sábado, 2 de junio de 2018

Controversia con los jefes judíos (Mc 11, 27-33)

P. Carlos Cardó SJ
Judíos rezando en la sinagoga, óleo sobre lienzo de Maurice Gottlieb (1878), Museo de Arte de Tel Aviv, Israel
Y llegaron de nuevo a Jerusalén. Mientras Jesús caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a él y le dijeron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?". Jesús les respondió: "Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?". Ellos se hacían este razonamiento: "Si contestamos: 'Del cielo', él nos dirá: '¿Por qué no creyeron en él?'.¿Diremos entonces: "De los hombres'?". Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: "No sabemos".
Y él les respondió: "Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas". 
La estadía de Jesús en Jerusalén está cargada de enfrentamientos y polémicas con los dirigentes judíos. Sus adversarios se ubican en el templo, lugar santo que ellos han convertido en lugar de comercio y de ejercicio de una autoridad abusiva.
Forman tres grupos, sobre los cuales Marcos hará caer la mayor responsabilidad en la muerte de Jesús: los sumos sacerdotes, los escribas o doctores de la ley y los ancianos. Los tres grupos constituyen el Sanedrín, asamblea suprema de la nación judía. Los primeros son los jefes del templo, los escribas son juristas y guías del pueblo y los ancianos son personas respetables que participan por derecho del Sanedrín.
En varias ocasiones, directamente o por medio de enviados suyos, han interpelado a Jesús, sobre lo que enseña al pueblo y las acciones que hace; les irrita el modo como maneja las traiciones antiguas y que se atreva a violar el descanso del sábado por atender las necesidades de la gente, sobre todo de los enfermos. En esta ocasión lo interpelan directamente sobre su autoridad, le exigen que acredite quién le ha nombrado para las funciones que desempeña, que muestre, por así decir, sus credenciales.
Es muy probable que lo que más les haya irritado sea la expulsión de los mercaderes del templo que Jesús ha realizado poco antes. Fue una acción profética, simbólica. Con ella Jesús purificó el templo y lo declaró casa de oración abierta a todos. Al hacerlo, se puso en la línea de los grandes profetas: Amós, Miqueas, Jeremías, que criticaron la religiosidad de su tiempo, fueron hostigados por sus representantes oficiales y dieron su vida por la verdadera religión.
Pero además los sumos sacerdotes se enardecen contra Jesús porque desenmascara el comercio que mantienen en el templo con la venta de los animales para los sacrificio y el pago de impuestos para el santuario.
¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?, le preguntan. Jesús les responde con otra pregunta, como solían hacer los rabinos en sus discusiones, y deja al descubierto la mala intención de sus interlocutores. Los deja en un aprieto. El bautismo de Juan ¿era del cielo?, respóndanme.
Al no querer responder, quedan obligados a admitir la santidad del bautismo de Juan y a tener que reconocer igualmente que la obra de Jesús es de origen divino. Han sido más que suficientes las enseñanzas que Él ha impartido y los signos que ha realizado para darse cuenta de su identidad de enviado; pero el reconocimiento de esta identidad implica un grave riesgo para ellos pues les desestabiliza su seguridad, el poder que detentan y las riquezas que han acumulado.
En suma, Jesús desinstala, quien reconoce a Jesús como lo que es, enviado del Padre, sabe que su vida debe cambiar y, sobre todo, debe despojarse de sus falsas seguridades e intereses personales ilícitos y no intentar defenderse con la respuesta de los jefes judíos: No sabemos… 
Ocurre así muchas veces cuando no se está dispuesto a arriesgar la posición o ganancia lograda para mantener los valores en los que se cree. La raíz de toda incredulidad práctica está en el miedo al riesgo y a las consecuencias del obrar honesto. Creer es vivir con transparencia y rectitud.

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