sábado, 2 de agosto de 2025

Muerte de Juan Bautista (Mt 14, 1-12)

 P. Carlos Cardó SJ 

Degollación de San Juan Bautista y banquete de Herodes, óleo sobre lienzo de Bartlomiej Strobel (1630 – 1833), Museo Nacional del Prado, Madrid, España

En aquel tiempo, oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes: "Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él." Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera. Ella, instigada por su madre, le dijo: "Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista." El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús. 

La actividad de Juan Bautista y la de Jesús estuvieron muy relacionadas. La muerte cruenta de Juan anticipa la de Jesús. Ambos sufren el mismo destino de los grades profetas. En su martirio, el enviado de Dios demuestra que su vida ha estado configurada con la palabra que recibió de lo alto y que él ha transmitido con todas sus consecuencias; manifiesta así el valor de la causa a la que se ha entregado. Hay valores que valen más que la vida; esta verdad se hace patente en la muerte del profeta. 

Herodes, el asesino de Juan Bautista, es junto con Pilato prototipo de hombre falaz e inconsecuente. Dice de él San Mateo que había oído hablar de Jesús. La fe se inicia por el oído, creemos porque hemos oído, la fe se transmite. Herodes había oído, pero está incapacitado para alcanzar la verdad, como todos aquellos que oprimen la verdad con la injusticia y causan la indignación de Dios (Rom 1, 18). El modo de vivir no deja oír la verdad, la diluye con la frivolidad, la censura con la prepotencia. El modo de vida de Herodes aparece implícitamente descrito: el adulterio, la  venalidad y la violencia. Todos estos ingredientes aparecen ostentosamente en el banquete que el rey se organiza por su cumpleaños. Fiesta de los poderosos sobre el dolor de los inocentes. Fiesta de cumpleaños con sabor a muerte. 

Destaca en el festín la figura de Herodías, concubina de Herodes. Simboliza el placer que él cree poder darse porque todo lo puede, incluso quitarle la mujer a su hermano Filipo con toda desfachatez.  La mayor torpeza del corrupto es creerse omnipotente. Esta omnipotencia le hace exhibir sin temor alguno su adulterio. Pero el santo profeta lo encara: ¡No te es lícito! Como ocurre con frecuencia en los casos de corrupción, la denuncia pone al culpable en la encrucijada: o vida o muerte. La decisión es inevitable. No se puede ser una cosa y al mismo tiempo su contraria. Pero el malvado elige la muerte del que lo acusa. Por eso Herodes quería matarlo. Quien obra el mal siente como una amenaza las palabras de quien lo corrige. Y al no hallar razones, quiere acabar con él, pensando que así quedará tranquilo. Pero no procede por miedo al pueblo que aprecia al profeta. 

La ocasión se produce con el banquete. Belleza, arte y placer aporta la hija de Herodías. Danza ante el rey y la corte, y encanta.  Belleza, arte y placer, son buenos en sí; pero el mal se sirve de ellos; la belleza se torna mal gusto, el arte vulgaridad y el placer se prostituye: ya no dan vida sino muerte. Pide lo que quieras, le dice el que se cree capaz de todo. Incluso juró darle lo que pidiera, quedando obligado a cumplir su promesa insensata. Es muy común este quedar entrampado el sujeto en sus propias contradicciones. Y por su parte la belleza, bajo el influjo de la necedad, es capaz de llegar a causar el horror. La muchacha, instigada por su madre, pidió que le diera en una bandeja la cabeza del Bautista. 

Herodes se entristeció. Rápido se esfumaron belleza y placer. La tristeza puede ser buena –advierte Ignacio de Loyola para acertar en el discernimiento– porque hace recapacitar, induce al arrepentimiento. Pero ocurre muchas veces que el hombre no puede salirse del enredo en que se ha metido, quedando preso del qué dirán. Y por eso, por la pura veleidad de no quedar mal ante los palaciegos, ordenó que le cortaran la cabeza a Juan. Herodes se pone así entre los primeros de la larga serie de necios que han creído y creen poder hacer lo que les viene en gana, hasta despreciar la vida del inocente por cálculo político, por mantener renombre, autoridad y dominio. 

El relato concluye con una nota de piedad: vinieron sus discípulos (de Juan), recogieron el cuerpo, le dieron sepultura y fueron a contárselo a Jesús. 

El historiador Flavio Josefo (Antigüedades judías, XVIII) se fija en el motivo político del asesinato. Herodes podía temer que, a consecuencia de la predicación del Bautista, se armase un movimiento popular que podría traerle problemas con los romanos, de quien era vasallo. Los evangelios prefieren resaltar la dimensión moral del arresto y decapitación del santo y situarlo como precursor, aun en su muerte, del Mesías Jesús.

viernes, 1 de agosto de 2025

El hijo del carpintero (Mt 15, 54-58)

 P. Carlos Cardó SJ 

El joven carpintero, óleo sobre lienzo de Herbert John Rogers (1847), Biblioteca del Arte de Bridgeman, Nueva York, Estados Unidos

En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: "¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría, y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?". Y se negaban a creer en Él. Entonces, Jesús les dijo: "Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa". Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos. 

Con este relato, San Mateo pone fin a la actividad pública de Jesús en Galilea. Se conoce este momento como la “crisis galilea”. El pueblo que lo había seguido por los milagros que realizaba y por la sabiduría con que enseñaba, cambió, le dio la espalda, rehusó su llamada a la conversión. Se decepcionaron de él porque no correspondía su modo de ser y de actuar al del mesías que ellos esperaban. 

Jesús va a su ciudad, Nazaret, y como era su costumbre se pone a enseñar en la sinagoga. Sus paisanos lo oyen con estupor. Se preguntan sobre el origen de su sabiduría y de sus milagros. ¿De dónde le viene todo eso? ¿Son facultades humanas suyas propias o son poderes divinos que actúan en él? Así formulan sus dudas, pero en realidad lo que les impide dar el paso de la fe y adherirse a él es su misma persona. El texto de Mateo lo afirma explícitamente: se escandalizaban a causa de él (v.57). El misterio de la persona de Jesús actúa en ellos como un obstáculo y frente a él se cierran en la incredulidad. La razón es que no se muestran dispuestos a deponer sus propias seguridades y reconocer que Dios puede actuar de manera distinta a como ellos piensan que debe actuar, el mesías tiene que ser como ellos lo piensan, la salvación tiene que coincidir con lo que ellos ansían lograr. Por esto, no son capaces de ver en Jesús más que al hijo del carpintero. Ha crecido entre ellos, lo conocen de sobra. Además, su madre, María, y sus hermanos y hermanas son gente conocida de Nazaret, sin nada extraordinario. El mesías, libertador de Israel, no puede tener orígenes tan humildes. 

Jesús responde a sus paisanos citando un proverbio, probablemente conocido por ellos, con el que les hace ver la experiencia que le están haciendo vivir: Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y entre los suyos. El desprecio de los nazarenos anticipa lo que se hará realidad más tarde para todo el pueblo, su «no» a Jesús, su incredulidad. 

Los parientes de Jesús no sólo no lo apoyaron sino que, como refiere Marcos, intentaron sacarlo de circulación porque lo veían como un loco (Mc 3,21); sus paisanos de Nazaret, que lo vieron crecer, se negaron a aceptar que pudiera ser más que un simple carpintero; en su propio grupo de íntimos hubo un traidor; los sumos sacerdotes y expertos en religión pidieron su muerte; y sus discípulos lo dejaron solo. Se puede estar muy cerca de Jesús y no aceptarlo; mejor dicho, por estar cerca de él, se le puede desvalorizar o no tener en cuenta. Se hace de él y de su mensaje algo ya tan conocido, que la costumbre le priva de su fuerza transformadora. Puede ocurrir también que otros atractivos e intereses personales o de grupo releguen a un segundo plano lo que él ofrece: otros valores se superponen a los de su evangelio y los ahogan. La comunidad cristiana en sus representantes puede actuar a veces como un grupo o espacio social de gente que sabe cómo debe actuar Dios y se niegan a la novedad y al cambio que con su pobreza y humildad el pequeño carpintero de Nazaret les propone. Se quiere un mesías conforme al propio gusto, una salvación feliz que ahorre el esfuerzo de la continua purificación, una realidad divina sobrenatural y trascendente que haga olvidar los dolores y sufrimientos del mundo. Siempre ha sido un escándalo la realidad humana de Jesús, la encarnación de Dios y la sabiduría de la cruz.