jueves, 1 de marzo de 2018

El rico epulón (Lc 16, 19-31)


P. Carlos Cardó SJ
 
Lázaro y el rico Epulón, óleo sobre lienzo de Leandro Bassano (1570 aprox.), Museo del Prado, Madrid
Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
El mensaje de esta parábola es claro: despilfarrar el dinero, sin pensar en el bien común y en contribuir a remediar las necesidades de los prójimos, es obrar de manera egoísta e injusta. Así procedía el rico, que banqueteaba espléndidamente, sin importarle la suerte del pobre que estaba a su lado. Llega el día en que ambos personajes se encuentran ante la realidad ineludible de la muerte, y sus destinos cambian: el pobre es llevado al “seno de Abraham”, el cielo, mientras el rico va a caer en el infierno, que la imaginación judía describía como un lugar de llamas y tormentos.
El mensaje de la parábola no es que los pobres que sufren en este mundo tendrán después sus gozos en el cielo; lo que se subraya no es la suerte del pobre, sino la condena del rico. Por otra parte, la parábola no presenta a los dos personajes desde un punto de vista moralista. No dice que el rico haya sido un inmoral, ni que el pobre sea un creyente piadoso. No cabe, pues, la conclusión maniquea de que los ricos por ser ricos son malos y los pobres por ser pobres son buenos.
La razón por la que el rico echa a perder su vida es por haberse mostrado indiferente a la necesidad del pobre que estaba tendido junto a su puerta. Y en esto la parábola insiste gráficamente, detallando el modo de proceder del rico, que lo conduce a la perdición: dedicado a sus placeres, a vestir lujosamente  y a comer deliciosamente con sus amigos, se ha hecho incapaz de advertir la necesidad del pobre que está a su lado. Olvida, por tanto, el mandamiento principal: el amor al prójimo. Y es precisamente en esta dirección, en la que el evangelista saca de la parábola de Jesús la enseñanza debida.
El rico llama a Abraham “padre”. Se puede suponer, pues, que era un hebreo creyente. Pero ser miembro del pueblo elegido no basta para alcanzar la salvación. El rico pide a Abraham que el pobre Lázaro venga a mojarle con agua para refrescarlo. La respuesta de Abraham es tajante. La comunicación era posible en la tierra, ahora ya no. El momento para la generosidad y la solidaridad con los pobres es el hoy de cada día.
El rico pide luego que Lázaro vaya a casa de su padre a advertir a “sus cinco hermanos” para que no caigan también ellos en ese lugar de tormento. Pero esos “cinco hermanos”, ricos como él, eran el círculo cerrado en que había vivido y por eso nunca trató al pobre  como un “hermano”. Su riqueza le impidió comprender que todos los seres humanos, sobre todo los más pobres como Lázaro, eran sus hermanos.
Además, no se puede llamar padre a Abraham si no se trata como hermano al pobre que está a la puerta de casa. La respuesta de Abraham es clara: Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen (v. 29). Es el único camino a seguir. No se trata de cosas extraordinarias, como ver resucitado a un muerto, sino de escuchar la palabra de Dios.
De la parábola se desprende, además, una enseñanza importante: que las decisiones que tomamos aquí en la tierra, van conformando una unidad y tienen sus repercusiones después de la muerte. Con ellas vamos dando unidad y sentido a nuestra vida.
El rico de la parábola opta por un estilo de vida, que lo lleva a tratar a los demás de una manera determinada. Su persona queda marcada por su estilo de vida y eso le trae consecuencias que van más allá de la muerte, porque la persona es una unidad, antes y después de la muerte.
Para el creyente, la dirección y el sentido de la vida se encuentra en la asimilación y puesta en práctica de los valores del evangelio. Vivir en contradicción con esos valores, como el rico de la parábola, es echar a perder la vida.
Quien piensa en los demás y vive para servir se hace pobre en espíritu y se humaniza. Esto según el evangelio es vivir para Dios y estar en Dios. Por el contrario, quien vive pensando únicamente en sí mismo, en su propio interés y confort, se deshumaniza. Esto, según el evangelio, es estar fuera de Dios, es infierno. Lo que salva es el corazón pobre, que ya no vive para sí sino para Él, que por nosotros murió y resucitó y, quiere que lo sirvamos en sus hermanos, sobre todo en los más pequeños, con quienes Él se identifica.

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