lunes, 9 de julio de 2018

La hija de un funcionario y la mujer con hemorragia (Mt 9, 18-26)

P. Carlos Cardó SJ
Curación de la hemorroisa, pluma sobre papel agarbanzado de autor anónimo (siglo XVI), Museo del Prado, Madrid 
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá". Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada". Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada. Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: "Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme".
Y se reían de él.  Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.               
A diferencia de Marcos y Lucas (Mc 5, 21-43; Lc 8, 40-56), Mateo reduce la parte narrativa de estos milagros, no pone detalles descriptivos ni se fija en los personajes secundarios, para centrar toda su atención en el diálogo. Quiere resaltar que el milagro se produce en un contexto de relaciones interpersonales. No es un hecho mecánico ni una ostentación de poderes sobrehumanos. Es la respuesta a una invocación cargada de confianza.
La fe es eso, efectivamente, confiar en Cristo, adherirse a su persona, entregarle la vida con todo lo que ella tiene de gozos y tristezas, y acoger la gracia salvadora que Él nos da. No es la confianza en un poder mágico lo que salva, sino el encuentro personal con Jesús. Los dos protagonistas de la historia, el personaje importante y la mujer enferma de hemorragias, tienen ese encuentro con Él, cada uno a su modo, pero ambos con la misma fe confiada en Jesús. Por eso, el hilo conductor del relato es su frase: Tu fe te ha salvado.
El primer protagonista es un hombre importante, probablemente el jefe de la sinagoga de Cafarnaúm, llamado Jairo según Lucas. Su condición social hace más significativo su gesto de caer de rodillas ante Jesús, adorarlo e invocarlo: Mi hija acaba de morir, pero ven, aplícale tu mano y vivirá. La situación en que está no puede ser más desesperada. ¿Qué puede hacerse con la muerte?
Pero, por imposible o irracional que parezca la invocación de este hombre, con ella proclama que la muerte no puede tener la última palabra sobre la vida de su hijita. Y la intención del evangelista es esa precisamente: sugerir que la fe del personaje, superando todo escepticismo, es un anticipo de la fe pascual en el triunfo de la vida sobre la muerte. La fe lo ha llevado a intuir la presencia de Dios en la situación fatal en que se encuentra, ha avivado en él la certeza de que para Dios nada es imposible y que su poder salvador obra en la persona de Jesús; por eso cae de rodillas ante Él y le confía todo su pesar.
El otro personaje es una pobre mujer que sufre de hemorragias, pierde sangre, es decir, pierde vida. Además, su enfermedad la hace sentirse humillada hasta el punto de no atreverse a aparecer en público. Y, lo que es peor, según las ideas religiosas de su tiempo el derramamiento de sangre hace a la mujer “impura”. Su contacto contagia. Durante doce años arrastra una existencia de intocable, al margen de todo. Piensa, pues,  que ni Jesús puede tocarla. Sólo le queda acercársele sigilosamente por detrás y ver si puede tocarle el borde de su manto, nada más, pero con esta certeza: Si llego tan sólo a tocar su manto, me salvo. Es significativo que diga me salvo y no simplemente me curo.
Jesús se vuelve. El gesto de la mujer no ha podido pasarle desapercibido; ha motivado en Él una iniciativa inmediata de misericordia. Ella le ha tocado apenas, furtivamente, el borde de su manto: Él toma contacto con ella atentamente, le hace ver que la tiene en cuenta aunque sea una mujer impura, aunque los demás la desprecien y se alejen de ella. Le infunde ánimo, le devuelve su dignidad, es hija. ¡Ánimo, hija! Y de inmediato le muestra el resultado de su fe: la vida recobrada, la dignidad rehecha, la integración social restablecida, la alegría… Ya nada de enfermedad, nada de discriminación injusta. Tu fe te ha curado. Primero ha sido el encuentro, después la revelación y actuación del poder de la fe. Quien cree tiene vida, pasa de muerte a vida, afirmará Jesús en el evangelio de Juan (Jn 5,24).
En la casa del notable ya se celebra el duelo por la niña según las costumbres judías de entonces. Mateo, sobrio en todo su relato, se fija en la presencia de los flautistas y el alboroto de la gente, para señalar quizá el contraste entre la fe cristiana pascual y la conciencia fatalista frente a la muerte. Fuera, la muchacha no está muerta, está dormida, dice Jesús, quitándole tragedia al misterio de la muerte, reduciéndola a un sueño, redimensionándola. Pero se reían de Él. La resurrección es locura para judíos y necedad para griegos (1 Cor 1, 23).
Y así, sin nada espectacular, una vez echados fuera todos los asistentes al duelo, se realiza el milagro en lo secreto: Tomó a la muchacha de la mano y ésta se despertó.
Queda así el hecho como un signo anticipatorio de la victoria plena sobre la muerte. 
Después de la experiencia pascual, los discípulos llevarán a todo el mundo la proclamación de esta verdad: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? (1 Cor 15, 55).

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