martes, 31 de julio de 2018

Explicación del trigo y la cizaña (Mt 13, 36-43)

P. Carlos Cardó SJ
Milagros de San Ignacio de Loyola, óleo sobre lienzo de Peter Paul Rubens (1617), Museo Historia del Arte, Viena, Austria
En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa.Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo".Jesús les contestó: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del demonio; el enemigo que la siembra es del demonio; el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga".
Los discípulos preguntan a Jesús del sentido de la parábola de la cizaña en el campo. La explicación que les da mueve a asumir con realismo la coexistencia del bien y del mal no solo en el mundo, sino también en la comunidad de los discípulos, y a obrar con libertad responsable.
La Palabra que cae en el campo es Cristo, grano de trigo que cae en tierra y da fruto. El campo es el mundo, y en él la Iglesia; este mundo que, con todos sus defectos, es la creación de Dios. La buena semilla son los hijos del reino, los que escuchan con corazón bueno y dan fruto. La cizaña son los hijos del maligno. Escuchan al maligno y se hacen hijos suyos. Uno es hijo de lo que escucha. El diablo es el divisor, divide a la persona humana y la separa de Dios, mete división en la comunidad de hermanos. La cosecha es la consumación final del mundo: cuando Dios haya culminado su obra y todo sea uno en Él; cuando alcancemos la estatura de Cristo. 
Llegará el día en que tiempo de las decisiones habrá concluido y sólo quedará el amor que no muere; entonces se pondrá de manifiesto la obra de cada uno y lo que cada uno es. Los justos brillarán como el sol, símbolo de Dios. Serán transfigurados en su gloria.
La parábola exhorta a orientar la propia vida conforme al querer de Dios, que se expresa en su palabra y se condensa, más concretamente, en el mandamiento del amor al prójimo que Jesús nos ha dejado. Quien así procede evita el ser contado en el número de los que causan escándalos o no tienen en cuenta las normas de comportamiento en la comunidad, es decir, obran en contra de la ley de Cristo.
Al mismo tiempo la parábola del trigo y la cizaña contiene una advertencia: la pertenencia a la comunidad cristiana no garantiza por sí sola la salvación. La parábola hace mirar el futuro, al momento final en que quedarán de manifiesto las conductas. La separación no se hará en base a criterios religiosos, sino de acuerdo a la conducta y al obrar conforme al mandamiento del amor a los semejantes.
El texto conmueve la seguridad de quienes, confiando sólo en los elementos institucionales o cultuales de la vida cristiana, descuida la ley del amor dada por Cristo. Al mismo tiempo subyace en la base de las palabras de Jesús el misterio de la gracia divina y la libertad humana que siempre están relacionadas. La gracia libera y orienta a la libertad del ser humano y le capacita para responder al bien, pero nunca  va a sustituirla. La gracia nos hace más auténticos al orientarnos a obrar siembre como hijos o hijas de Dios.
Sólo al final se hará el juicio. El texto contiene una exhortación a la paciencia y a la responsabilidad personal: no podemos juzgar a nadie, hay que ser misericordiosos para alcanzar misericordia. La persistencia del mal en el mundo no nos debe llevar al desaliento, pero tampoco nos debe inducir a la connivencia y complicidad con los corruptos, porque eso hace desaparecer el amor en el mundo (Mt 24, 12).

lunes, 30 de julio de 2018

El grano de mostaza y la levadura (Mt 13, 31-35)

P. Carlos Cardó SJ
El grano de mostaza, ilustración de Eugène Burnand publicada en Les Paraboles, Eugène Burnand, Berger-Levrault, París 1908
Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas.»Jesús les contó otra parábola: «Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: la levadura que toma una mujer y la introduce en tres medidas de harina. Al final, toda la masa fermenta.» Todo esto lo contó Jesús al pueblo en parábolas. No les decía nada sin usar parábolas, de manera que se cumplía lo dicho por el Profeta: Hablaré en parábolas, daré a conocer cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
Jesús había anunciado la buena noticia de la venida del reino. Su predicación debió suscitar una gran expectativa de la gente y de sus propios discípulos, que creyeron poder asistir al esplendor de su reinado. Pero pronto observaron que no había nada glorioso en la persona de Jesús y en su actuación; al contrario, se situaba fuera de las esferas de poder político y religioso y actuaba con sencillez, casi en anonimato, en aldeas y pequeñas ciudades de la región pobre de Galilea. Muchos se desilusionaron y le dieron la espalda descontentos. No veían nada del esplendor del mesías tal como ellos se lo imaginaban. Frente a esta reacción de la gente, Jesús toma posición clara con esta parábola.
La parábola compara el reino de Dios a la semilla de mostaza, que tiene una proverbial característica: siendo pequeñísima puede llegar a medir dos o tres metros de altura y se cuenta entre las mayores hortalizas.
Los oyentes de Jesús debieron quedar sorprendidos, porque la grandeza del reino de Dios, que traería consigo el triunfo sobre los enemigos de Israel y el restablecimiento de la monarquía de David, sugería más bien la imagen de un árbol frondoso y no la de una pequeña semilla. De hecho así aparece en Ez 17,22-24: Dice el Señor: Tomaré la copa de un cedro y de la punta de sus ramas un tallo y lo plantaré en un monte elevado; lo plantaré en un monte alto de Israel, y echará ramas y dará frutos y se hará cedro magnifico. Toda clase de pájaros anidarán en él.
Evidentemente, en la parábola Jesús habla de su propia actividad. El reino que Él anuncia se hace presente con las curaciones de enfermos y los signos que realiza para sanar los corazones afligidos, no con la movilización de los ejércitos celestiales y el derrocamiento de los romanos.
Este comienzo nada grandioso tendrá un desarrollo  inesperado. Jesús invita a la confianza y a un cambio de mentalidad, concretamente de las ideas corrientes sobre el reino de Dios en Israel. El señorío de Dios ha comenzado realmente con Él y se están viviendo ya los tiempos mesiánicos. Sin embargo, es como una realidad que no ha desplegado aún toda su potencialidad y riqueza.
Es una semilla plantada, una realidad incipiente, apenas perceptible, pero que irá creciendo y sólo al final alcanzará su plenitud. Ahora, su presencia está como escondida, es pobre, parcial e imperfecta, pero entre el presente y el futuro último hay una continuidad fundamental irreversible. La justicia, la paz y todos los bienes prometidos se van realizando de manera parcial pero segura, como garantía de la esperanza, en la pobreza de la predicación de Jesús y de sus discípulos. En ella, como en el granito de mostaza está contenida la grandeza del arbusto.
Desde otra perspectiva, la pequeñez de la semilla hace pensar en Cristo, grano caído en tierra. En Él se cumple plenamente el designio de Dios y su modo de ser y de actuar: un Dios que se abaja hasta aparecer en la pequeñez de nuestra carne, en la indefensión del niño nacido en Belén. No cabe desilusión alguna.
Se impone un cambio de mente para comprender el misterio de un mesías pobre y humilde y de su reino que viene de su misma debilidad. Es una invitación a entrar por los caminos de Dios, por la lógica de su reino: según la cual, el mayor es quien se ha hecho el más pequeño de todos (Lc 9,48; 22,26ss). Toda la esperanza cristiana como espera del futuro tiene su fundamento y justificación en el obrar de Dios en la persona y palabra de Jesús.
Muy similar a la anterior, la parábola de la levadura contiene el mismo mensaje: la semilla y la pequeña porción de levadura muestran la fuerza transformadora que tiene la persona y predicación de Cristo con relación al mundo para instaurar en él el reino de Dios. Lo que se destaca es que la levadura se oculta en la harina, pero hace fermentar calladamente toda la masa. Así ocurre con el reino de Dios: se desarrolla ocultamente en un proceso incesante hasta su plenitud.
Jesús realiza su actividad en lo escondido, sin el esplendor triunfal que se esperaba del mesías. Sin embargo, en él despunta el germen de la realeza de Dios y del nacimiento de una nueva humanidad liberada. Dios se pierde, se oculta, se mezcla hasta cargar con la debilidad y el pecado en su Hijo entregado. Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Is 53, 4; Mt 8,17). Cristo se ha hecho para nosotros levadura (Gal 3,13; 2Cor 5,21), cordero que carga el mal de este mundo (Jn 1,29). 
Deber de los cristianos es descubrir y transmitir la verdad oculta (10, 26s; cf. 5, 13-16). Así harán fermentar el mundo.

domingo, 29 de julio de 2018

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario - La multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15)

P. Carlos Cardó SJ
Multiplicación de los panes y de los peces, óleo sobre lienzo de Francisco Herrera el Viejo (Siglo XVII), Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, España
Jesús se fue a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe:«¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Dijo Jesús: «Hagan que la gente se recueste.»
Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recogan los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo."
La acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Jesús atrae a una multitud de personas necesitadas que van tras él porque cura a los enfermos.
Después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte, levantó los ojos y, al ver la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer (vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el problema de la vida, representado en el hambre.
¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. 11 de cada 100 se encuentran en esta grave situación. 24.000 mueren cada día por causa del hambre, el 75 por ciento de ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos para reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para remediar esta tragedia del hambre que duele y avergüenza.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.
La respuesta que da Andrés  a la pregunta de Jesús, abre el camino a la solución del problema, como Jesús lo enseñará, dice: Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente. En su débil condición y con su escasa provisión de panes de baja calidad (pan de cebada) y pescados secos –es decir, lo más desproporcionado para la magnitud del problema– el muchacho representa a la comunidad en su impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo hará Jesús y habrá de sobra.
Viene entonces lo central del relato. Jesús pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que algo que se posee es gracia recibida de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo (visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.
Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra salvación.
Jesús distribuye el pan. Se puso a repartirlos (v.11); “los repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y lavatorio de los pies, 13,5), que se actualizará en la celebración de la Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que, en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida.
Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las sobras… (vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de entusiasmo a la gente, que lo reconoce como “el Profeta” e incluso quiere proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos. 
Él sólo busca servir y dar la vida. Por eso, Jesús huye, se aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés después de la traición del pueblo (Ex 34, 3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus discípulos lo dejarán solo (16,32).

sábado, 28 de julio de 2018

La Visitación de María a Isabel (Lc 1, 39-47)

P. Carlos Cardó SJ
La visitación, óleo sobre lienzo de Jacopo Negretti, llamado Palma el Viejo (1520-1522), Museo de Historia del Arte, Viena, Austria
Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!».
San Lucas con este pasaje quiere dar a conocer el significado que tiene Israel en la historia de la salvación. Para ello, hace que los personajes tengan un carácter de símbolo de la relación que tiene el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento.
Por medio de María, Dios visita a su pueblo y hace que su pueblo, simbolizado en Isabel y en el hijo que lleva en su seno, lo reconozca. Llega así a su fin la larga espera de dos mil años: Israel ve cumplidos sus anhelos, Dios se demuestra fiel a su promesa. Isabel y María se saludan, promesa y cumplimiento se besan. En Cristo Salvador, Dios y la humanidad se unen. Israel (Isabel) y María (la Iglesia) se encuentran, Dios en María viene a visitar a su pueblo y en él a toda la humanidad.
Se ven también en el pasaje las dos actitudes más características de María: su servicio y su fe. Dice Lucas que María va de prisa, movida por la caridad, para ofrecer a Isabel la ayuda que en esos casos necesita una mujer en avanzado estado de gravidez, y para compartir con ella la alegría que cada una, a su modo, ha tenido de la grandeza de Dios. María va de prisa, no para comprobar las palabras del ángel, pues ella cree en lo que se le ha dicho sobre Isabel; va a ayudar. Y el servicio que María aporta a Isabel integra el anuncio de Jesús, comporta la salvación prometida: Isabel quedó llena del Espíritu Santo y el niño que llevaba en su seno saltó de gozo.
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! es el saludo de Isabel a María.  Bendita entre las mujeres era el saludo de Israel a las grandes mujeres de su historia, que jugaron un gran papel en la victoria de Israel sobre sus enemigos (ver el libro de los Jueces, cap. 4, y el de Judit, cap.13). María, con su obediencia a la Palabra, contribuye a la victoria sobre el enemigo de la humanidad: lleva en su seno al fruto de la descendencia de Eva, que pisotea la cabeza de la serpiente, como estaba predicho en el relato del Génesis (cap. 3).
En su respuesta, Isabel proclama a María: ¡Bienaventurada tú, que has creído! Es la primera bienaventuranza del Evangelio, que Jesús confirmará después, cuando diga: ¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la llevan a cumplimiento¡ Éstos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Pocos títulos atribuidos a María expresan mejor que éste la función tan excepcional que le tocó desempeñar dentro del plan de salvación realizado en su Hijo Jesucristo: María es la creyente, “modelo” de todo creyente. Por eso es la llena de gracia, la Madre del Salvador, y también la Madre y figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes.
Al oír las palabras de Isabel, María dirigió la mirada a su propia pequeñez, y luego a la generosidad de Dios y entonó un canto de alabanza: Celebra mi ser la grandeza del Señor... María es consciente de que toda su persona, su ser mujer, es un don de Dios y a Él lo devuelve en un canto de alabanza.
Ella intuye que las generaciones la llamarán bienaventurada, no por sus méritos propios, sino por las obras grandes que el Poderoso ha hecho en su favor al darle la vida y elegirla para ser madre del Salvador. Por eso no duda en recalcar el contraste que hay entre su pequeñez de sierva y la grandeza, poder y misericordia de Dios, a quien ve como el santo, el todopoderoso, el misericordioso. En el canto de María laten los corazones agradecidos, que reconocen la acción de Dios en los acontecimientos de la propia historia personal y en la historia de la humanidad.

viernes, 27 de julio de 2018

Explicación de la parábola del sembrador (Mt 13, 18-23)

P. Carlos Cardó SJ
El sembrador, óleo sobre lienzo de Vincent Van Gogh (1888), Fundación Van Gogh, Arles, Francia
Jesús dijo: «Escuchen ahora la parábola del sembrador: Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino. La semilla que cayó en terreno pedregoso, es aquel que oye la Palabra y en seguida la recibe con alegría. En él, sin embargo, no hay raíces, y no dura más que una temporada. Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo. La semilla que cayó entre cardos, es aquel que oye la Palabra, pero luego las preocupaciones de esta vida y los encantos de las riquezas ahogan esta palabra, y al final no produce fruto. La semilla que cayó en tierra buena, es aquel que oye la Palabra y la comprende. Este ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más.»
Jesús explica a sus discípulos el sentido de su parábola del sembrador. Les habla de distintas tierras en las que cae la semilla del evangelio que Él difunde. Solo en una el trabajo del sembrador tiene éxito. Son distintas clases de tierra, no tipos de hombres; son cuatro niveles o formas de escucha de la Palabra que pueden convivir en nosotros en diferentes grados de intensidad según las circunstancias.
La semilla caída en tierra del borde del camino corresponde a la situación que vivimos cuando escuchamos la Palabra del Señor, pero no la entendemos y no podemos hacerla nuestra. Nuestras formas de pensar, costumbres y prejuicios la opacan y nos impiden comprenderla, incluso nos impiden prestarle la atención que se merece, creemos que no tenemos nada que aprender, ni cambiar. La semilla del evangelio no arraiga.
La semilla en terreno pedregoso corresponde a la situación que vivimos cuando escuchamos el mensaje y lo acogemos con alegría, pero las presiones y tensiones internas y externas impiden que eche raíces en nosotros y se seca. Podemos ser superficiales e inconstantes en nuestro compromiso, con buenos sentimientos y deseos, que se quedan en eso, sin obras, ni compromiso efectivo y concreto.
La semilla caída en tierra llena de zarzas ocurre cuando permitimos que la Palabra arraigue y crezca, pero las preocupaciones no evangélicas, los criterios antievangélicos que asimilamos y el engaño de lo que el mundo nos ofrece como felicidad sofocan en nuestro interior las aspiraciones más altas. Son los "afanes de la vida" y la "atracción de las riquezas"; falsos dioses, ídolos que seducen. La persona queda cautivada, asentada en una vida estéril, que no beneficia a nadie sino al propio interés y provecho.
La tierra buena que da fruto corresponde a aquellas situaciones en las que aflora lo mejor nuestro, aquello que nos honra y hace sentir realmente bien: cuando somos capaces de gestos de generosidad y amor. Entonces, nos hacemos disponibles como María a lo que el Señor nos pide.
Mantenernos como tierra buena no es tarea de un día; es proceso lento y constante. Pero es esfuer­zo sostenido por la confianza en Dios. A pesar de las dificultades, Jesús nos asegura el resultado. Su Palabra es capaz de atravesar el espesor del mal en nuestro corazón y convertirnos a Él.
Hay aquí una invitación a observar las resistencias que oponemos al mensaje evangélico, no para abatirnos sino para reconocer dónde y cómo el mismo Señor lucha con nosotros para tomar posesión de nuestro corazón. 
El texto evangélico nos abre los ojos a la acción sostenida de la gracia en nuestros corazones. Pablo la sentía como la paciencia que Dios tenía con él para convertirlo en un instrumento suyo realmente eficaz: Cristo Jesús me tuvo compasión, para demostrar conmigo toda su paciencia, dando un ejemplo a los que habrían de creer y conseguir la vida eterna (1 Tim 1, 16). El fruto de la palabra sembrada en nuestro interior es de Dios, es Dios que se nos da. A nosotros nos toca analizar nuestras resistencias y pedir liberarnos de ellas para acoger lo que lo que Dios nos da. Es pedir fidelidad al amor que ha sido derramado en nuestros corazones.

jueves, 26 de julio de 2018

Por qué les hablas en parábolas (Mt 13, 10-17)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús predicando, litografía sobre papel de Rembrandt (1652), Museo Nacional de Ámsterdam, Países Bajos
Los discípulos se acercaron y preguntaron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?».Jesús les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden. En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan, no entenderán, y por más que miren, no verán. Este es un pueblo de conciencia endurecida. Sus oídos no saben escuchar, sus ojos están cerrados. No quieren ver con sus ojos, ni oír con sus oídos y comprender con su corazón. Pero con eso habría conversión y yo los sanaría. ¡Dichosos los ojos de ustedes, que ven!; ¡dichosos los oídos de ustedes, que oyen! Yo se los digo: muchos profetas y muchas personas santas ansiaron ver lo que ustedes están viendo, y no lo vieron; desearon oír lo que ustedes están oyendo, y no lo oyeron».
Acercándose los discípulos. Los discípulos constituyen la verdadera familia de Jesús, son los que escuchan la Palabra y la cumplen. Están cerca, no fuera. Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar. Y ellos respondieron con disponibilidad y apertura, se adhirieron a Él y lo siguieron. En cambio, los judíos, movidos por sus autoridades, lo rechazaron, no se adhirieron a sus enseñanzas y lo condenaron. Faltándoles la actitud básica de disponibilidad y apertura, se quedaron en la ceguera y la obstinación.
¿Por qué les hablas en parábolas?, preguntan los discípulos a Jesús. El hecho es que Él no deja de hablarles, pero no obliga a nadie. Quien no quiere oírlo es libre. Y a quien quiera, la parábola le ofrece una puerta para alcanzar la verdad. Sobre este presupuesto, el evangelista Mateo quiere subrayar el privilegio de que gozan los discípulos de Jesús, a quienes se les concede conocer el misterio del reino de Dios, que ha queda oculto a los de fuera. Y se vale para explicar esto de un texto de Isaías (6, 9-10).
A los pobres y sencillos, a los que se muestran confiados y disponibles, se les concede conocer la voluntad del Padre, la participación en su amor por medio del Hijo. A los sabios y entendidos de este mundo, en cambio, todo les queda oscuro y oculto por no tener la actitud básica para ver y comprender y seguir. Los que están fuera no se acercan, se defienden contra Él, lo acusan en vez de acogerlo, y finalmente le dan muerte en vez de vivir de Él. Son los que no siguen el signo de Jonás ni el ejemplo de conversión de los ninivitas.
A quien ya tiene se le dará… Dios es amor que da sin fin. La medida de su generosidad es la apertura de nuestro deseo. Por eso, cuanto más uno desea, más recibe. En cambio a quien no tiene… se le quitará. Porque quien no tiene deseo no recibe el don. Quien se cierra en su autosuficiencia se esteriliza. Fue el caso de los judíos que se cerraron al don que Jesús ofrecía.
El contexto de este diálogo de Jesús con sus discípulos pudo ser el de la preocupación de la comunidad de Mateo por la incredulidad de sus compatriotas judíos, que se negaron a entrar en la Iglesia y creer en la predicación cristiana. Este hecho encuentra su explicación en el misterioso designio de Dios. No es de extrañar por tanto que los judíos hayan rechazado a Cristo y sigan oponiéndose al evangelio, porque Dios no se impone, ofrece gratuitamente el don de su revelación salvadora y quiere que se le acepte libremente.
Pero así como el profeta Isaías fue rechazado por el pueblo y no obstante no abandonó su misión de enviado de Dios, así también la falta de éxito de Jesús y de su Iglesia no anula le verdad de la obra salvadora de Cristo y de la misión que ha recibido de Él la Iglesia. Así pensaron los primeros cristianos.
En definitiva, pues, lo importante en la relación con Dios es la confianza en su voluntad y la disponibilidad para aceptarla. Queda claro que si se quiere gozar de la bienaventuranza y del privilegio de los discípulos de Jesús de conocerlo a Él y el misterio del reino de Dios, se ha de mostrar su misma disponibilidad y apertura. De lo contrario, serán como los judíos que se quedaron sin ver, reproducirán su misma ceguera y obstinación.

miércoles, 25 de julio de 2018

¿Pueden beber el cáliz…? (Mt 20, 20-28)

P. Carlos Cardó SJ
Apóstoles Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, óleo sobre tabla del Maestro de la Ventosilla (primer tercio del siglo XVI), Museo de las Peregrinaciones y de Santiago, Santiago de Compostela, Galicia, España
Entonces la madre de Santiago y Juan se acercó con sus hijos a Jesús y se arrodilló para pedirle un favor.Jesús le dijo: «¿Qué quieres?».Y ella respondió: «Aquí tienes a mis dos hijos. Asegúrame que, cuando estés en tu reino, se sentarán uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús dijo a los hermanos: «No saben lo que piden. ¿Pueden ustedes beber la copa que yo tengo que beber?»
Ellos respondieron: «Podemos.»
Jesús replicó: «Ustedes sí beberán mi copa, pero no me corresponde a mí el concederles que se sienten a mi derecha y a mi izquierda. Eso será para quienes el Padre lo haya dispuesto».
Los otros diez se enojaron con los dos hermanos al oír esto.
Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes, y si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes, que se haga el esclavo de todos. Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre».
Aparecen aquí dos lógicas en conflicto: la del mundo que ha influido en la mente de los discípulos y los lleva a procurar la superioridad, el poder y el dominio, y la lógica de Hijo del hombre, que le lleva a seguir un  camino de amor, entrega y servicio, y no se detiene ni ante las injurias, la persecución y la muerte. 
La lógica de la cruz supone un cambio radical del sistema de valores imperante. Jesús, siendo el primero, se pone a servir a los demás, dando ejemplo de la verdadera grandeza. Él nos invita a pasar de la perspectiva de quien busca a toda costa rangos, categorías y cargos de poder, a la perspectiva de quien busca ser solidario y servir mejor. La persona encuentra su verdadero valor no en lo que posee, sino en su actitud de amor y servicio a ejemplo de Jesús.
La buena fama y reputación son un derecho de toda persona humana. Perderlas significa una forma de muerte social. Por eso, el deseo de reconocimiento y de prestigio es connatural al ser humano. Sin embargo, cuando estos valores se convierten en absolutos, hasta el punto de hacer que la persona los busque como la motivación más importante de sus acciones y de su conducta, reducen la propia existencia a una  esclavitud y dependencia de la idea que los demás tengan de ella, a un culto a la imagen que se convierte en la idolatría del yo y puede llevarlo a la hipocresía de aparentar lo que no es para obtener aprobación y alabanza. 
Naturalmente se olvida del modo como  Dios lo acepta. Olvida también que la vanagloria egoísta pierde a la persona en sus aparentes y transitorias victorias, mientras que el amor desinteresado, que mueve a pensar en los demás, le obtiene la verdadera gloria. Jesús desvela nuestra verdad, que consiste en ser como el Hijo, para quien la victoria consiste en amar, servir y dar la vida.
Dice el texto que la madre de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, pide a Jesús: Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda. En la versión de Marcos son los mismos hijos los que piden: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte (Mc 10, 35). En todo caso es la misma forma de pedir que empleamos con frecuencia en nuestra oración. 
Queremos que Dios haga lo que nosotros queremos, que su voluntad se adapte a la nuestra; en vez de ir nosotros a Dios, queremos que Él venga a nuestros intereses. Jesús en Getsemaní da el ejemplo supremo: No se haga mi voluntad sino la tuya. Además, la madre de los Zebedeos puede pedir algo que para ella es bueno, la cercanía de sus hijos a Jesús en su reino; pero ignora que su reino se realizará en la cruz, cuando aparezca con toda su gloria de Hijo amado del Padre que ama a sus hermanos hasta dar la vida por ellos. 
San Juan Crisóstomo comenta este pasaje (Homilías sobre Mateo, n. 65) y dice: Jesús procura sacar a la madre de los Zebedeos y a sus discípulos de las ilusiones que se han forjado, diciéndoles que deben estar dispuestos a sufrir injurias, persecuciones y aun muerte: No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber? 
Que nadie se extrañe de ver a los apóstoles con actitudes tan imperfectas. Hay que esperar que el misterio de la cruz se les revele, que la fuerza del Espíritu Santo les sea comunicada. Si quieres ver el valor de sus almas, míralos más tarde, y los verás superiores a todas las debilidades humanas. 
Jesús no oculta las debilidades y pequeñez de sus discípulos para que veas aquello que llegarán a ser después, por el poder de la gracia que los transformará… Observa bien que no les pregunta directamente: «¿Van a ser capaces ustedes de derramar su propia sangre?» Para alentarlos, les propone compartir su cáliz, beber de su copa, es decir, vivir en comunión con él… 
Mas tarde podrás ver al mismo San Juan, que ahora sólo busca el primer puesto, cederle el puesto a San Pedro… En cuanto a Santiago, su apostolado no duró mucho tiempo. Con fervor ardiente, despreciando totalmente los intereses puramente humanos, demostró un celo tan grande que mereció ser el primer mártir entre los apóstoles (Hech 12, 2). 

martes, 24 de julio de 2018

Éstos son mi madre y mis hermanos… (Mt 12 46-50)

P. Carlos Cardó SJ
Los doce apóstoles, fresco de Enrico Reffo (1914) , iglesia Chiesa di San Dalmazzo, Turín, Italia
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él.Alguien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte".Jesús le respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Señalando con la mano a sus discípulos dijo Jesús: «Estos son mi madre y mis hermanos». La fe verdadera se mueve por el deseo continuo de estar con Él, de acuerdo con Él. Esta fe sólo se alcanza mediante la escucha atenta de su palabra. La unión profunda que de ella surge, Jesús la compara a un parentesco y familiaridad auténtica. Es pasar a formar parte de su familia.
Esta fe es una posibilidad abierta a todos, pues a todos llega la llamada y la misericordia de Dios en Jesús, incluso a los pecadores y a los que se sienten alejados, extraños a “la casa de de Dios”. Pero esta posibilidad resulta escándalo para quienes reclaman para sí el privilegio de ser los únicos allegados a Dios.
El evangelista Mateo observa que a sus más allegados, Jesús los señala con la mano. Son sus discípulos, a quienes Él ha escogido, y ellos le han respondido poniéndose en su seguimiento, dejándose enseñar por Él y viviendo entre ellos una auténtica fraternidad. Hacerse discípulo, entrar en el discipulado es la vía para pasar a formar parte de la verdadera familia de Jesús, de sus parientes. Esto exige asumir las actitudes propias de los discípulos: reunirse en torno al Maestro para escucharlo y vivir con Él. Dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11,27).
La familia es un asunto del corazón, es pertenencia cordial, vínculo de mutua pertenencia, adopción de una identidad que se establece para siempre y se comparte. Ser familiar de alguien es compartir suerte y reputación, exige llevar su nombre, dar cuenta de Él y honrarlo. Jesús dice: El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón todo lo que fue para Él su razón de vivir: En esto conocerán que son mis discípulos: Si se aman los unos a los otros. Ámense como yo los he amado (Jn 13, 35).
Asimismo, la Iglesia es asunto «de familia». Pertenecen a ella los que se reúnen en torno a la Palabra para hacerla suya y conformar con ella la propia vida, los que toman como referencia de su vida lo que dijo e hizo Jesús y esto les hace vivir una fraternidad singular. La Iglesia es un asunto del corazón: sólo es «de familia» cuando se la ve como algo «nuestro». Entonces se la ama, se celebra con ella y se sufre con ella también, desde dentro; se procura ayudarla a ser cada vez mejor la esposa que Cristo se escogió.
La acogida obediente de la palabra asemeja al discípulo a María, modelo del creyente y modelo de la Iglesia que acoge la palabra y la lleva a cumplimiento; ella es bienaventurada porque cree y su maternidad verdadera consiste en escuchar y realizar la Palabra. 
Lo importante, pues, no es estar entre los que comen y beben con él (13, 26), sino pasar como María de un parentesco físico a un parentesco según el Espíritu, fundado en la escucha y puesta en práctica de la palabra: Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así, sino según el Espíritu (2 Cor 5,16).

lunes, 23 de julio de 2018

El signo de Jonás (Mt 12, 38-42)

P. Carlos Cardó SJ
Jonás expulsado por la ballena, ilustración para la Biblia del Papa Juan XXII. Escuela Francesa del siglo XIV
Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un signo".El les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón."
En este pasaje, los letrados, llamados también doctores o maestros de la ley, se asocian a los fariseos para exigirle a Jesús una señal que equivalga a una credencial divina de su misión para poder creer en Él como el enviado de Dios. Quieren que Jesús realice algo visible, una acción simbólica, un signo celeste o un rasgo corporal que demuestre de manera inequívoca su identidad, ya que juzgan inadmisible su pretensión de obrar en nombre de Dios. Por eso lo apremian: queremos ver una señal tuya personal.
Jesús ve la incredulidad de sus oyentes y ve en ella también reflejada la incredulidad del pueblo de Israel. Estamos en plena crisis galilea: el pueblo que al comienzo le siguió entusiasmado, después por influjo de sus autoridades, le dio la espalda, y Jesús abrió el alcance de su mensaje salvífico a los pueblos extranjeros. Por eso su respuesta es categórica.
En la persona de sus interlocutores ve al pueblo, a la generación perversa y adúltera que exige una señal. El calificativo de perversa denuncia su incapacidad de hacer el bien, como el árbol malo que da frutos malos (7,17s), y de decir algo bueno porque son malos (12, 34s). El otro adjetivo es una clara alusión a la infidelidad de Israel, esposa adúltera de Yahvé, que rompe la alianza (Os 3, 1; Ez 16,38; 23, 45).
Por eso, Jesús no les dará lo que ellos piden, un signo material y sensible, sino una señal cuyo significado exige fe para ser entendida. Haciendo un paralelo con Jonás les hace ver que la peripecia vivida por el profeta en el vientre del pez durante tres días con sus tres noches,  fue un signo anticipatorio de la muerte del Hijo del hombre y de su permanencia en el reino de los muertos. Esta es la «señal» que Dios ofrecerá a aquella generación; pero será una señal paradójica para Israel porque, por una parte, señalará su culpa en la muerte de Jesús y, por otra, la posibilidad de salvarse por medio de esa misma muerte redentora si se adhieren a Él por la fe.
Vienen después dos referencias bíblicas que denuncian la incredulidad del pueblo. Su gravedad queda demostrada con la comparación entre la actitud de los hijos de esa generación con la de los habitantes de Nínive y con la de la reina de Saba. Asimismo, la afirmación de la superioridad de Jesús respecto al famoso profeta y al sabio rey Salomón, echa en cara a los letrados y fariseos su cerrazón para entender la autoridad con que Jesús, como el enviado definitivo, ha anunciado la venida del reino de Dios.
La persona de Jesús, la sabiduría de su mensaje y la obra salvadora que realiza en favor nuestro, por puro amor, deberían ser el argumento suficiente para creer en Él. Pero muchas veces nuestra fe es débil e inconstante. Entonces, como los letrados y fariseos, esperamos pruebas y demostraciones visibles para reemprender el camino en que estábamos. 
Las razones que antes sostenían nuestro compromiso cristiano se nos tornan insuficientes y nos sobreviene la tibieza, la falta de mística y ardor espiritual. En tales momentos no hay que esperar cosas extraordinarias para reencender el fervor, ni se deben hacer cambios que impliquen abandono de nuestros antiguos propósitos. 

domingo, 22 de julio de 2018

Homilía del XVI Domingo del Tiempo Ordinario - Como ovejas sin pastor (Mc 6, 30-34)

P. Carlos Cardó SJ
Pastores, mural de autor anónimo (siglo XX) de la Capilla del Campo de los Pastores, Belén
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco».Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
En estos cuatro versículos tenemos toda una síntesis de vida cristiana.
Los apóstoles se reunieron con Jesús. Estar con el Señor, conocerlo para más amarlo y seguirlo es lo que define al cristiano. Jesús atiende a sus discípulos, presta atención a lo que le cuentan del trabajo que han realizado y los invita: Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado, para descansar un poco. Detrás de estas palabras resuena el eco de aquellas otras que trae Mateo: Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré (Mt 11, 28).
Siempre hay que procurar escuchar lo que dice Jesús como dirigido a nosotros hoy; sólo así la Escritura es palabra eficaz, que toca nuestra situación y nos cambia. Hay que oír, pues, su invitación a estar con Él, a saber “retirarnos” y descansar porque –consciente o inconscientemente– podemos llevar una vida que deshumaniza: agitados, absorbidos por el trabajo, en la búsqueda ansiosa de valores, que son útiles, sí, pero no esenciales.
Lo primero que se perjudica son las relaciones personales, es decir, lo más hermoso y satisfactorio que la vida nos da. Y lo mismo ocurre con Dios. Como toda relación, la amistad con Cristo hay que cultivarla, hay que darse tiempo para estar a solas con Él. Los tiempos que reservamos para la oración son los “lugares deshabitados”, de los que habla el evangelio, espacios en los que nos apartamos de aquello que, desde el exterior, nos desgasta y desorienta y accedemos a  nuestro interior, donde tocamos lo esencial.
Se fueron, pues, ellos solos en la barca, pero no lograron lo que buscaban, el descanso que tenían pensado se les frustró. La multitud que va y viene, ansiosa por ver a Jesús, se apresura y llega antes que ellos a la otra orilla. No les van a dejar tiempo ni para comer. Jesús mira la situación y, en vez de reprocharles –con todo derecho, por lo demás–, se conmueve.
Él sabe bien que lo buscan para que les ayude a vivir. Por eso no puede reprocharles su conducta ni defraudar la confianza que tienen puesta en Él. Una vez más sus entrañas de pastor bueno se compadecen: son como ovejas sin pastor (cf. Nm 27,17; Ez 34,5; Zac 13,7). Aprovecha entonces el momento para seguir haciendo lo que siempre ha hecho: congregar, unir (Mc 1,38s)… y se puso a enseñarles con calma.
Queda así enmarcado el milagro de la multiplicación de los panes que viene a continuación y definida la perspectiva desde la que hay que interpretarlo: milagro y enseñanza, pan y palabra van unidos.
La imagen de Jesús conmovido ante la necesidad de la gente nos hace apreciar lo más nuclear de su persona: Jesús fue alguien que supo amar de verdad. Más aún, su amor no fue en Él un sentimiento circunstancial, que le venía de vez en cuando, sino una realidad permanente que caracterizaba su persona. La razón de fondo es que en el amor profundamente humano de Jesús se revela su divinidad: su amor misericordioso es el amor mismo de Dios. Jesús es la encarnación del amor con que Dios ama, cuida y alimenta a sus criaturas 
Por esta razón última, cristológica, el amor compasivo es centro y esencia de la vida cristiana. El Papa Francisco no deja de repetirlo al proponer como nota esencial de la Iglesia el llamado “principio misericordia” que debe inspirar y unificarlo todo. 

sábado, 21 de julio de 2018

El Siervo de Dios (Mt 12, 14-21)

P. Carlos Cardó SJ
La bendición de Cristo, óleo sobre lienzo de Francisco de Zurbarán (1638), Museo del Prado, Madrid
Enseguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.
Jesús ha declarado algo que los judíos no pueden  admitir: que Él está por encima de la ley de la santificación del sábado, y que las leyes están al servicio de las personas, no al revés. Para corroborar su enseñanza ha curado en sábado a un pobre hombre que tenía una mano atrofiada. Cuando está de por medio el bien, la vida de una persona, Jesús no duda en dejar de lado la ley del descanso sabático.
Entonces, dice el texto de Mateo, los fariseos se pusieron a planear el modo de acabar con él. Jesús lo supo y se alejó de allí. Sabe actuar con valentía y prudencia. Evita el conflicto. Ya llegará la hora en que lo enfrentará, cuando sea inevitable, y asumirá voluntariamente las consecuencias. 
Jesús no lucha con nadie, no ataca ni se impone; hace el bien a todos, sirve a todos y a todos perdona. No rivaliza, sino que se pone a servir a los demás. Frente a los poderes injustos que le atacan, Él se sitúa en la falta de poder y desde allí pone de manifiesto la verdad de sus motivaciones y el poder de Dios que triunfa en la debilidad. Enfrenta y vence al mal con la fuerza del bien. En Jesús se frena la dinámica de la violencia, porque Él no devuelve mal por mal. Jesús, pues, se oculta por prudencia, pero su obra continúa. Oculta es eficaz, con la eficacia del grano de trigo caído en la tierra. 
A pesar de la hostilidad de las autoridades judías contra Él, dice el evangelio que lo siguieron muchos. Son los débiles y necesitados, que andan como ovejas sin pastor. Son los cansados y agobiados, a quienes promete alivio y reposo. Y los sanó a todos. La salud que él ofrece alcanza a todos. 
Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Este es mi siervo, el elegido… El evangelista Mateo ve en la actitud de Jesús para con los pobres y pecadores la realización de la profecía contenida en el Primer cántico del Siervo de Yahvé del capítulo 42 de Isaías. 
Jesús se identifica con el destino del Siervo. Es el elegido, por ser el Hijo amado en quien el Padre se complace. Reivindica parea sí la plena posesión del Espíritu divino (Cf. Lc 4, 18-21; Is 61, 1-2). Jesús Siervo no discute ni es violento; no pelea ni se impone; no constriñe ni domina; no emplea medios espectaculares para sojuzgar, no basa la eficacia de su mensaje en la fuerza de la propaganda, aunque lo que él diga en secreto haya que decirlo desde las azoteas. Atento a las personas, es manso y humilde para esperar el tiempo propicio de cada uno, mostrándose entre tanto comprensivo de sus fragilidades y de sus incertidumbres. Hace triunfar sobre la tierra la justicia-santidad de Dios y en él ponen su esperanza todos los pueblos.