viernes, 26 de enero de 2018

El envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-9)

P. Carlos Cardó SJ

 
San Pedro predicando en presencia de San Marcos, témpera sobre tabla de Fra Angélico (1433 aprox.), Museo Nacional de San Marcos, Florencia, Italia
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Miren que yo los envío como a corderos en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;  curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’».
La cosecha es abundante y los obreros pocos. La frase de Jesús contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. De modo particular la frase hace tomar conciencia del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios que en la Iglesia requieren una dedicación especial. Sin oración al Señor de la mies, sin familias que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes, religiosos y laicos, el problema seguirá.
Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso designó y envió discípulos y discípulas. El número 72 simboliza una totalidad: todos los que creemos en Cristo somos apóstoles, discípulos y misioneros. La misión es cosa de todos y para todos.
Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia  que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son halagüeñas, las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros, tiempo breve.
El mundo al que Jesús envía es complejo y siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin. Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas, y a transmitirlos, es ver que pronto o tarde se hacen objeto de críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. Nunca ha sido fácil vivir auténticamente el cristianismo. Cuando esto ocurre, el cristiano se acuerda de las palabras del Señor: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
Las instrucciones que dio Jesús a los 72 discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo del Señor y en solidaridad con los hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Jesucristo. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble.
No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida, para poner toda la confianza en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto es capaz de servir libre y desinteresadamente: libre de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones que contradigan los valores del evangelio; libre para dirigirse a su meta sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino, libre para no buscarse a sí mismo sino a Jesucristo y el bien de los demás, ¡libre para amar, libre para servir!
La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quien se ha identificado con el Señor siente dentro de sí una profunda paz y sabe comunicarla. Paz a esta casa, dicen los discípulos, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, siempre en misión de construir paz. Pero no una paz ingenua y barata, sino la que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social… 
La misión a la que Jesús envía, es consecuencia del bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no se puede ser seguidores suyos y colaboradores de su misión. 

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