

Domingo XV del Tiempo Ordinario - El buen samaritano (Lc 10, 25-37)

 P. Carlos Cardó SJ 

El buen samaritano, óleo sobre lienzo de Henry Scott Tuke (1879), Sociedad Politécnica Real de Cornualles, Reino Unido

Un maestro de la Ley, que quería ponerlo a prueba, se levantó y le dijo: «Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?»
El hombre contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
Jesús le dijo: «¡Excelente respuesta! Haz eso y vivirás.»
El otro, que quería justificar su pregunta, replicó: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Bajaba un hombre por el camino de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron hasta de sus ropas, lo golpearon y se marcharon dejándolo medio muerto. Por casualidad bajaba por ese camino un sacerdote; lo vió, tomó el otro lado y siguió. Lo mismo hizo un levita que llegó a ese lugar: lo vio, tomó el otro lado y pasó de largo. Un samaritano también pasó por aquel camino y lo vio; pero éste se compadeció de él. Se acercó, curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó; después lo montó sobre el animal que él traía, lo condujo a una posada y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente sacó dos monedas y se las dio al posadero diciéndole: «Cuídalo, y si gastas más, yo te lo pagaré a mi vuelta.»
Jesús entonces le preguntó: «Según tu parecer, ¿cuál de estos tres fue el prójimo del hombre que cayó en manos de los salteadores?»
El maestro de la Ley contestó: «El que se mostró compasivo con él.»
Y Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo.» 

La parábola el Buen Samaritano es uno de los textos más hermosos del evangelio de Lucas. Presenta el rostro del Dios que busca al perdido, y el rostro del cristiano que se interesa por el problema de su hermano y ahí se encuentra con Dios. 

Un hombre ha sido asaltado en el camino y ha quedado mal herido. Pasan junto a él tres personajes: un sacerdote, representante de la Ley, un levita, representante del culto (ambos “profesionales” de la religión), y un samaritano, que para los judíos era un hereje. Los tres ven al hombre caído, pero reaccionan de manera diferente. El sacerdote y el levita pasan de largo, por “no ensuciarse las manos” o por pensar: “es un extraño”, “no nos concierne”... El samaritano, en cambio, sintió compasión. Sentir compasión es sufrir con el otro, compartir su situación, ponerse en su lugar; es lo que hace el samaritano. 

El sacerdote y el levita representan a quienes pretenden llegar a Dios, pero no se interesan por la situación del prójimo que sufre: pasan de largo. Son los encargados de las “cosas de Dios”, pero no hacen lo que a Dios más le interesa, atender la vida de sus hijos e hijas que pasan necesidad. Ya los antiguos profetas habían reprobado esa pretensión de reducir la religión a prescripciones externas y costumbres piadosas sin práctica de la justicia y de la misericordia.  ¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro?, dice el Señor… (por el profeta Isaías), desistan de hacer el mal, aprendan a hacer el bien, busquen lo justo, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda (Is 1, 11.16-17). Eso mismo es lo que quiere lograr Jesús con su parábola: que sus oyentes cambien su forma de relacionarse con Dios, se hagan solidarios y misericordiosos porque eso es lo que quiere Dios. 

El mensaje fundamental que recorre toda la Biblia es que el amor a los demás define la autenticidad del ser humano en su relación con Dios, con los demás y consigo mismo. Quien no ama ha “fallado” en su vida, simplemente no es humano. Pero la novedad que trae Jesús es que el amor es, antes que nada, una experiencia que a la persona humana se le hace vivir y que, gracias a ella, puede amar a los demás. San Juan desarrolla esta idea en su 1ª Carta y afirma que si amamos, es porque primero nos ha amado Dios (1 Jn 4, 19). Y por eso Jesús se identifica con el buen Samaritano para hacernos sentir el amor que Dios nos tiene, y movernos a amar a los demás. 

Al mismo tiempo, Jesús se identifica también con el hombre caído en el camino, que es la persona a la que debemos atender y en la que lo atendemos a él. Por eso dirá en el evangelio de Mateo: Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron (Mt 25,40). Por tanto, no se puede dividir lo que Dios ha unido: con un mismo amor amamos a Dios y amamos al prójimo. Porque Dios se ha hecho próximo nuestro, podemos amar a Dios y al prójimo con el mismo amor que del Padre y del Hijo nos viene. 

La parábola nos transmite esta enseñanza de manera sorprendente haciendo que se superpongan dos imágenes, la del hombre caído en el camino y la del samaritano que lo asiste. Queda la impresión de que se disuelven el uno en el otro, hasta ser al final una misma persona. 

El escriba, el sacerdote y el levita deben identificarse con el hombre caído en el camino, del que se hace cargo el Samaritano que luego desaparece en el horizonte hacia Jerusalén, y representa a Jesús. Por su parte, el hombre herido y despojado recobra la salud y se vuelve capaz de socorrer a los que, como él, vea caídos en el camino; hará con los demás lo que hizo Aquel que lo atendió. Se volverá un buen samaritano como Jesús. 

Dios se ha acercado tanto a nosotros que se ha convertido en el pobre maltratado que vemos en nuestro camino -¡es imposible no verlo!- . Más aún, se nos ha acercado tanto, que se ha convertido en el herido que yo soy, y se ha hecho cargo de mí, ha curado mis heridas, me ha alojado y ha pagado por mí. De modo que si se ha identificado así conmigo, yo también debo identificarme así con él. 

Cristo, Buen Samaritano, se prolonga en los samaritanos de hoy y de siempre: hombres y mujeres sensibles al dolor y sufrimiento de la gente, que hacen todo lo que pueden para atender a los caídos. Entre ellos se ha de situar el cristiano porque se ha sentido atendido y curado por él. Ha experimentado la misericordia en su propia persona; siente que tiene que mostrar misericordia.

sábado, 12 de julio de 2025

No tengan miedo (Mt 10, 24-33)

 P. Carlos Cardó SJ 

Gorriones, óleo sobre lienzo de Terance James Bond (1973), colección privada, Gran Bretaña

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al criado ser como su señor. Si al señor de la casa lo han llamado Satanás, ¡qué no dirán de sus servidores!
No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos". 

El texto forma parte de las instrucciones que dio Jesús a sus discípulos antes de enviarlos en misión. En esta sección, los exhorta a no tener miedo (vv. 26.28.31) y a estar dispuestos a dar testimonio (vv.32-33). 

La primera sentencia de este párrafo se refiere a la relación que existe entre el discípulo y su maestro, y entre el siervo y su patrón. El destino de Jesús será también el de sus discípulos. Si lo han calumniado a él, atribuyendo su poder de librar a la gente de espíritus impuros a un influjo de Belcebú, príncipe de los demonios, ellos también sufrirán incomprensiones y ataques. La Iglesia debe contar con la oposición del mundo a su labor evangelizadora. Reproducirá así la via crucis seguida por su Señor y esto mismo le servirá de consuelo y fortaleza. 

No tengan miedo, les dice a sus discípulos de entonces y de ahora. Su misión genera sensación de miedo. Ya en el Antiguo Testamento (en los relatos de vocación), los llamados por Dios perciben en seguida las dificultades de la tarea y buscan escabullirse del encargo recibido. Moisés, ante la magnitud de la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud, se fija en su falta de capacidad y replica: ¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto? Yo no tengo facilidad de palabra... soy torpe de palabra y de lengua (Ex 3,11, 4,10). De manera parecida reaccionan los jueces (Gedeón: Jue 6,15) y los profetas (Jeremías: Jr 1,6). Los discípulos de Jesús saben que, por predicar con libertad, Juan Bautista ha sido asesinado por Herodes (Mt 14,1-12). Ven además que el mismo Jesús, aunque logre el aplauso de la gente sencilla, choca con la resistencia de los dirigentes. Naturalmente les da miedo salir a predicar: no todos los van a recibir ni los van a escuchar (10,14), son enviados como ovejas en medio de lobos, los van a perseguir… (10,16-25). 

En este contexto, Jesús les repite tres veces: ¡No tengan miedo! Quiere que tengan el coraje de anunciar en voz alta, a plena luz, y desde las terrazas los valores del reino de Dios que él les ha transmitido en la intimidad del grupo que ha formado. ¿Y el miedo a la persecución? Tampoco, porque la tarea evangelizadora no se puede paralizar por la aversión que les demuestren sus perseguidores. Podrán quitarles la vida terrena, pero no podrán arrebatarles la vida que perdura. El cuerpo no es la vida; viene de la tierra y vuelve a la tierra. La vida que nadie puede matar es el Espíritu. El problema, por tanto, no ha de ser cómo salvar el cuerpo, sino cómo vivir la vida corporal, temporal, encarnando en ella los valores del reino, pues en esto consiste la vida verdadera. Quien no vive así, está ya muerto. Además, los discípulos de Jesús no deben olvidar que, por encima de todos los poderes del mundo, hay un Dios Padre, en cuyas manos providentes están hasta los gorriones, que no valen más que unos céntimos en el mercado. Y sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. No teman, pues ustedes valen más que todos los pajaritos juntos. 

Así, pues, el seguimiento de Jesús implica empeñar la vida, sin cálculos ni restricciones. Y eso sólo es posible para quienes tienen la certeza de que siguiendo a Jesús alcanzan una indudable plenitud. Con Iglesia ellos saben que hay valores en el evangelio que no se pueden transmitir sino en la cruz y desde la cruz. Esto libra a la Iglesia de querer actuar pensando únicamente en la supervivencia y seguridad de sus instituciones, o en el mantenimiento de favores y privilegios. Obrar así es meter la luz bajo el celemín y volver insípida la sal.

viernes, 11 de julio de 2025

Persecuciones (Mt 10, 16-23)

 P. Carlos Cardó SJ 

Pastor con un rebaño de ovejas, óleo sobre lienzo de Vincent van Gogh (1884), Museo Soumaya, México

"Miren que los envío como ovejas en medio de lobos: sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos como la paloma. ¡Cuídense de los hombres! A ustedes los arrastrarán ante sus consejos, y los azotarán en sus sinagogas. Ustedes incluso serán llevados ante gobernantes y reyes por causa mía, y tendrán que dar testimonio ante ellos y los pueblos paganos. Cuando sean arrestados, no se preocupen por lo que van a decir, ni cómo han de hablar. Llegado ese momento, se les comunicará lo que tengan que decir. Pues no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará en ustedes. Un hermano denunciará a su hermano para que lo maten, y el padre a su hijo, y los hijos se sublevarán contra sus padres y los matarán. Ustedes serán odiados por todos por causa mía, pero el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. En verdad les digo: no terminarán de recorrer todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre". 

Yo los envío como ovejas en medio de lobos. El discípulo queda asociado al destino del Cordero. Siervo inocente soportó sobre sí la violencia del mal y, sin devolverlo, venció al mal. Siervo golpeado por nuestras iniquidades y traspasado por nuestros delitos, sufrió nuestros sufrimientos y cargó con nuestras maldades (Is 53, 7). Así quiso Dios realizar la salvación del mundo y así había simbolizado el profeta la venida del salvador. Jesús asumió libremente este destino por el mismo amor con que el Padre amaba al mundo. 

Identificados con su Señor, los discípulos de Jesús han de estar dispuestos a asumir el mismo destino de su Maestro, se sentirán ellos también rechazados y hostigados como ovejas en medio de lobos. Y habrán de andar con prudencia y sencillez. Prudentes, no con la astucia que engaña sino con la inteligencia con que se disciernen los engaños y peligros, para no exponerse al mal. Sencillos también para confiar siempre en el auxilio del Señor que no les faltará, sobre todo cuando haya que afrontar el mal inevitable. 

Este fue el modo de proceder de Jesús, que será también lo característico de la multitud de testigos suyos que lo seguirán (Hebr 12,1), dispuestos a identificarse con él en su estilo de vida y también en una muerte como la suya. Recordarán que la suerte del Maestro ha de ser la del discípulo y si lo persiguieron a él, a ellos también los perseguirán (Jn 15,20). Los entregarán a los tribunales… como hicieron con él. Los que intentan apagar la verdad con la injusticia no soportarán su forma de ser que contradice radicalmente lo que ellos viven. El justo con su sola presencia desenmascara la mentira del corrupto, que, al no poder hacerlo callar, querrá hacerlo desaparecer de su vista. 

Así darán ustedes testimonio, anunció Jesús. El martirio significa testimonio. La sangre derramada del discípulo sella como supremo testimonio su determinación de vivir hasta el final los valores que el Maestro transmitió. Con su martirio también, el testigo fiel demuestra que esos valores por los cuales ha vivido, valen más que la vida. 

Por eso puede morir en paz, seguro de que el Espíritu hablará en su favor. En el peligro, no le arrebatará ningún espíritu de miedo o de egoísmo, de odio o de violencia, sino el Espíritu de Dios, espíritu de amor que actúa en los corazones, e infunde el coraje (¡mucho más fuerte y eficaz que el de la venganza!) para perdonar incluso a los que lo persiguen. 

El espíritu del mundo, espíritu de injusticia y de conflicto, seguirá extendiendo su influjo aparentemente invencible. Por él, el hermano entregará al hermano a la muerte; se levantarán los hijos contra los padres y los matarán… La falta de moral ataca las raíces de la vida, destruye la convivencia, mata los afectos y los sentimientos. Pero el Espíritu de Cristo se abre paso y asegura la victoria porque ya la anticipó y desplegó para siempre al resucitar a Jesús de entre los muertos. El amor es más fuerte. 

Quien se mantiene en esta fe que vence al mundo, ese se salvará.

jueves, 10 de julio de 2025

Proclamación del reino cercano (Mt 10, 7-15)

 P. Carlos Cardó SJ 

Pobres recogiendo carbón en un pozo abandonado, óleo sobre lienzo de Nikolay Alexeyevich Kasatkin (1894), Museo Estatal de Rusia

“A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento”.
“En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Si esta familia la merece, recibirá vuestra paz; y si no la merece, la bendición volverá a ustedes. Y si en algún lugar no los reciben ni escuchan sus palabras, salgan de esa familia o de esa ciudad, sacudiendo el polvo de los pies. Yo les aseguro que esa ciudad, en el día del juicio, será tratada con mayor rigor que Sodoma y Gomorra”. 

Aparece al comienzo del texto un dicho de Jesús acerca de la preferencia de los miembros del pueblo de Israel como primeros destinatarios del mensaje evangélico. Esta preferencia corresponde a la primera percepción que tuvo Jesús de su misión como centrada en Israel, y que le hizo decir: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15, 24). Y así fue hasta que la negativa del pueblo judío a seguirlo y la hostilidad que sus jefes desarrollaron contra él le llevaría a ampliar su perspectiva hasta el mundo de los paganos y dar alcance universal a su anuncio de la salvación: Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19). Son las dos fases sucesivas que tuvo su actividad pública y la de la primitiva comunidad cristiana: primero la llamada al pueblo de Israel y después la apertura al mundo pagano, entendida por la primera comunidad como voluntad expresa del Señor resucitado. Jesucristo es, pues, el Mesías esperado de Israel y es el salvador y señor del mundo. 

Las instrucciones que Jesús da sus enviados tienen que ver con lo que deben decir y hacer. Deben proclamar no una ideología, ni simplemente una doctrina o una moral sino la buena noticia de que el amor de Dios se ha revelado y se ofrece como salvación para todos. Han de anunciar la cercanía del reinado de Dios con su amor y justicia. Las obras que acompañarán el anuncio deben hacer ver que se ha iniciado ya la era mesiánica, el tiempo del encuentro de la humanidad con Dios en un mundo transformado por la fraternidad, la paz y la justicia. 

Sanar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y expulsar demonios son las mismas acciones que Jesús realizaba, a través de las cuales se podía advertir que el reinado de Dios ya había venido con él. Asimismo, la palabra que él dirigía al pueblo, la seguirán proclamando sus discípulos y será como semilla sembrada en la historia, que brotará y crecerá hasta alcanzar su plenitud en el reino de libertad y de vida. 

Den gratis lo que gratis recibieron, les manda Jesús a sus enviados. La gratuidad es expresión y condición de la libertad. Por eso la tarea evangelizadora se ha de realizar gratuitamente. Aparece así más clara la acción de lo alto. La pobreza hace creíble el mensaje. La búsqueda de lucro, en cambio, puede hacer que el dinero se convierta en el móvil principal del evangelizador y puede pervertir el mensaje. El evangelio promueve relaciones de gracia, amor y servicio, en vez de relaciones basadas en interés y compraventa. La seguridad del apóstol estará en el mensaje de que es portador y en la promesa de su Señor: Yo estaré con ustedes (Mt 28, 20). Obrando así, experimentarán que hay más felicidad en el dar que en el recibir (Hech 20, 35). 

Las otras recomendaciones (no lleven oro ni dinero, ni morral, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón) apuntan a la disponibilidad total que deben mostrar los enviados y a la libertad que han de tener frente a toda atadura o dependencia o todo interés material, para que toda su seguridad radique en la misión misma. Así, libres de todo, vivirán de la hospitalidad que la gente buena les brinde y ellos, por su parte, aportarán a quienes los reciban la paz, el Shalom de los hebreos, que es la paz propia de la era mesiánica, el conjunto de los bienes de la promesa. Pero a quienes rechacen el mensaje del evangelio, no podrán hacer otra cosa que advertirles –con el gesto de sacudirse el polvo de sus pies– que pueden tener un final catastrófico, es decir, echar a perder su vida. Se entra al Israel de Dios acogiendo el don de lo alto, o se queda fuera de la promesa. No acoger el don de Dios es quedar privado de vida. Con ese gesto profético ponen de manifiesto la separación que se ha producido. 

En síntesis: Jesús llama y envía. Tiene necesidad de colaboradores para dar continuidad a su misión de anunciar e instaurar el reino de Dios. Los enviados por él serán delegados suyos que transmitirán sus enseñanzas y realizarán sus mismas obras buenas, pero sobre todo tendrán que procurar vivir como él vivió.

miércoles, 9 de julio de 2025

Envío de los Doce (Mt 10, 1-7)

 P. Carlos Cardó SJ 

Los doce apóstoles, óleo sobre lienzo de Nicolas Frances (Siglo XV), Museo de la Santa Cruz, Toledo, España

En aquel tiempo Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: "No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca." 

Jesús llamó a sus doce discípulos. Quiere prolongarse en el mundo por medio de ellos. Serán sus enviados (apóstoles), representantes suyos; por eso les da los mismos poderes que tenía: expulsar espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Hay, pues, una clara intención de señalar la continuidad entre la misión de Jesús y la de los Doce. La autoridad que les transmite y el envío a realizar la obra que él hacía, determinan lo que va a ser la actividad de su Iglesia, allí representada como en su núcleo original. 

Jesús elige a doce. El número corresponde a las doce tribus de Israel. Corresponde al nuevo pueblo de Dios, de los últimos tiempos, el Israel fiel que Jesús quiere congregar a partir de este germen inicial de doce galileos desconocidos y pobres. Pero así es el estilo de Dios, que actúa siempre en la debilidad y pequeñez, para sacar fuerza de lo débil, de modo que nadie se atribuya el éxito de la obra que él realiza. 

Es además un grupo heterogéneo. Se menciona primero a Simón Pedro y a los otros tres –Andrés, hermano de Pedro y los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago– cuyo llamamiento ha narrado ya Mateo en 4, 18-22, y que trabajaban en el lago de Galilea porque eran pescadores. De cinco de ellos no se dice nada: Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, y Tadeo.  En el caso de Mateo, se menciona su oficio, probablemente por la extrañeza que causó que hubiese un publicano en el grupo. Hay un Simón apodado Cananeo, que no significa natural de Caná sino fanático, probablemente por pertenecer al grupo de los celotas. Y finalmente se menciona a Judas el traidor, con el apelativo gentilicio de Iscariote, que significa hombre de Ischaria o de Ischaris. Todos son simples pescadores y artesanos de una de las regiones más deprimidas y olvidadas de Palestina. Ningún funcionario notable, ni escriba docto, ni acomodado terrateniente o comerciante de la zona. Viendo cómo la obra del Señor se continúa por medio de los creyentes, San Pablo dirá a los cristianos de Corinto: Fíjense, hermanos, a quiénes los llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena familia…; lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar a lo fuerte… de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios (1 Cor 1,26-29). 

Así, a ese grupo de gente insignificante Jesús los reviste de poder para expulsar espíritus impuros y curar toda enfermedad y dolencia. Los reviste con su poder y autoridad para que realicen en la historia los signos concretos de la venida del reino. Al Mesías le sucederá la comunidad mesiánica, pero él seguirá presente, comunicándole su poder para enfrentar y vencer al mal que actúa en el mundo. La eficacia de su acción liberadora se verá en la lucha contra los “espíritus inmundos” que tienen que ver con todo aquello que perturba, oprime y empobrece la vida humana. 

La misión de Jesús, confiada a los apóstoles, es universal, pero Jesús reconoce el rol que le corresponde a Israel dentro del plan de salvación de Dios. Por eso los envía primero a los judíos. No transiten por regiones de paganos ni entren en los pueblos de Samaria. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Los hijos de Abraham, herederos de la promesa, son el pueblo que Dios se escogió para anunciar a todas las naciones su ofrecimiento de salvación. Pero se ha mostrado infiel a su vocación y no ha querido escuchar la voz de los profetas que insistentemente lo han llamado a restablecer su alianza con Dios. A ese pueblo Jesús quiere hacerle ver que el tiempo se ha cumplido y pueden aún convertirse a Dios creyendo en su Enviado y en la buena noticia que les trae. Pero el pueblo judío lo rechazará. Por eso, en adelante, el pequeño germen de los doce apóstoles dará origen al nuevo Israel de la nueva alianza. Ellos serán los encargados de propagar el mensaje de Jesús, el evangelio del reino, con sus palabras y sus signos, que ellos continúan, y con su presencia, que los guía. Por eso les dirá: El que los recibe a ustedes, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a quien me envió (Mt 10, 40, cf. 28, 16-20).

martes, 8 de julio de 2025

Curación de un mudo (Mt 9, 32-38)

 P. Carlos Cardó SJ 

Jesús cura a un ciego, óleo sobre lienzo de Sebastiano Ricci (1712 – 1716), Galería Nacional de Arte de Escocia, Reino Unido

En aquellos días le trajeron a Jesús a uno que tenía un demonio y no podía hablar. Jesús echó al demonio, y el mudo empezó a hablar.
La gente quedó maravillada y todos decían: «Jamás se ha visto cosa igual en Israel.» En cambio, los fariseos comentaban: «Este echa a los demonios con la ayuda del príncipe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y pueblos; enseñaba en sus sinagogas, proclamaba la Buena Nueva del Reino y curaba todas las dolencias y enfermedades.
Al contemplar aquel gran gentío, Jesús sintió compasión, porque estaban decaídos y desanimados, como ovejas sin pastor. Y dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe trabajadores a recoger su cosecha.» 

Antes de este texto está el de la curación de dos ciegos, que alude a la fe, entendida como como visión. Ahora la curación del mudo alude a la fe como capacidad de comunicar la palabra. 

La fama de Jesús se difunde, ha llegado la noticia de la curación de los ciegos, por eso le traen ahora a un mudo poseído por un demonio. En el evangelio, mudo es quien no oye la Palabra ni es capaz de expresarla. La curación consistirá, pues, en la liberación que capacita para comunicar la fe. El demonio es espíritu de oscuridad y muerte, impide la Palabra de vida. Pero no resiste a Jesús, que es la luz y la Palabra de Dios encarnada. 

Llama la atención que en el texto ni siquiera se menciona lo que Jesús dice o hace al enfermo; la atención se pone en la reacción de la gente. Unos, la gente sencilla, maravillados por la obra que Jesús realiza, ven en ella el cumplimiento de la promesa mesiánica, y exclaman: Nunca se ha visto cosa igual en Israel. Los fariseos, en cambio, tienen una reacción contraria y, en vez de ver en la curación del mudo la manifestación del poder salvador de Dios en Jesús, utilizan el mismo milagro contra él, afirmando que con el poder del príncipe de los demonios hace estas cosas. Este enfrentamiento anticipa el conflicto final que llevará a Jesús a la cruz. 

Viene a continuación un resumen de la actividad de Jesús, típico de los evangelios sinópticos, para señalar el paso a otra sección. Aparecen las tres ocupaciones más características de Jesús: la enseñanza, la proclamación de la buena noticia del reino de Dios y la curación de enfermos. 

Dicho sumario concluye con la alusión a los profundos sentimientos de compasión que despertaba en Jesús la suerte de su pueblo, abandonado, sin guías ni líderes seguros y honestos que vieran por su bien. Los pastores son las autoridades, de quienes ya el profeta Ezequiel había dicho que, en vez de promover el bien del pueblo, buscaban enriquecerse. ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!... Se alimentan con su leche, se visten con su lana; matan a las más gordas, pero no apacientan el rebaño. Al no tener pastor, se dispersaron… Por eso, así dice el Señor: Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su rastro (Ez 34, 2-3.11). Con ese mismo tono polémico, aludiendo implícitamente a los jefes judíos, que van a ser sustituidos por nuevos guías, Jesús manda a sus discípulos para que atiendan a las ovejas de Israel. 

Las palabras que emplea para este envío mencionan a la cosecha, que en los escritos de los profetas servía para indicar el juicio final. Con ello, Jesús da a la misión de los evangelizadores una trascendencia muy especial: el mensaje de que serán portadores ofrecerá a la gente el don del amor de Dios, que salvará sus vidas si lo acogen en actitud de conversión. Queda claro que el don de la salvación, y su mismo anuncio, no parten de la iniciativa humana sino de la voluntad del dueño de la cosecha: La cosecha es abundante pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a recogerla. 

A todos nos llega la invitación que hace el Señor. Todos somos llamados. La misión nos atañe, es de todos y para todos. Así mismo, orar para que el dueño de la cosecha mande operarios y mostrarse al mismo tiempo disponible para ir a trabajar en ella, son la expresión de la adhesión a Jesús, el buen pastor. Como él, la inquietud constante del discípulo será manifestar con su vida y con su palabra el amor que Dios tiene a todos, sin distinción, pero mostrando al mismo tiempo una especial solicitud por las ovejas débiles, perdidas o descarriadas, para que no se pierda ninguna. Este Dios expresa una gran alegría en el cielo cuando los descarriados y excluidos son integrados realmente y pueden vivir en la comunidad el amor que él les tiene.

lunes, 7 de julio de 2025

La hija del funcionario y la hemorroísa (Mt 9, 18-26)

Carlos Cardó SJ 

Curación de la hemorroisa, óleo sobre lienzo de Paolo Veronese (1570 aprox.), Museo de Historia del Arte, Viena, Austria

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: "Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá".
Jesús lo siguió con sus discípulos.
Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que, con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió, y al verla le dijo: "¡Animo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: "¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida". Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por aquella comarca. 

A diferencia de Marcos y Lucas (Mc 5, 21-43; Lc 8, 40-56), Mateo reduce la parte narrativa de estos milagros, no pone detalles descriptivos ni se fija en los personajes secundarios, para centrar toda su atención en el diálogo. Quiere resaltar que el milagro se produce en un contexto de relaciones interpersonales. No es un hecho mecánico ni una ostentación de poderes sobrehumanos. Es la respuesta a una invocación cargada de confianza. La fe es eso, efectivamente, confiar en Cristo, adherirse a su persona, entregarle la vida con todo lo que ella tiene de gozos y tristezas, y acoger la gracia salvadora que él nos da. No es la confianza en un poder mágico lo que salva, sino el encuentro personal con Jesús. Los dos protagonistas de la historia, el personaje importante y la mujer enferma de hemorragias, tienen ese encuentro con él, cada uno a su modo, pero ambos con la misma fe confiada en Jesús. Por eso, el hilo conductor del relato es su frase: Tu fe te ha salvado. 

El primer protagonista es un hombre importante, probablemente el jefe de la sinagoga de Cafarnaúm, llamado Jairo según Lucas. Su condición social hace más significativo su gesto de caer de rodillas ante Jesús, adorarlo e invocarlo: Mi hija acaba de morir, pero ven, aplícale tu mano y vivirá. La situación en que está no puede ser más desesperada. ¿Qué puede hacerse con la muerte? 

Pero, por imposible o irracional que parezca la invocación de este hombre, con ella proclama que la muerte no puede tener la última palabra sobre la vida de su hijita. Y la intención del evangelista es esa precisamente: sugerir que la fe del personaje, superando todo escepticismo, es un anticipo de la fe pascual en el triunfo de la vida sobre la muerte. La fe lo ha llevado a intuir la presencia de Dios en la situación fatal en que se encuentra, ha avivado en él la certeza de que para Dios nada es imposible y que su poder salvador obra en la persona de Jesús; por eso cae de rodillas ante él y le confía todo su pesar. 

El otro personaje es una pobre mujer que sufre de hemorragias, pierde sangre, es decir, pierde vida. Además, su enfermedad la hace sentirse humillada hasta el punto de no atreverse a aparecer en público. Y, lo que es peor, según las ideas religiosas de su tiempo el derramamiento de sangre hace a la mujer “impura”. Su contacto contagia. Durante doce años arrastra una existencia de intocable, al margen de todo. Piensa, pues,  que ni Jesús puede tocarla. Sólo le queda acercársele sigilosamente por detrás y ver si puede tocarle el borde de su manto, nada más, pero con esta certeza: Si llego tan sólo a tocar su manto, me salvo. Es significativo que diga me salvo y no simplemente me curo. 

Jesús se vuelve. El gesto de la mujer no ha podido pasarle desapercibido; ha motivado en él una iniciativa inmediata de misericordia. Ella le ha tocado apenas, furtivamente, el borde de su manto: él toma contacto con ella atentamente, le hace ver que la tiene en cuenta aunque sea una mujer impura, aunque los demás la desprecien y se alejen de ella. Le infunde ánimo, le devuelve su dignidad, es hija. ¡Ánimo, hija! Y de inmediato le muestra el resultado de su fe: la vida recobrada, la dignidad rehecha, la integración social restablecida, la alegría… Ya nada de enfermedad, nada de discriminación injusta. Tu fe te ha curado. Primero ha sido el encuentro, después la revelación y actuación del poder de la fe. Quien cree tiene vida, pasa de muerte a vida, afirmará Jesús en el evangelio de Juan (Jn 5,24). 

En la casa del notable ya se celebra el duelo por la niña según las costumbres judías de entonces. Mateo, sobrio en todo su relato, se fija en la presencia de los flautistas y el alboroto de la gente, para señalar quizá el contraste entre la fe cristiana pascual y la conciencia fatalista frente a la muerte. Fuera, la muchacha no está muerta, está dormida, dice Jesús, quitándole tragedia al misterio de la muerte, reduciéndola a un sueño, redimensionándola. Pero se reían de él. La resurrección es locura para judíos y necedad para griegos. (1 Cor 1, 23) 

Y así, sin nada espectacular, una vez echados fuera todos los asistentes al duelo, se realiza el milagro en lo secreto: Tomó a la muchacha de la mano y ésta se despertó. 

Queda así el hecho como un signo anticipatorio de la victoria plena sobre la muerte. 

Después de la experiencia pascual, los discípulos llevarán a todo el mundo la proclamación de esta verdad: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? (1 Cor 15, 55).

domingo, 6 de julio de 2025

Domingo XIV del Tiempo Ordinario - Envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

 P. Carlos Cardó SJ 

El Paraíso, óleo sobre lienzo en gran formato de Jacopo Robusti (Tintoretto) (1588 aprox.), Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad".
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre".
Él les contestó: "Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo". 

La frase de Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos” contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. De modo particular la frase nos debe hacer conscientes del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios y formas de vida que, en la Iglesia, requieren la entrega plena de la persona. Sin oración ferviente al Señor de la mies, sin familias cristianas que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes y religiosos, el problema seguirá. 

Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso, dice el texto, designó y envió discípulos. El número 72 simboliza una totalidad, una gran cantidad porque apóstoles, discípulos y misioneros somos todos los que creemos en Cristo. La misión es cosa de todos y para todos. Por eso, en este domingo no pedimos solamente que envíe a algunos, sino que nos envíe, que haga de cada uno de nosotros un misionero del evangelio, un testigo de su palabra de paz y de su promesa de fraternidad. 

Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son, pues, halagüeñas ni placenteras. Las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros enormes, tiempo breve. El cristiano ha de asumir con realismo que el mundo al que Jesús le envía es complejo y que siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin. Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas, y a hablar de ellos y defenderlos, es ver que se levantan contra ellos las críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. No es fácil ser cristiano hoy. Nunca lo fue. Las marcas que San Pablo llevaba a en su cuerpo –como hemos oído en la 1ª lectura– eran los sufrimientos padecidos en su predicación del evangelio. Ellas adelantan, por así decir, las que podemos sentir hoy a causa de nuestra fidelidad al evangelio y a nuestro compromiso cristiano. 

Las instrucciones que según evangelio de Lucas da Jesús a los discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo de su Señor y en solidaridad con nuestros hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Cristo que camina a nuestro lado. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble. 

No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida y hace olvidar que la seguridad última está en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto, es capaz de servir desinteresadamente. Su desapego de los bienes materiales le hace ser libre frente a todo, como lo fue Jesús y como quiso que fueran sus discípulos: libres de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones con nada ni con nadie que contradiga los valores del evangelio; libres para dirigirse a su meta “sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino”, libres para no buscarse a sí mismos sino a Jesucristo y al bien de los demás -¡libres para amar, libres para servir! Esto es lo que el Papa Francisco desea para la Iglesia hoy y lo que no se cansa de pedir a todos, obispos, sacerdotes y fieles cristianos. 

La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quienes se han identificado con el Señor viven dentro de sí una profunda paz y se hacen portadores de paz. “Paz a esta casa”, dicen, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, es agente de paz, siempre en misión de paz, trasmitiéndola a quienes encuentra. Pero no es una paz ingenua y barata. Es la paz que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social… 

La segunda parte de la lectura de hoy (vv. 17-20) relata la vuelta gozosa de los 72 discípulos. Jesús concluye: “Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo”. Es la mayor alegría. “Tener escritos nuestros nombres en el cielo” es la garantía que el Señor da a nuestra esperanza. Que el Señor nos conceda vivir en la alegría de saber que contamos mucho para él y que espera mucho de nosotros. 

En resumen: aceptar la misión a la que Jesús nos envía, eso es consecuencia de nuestro bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no podemos decir que somos seguidores suyos y colaboradores de su misión. Ojalá escuchemos su voz.