martes, 19 de diciembre de 2017

Nacimiento de Juan Bautista (Lc 1, 5-25)

P. Carlos Cardó SJ
Anuncio del ángel a Zacarías, fresco de Domenico Ghirlandaio (1485-1490), capilla Tornabuoni de la Basílica Santa María Novella de Florencia, Italia
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: "No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto."Zacarías replicó al ángel: "¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada." El ángel le contestó: "Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira: te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento."El pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo. Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo: "Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres."
Juan Bautista es prototipo de la persona bien dispuesta a acoger al Señor que viene. Deja su casa y se dedica a preparar en el desierto la pronta venida del Mesías, exhortando a la gente a cambiar de vida. Juan es una síntesis viviente del Antiguo Testamento, que en él culmina; manifiesta en su persona lo más característico del Israel fiel: la espera de la realización de las promesas de Dios en favor de su pueblo.
En la historia de la salvación, todo acontecimiento decisivo es iniciativa de Dios y toda figura significativa es objeto de una elección particular. Las madres de Isaac, de Sansón, de Samuel, eran  mujeres estériles. Dios, autor de la vida, les hace concebir un hijo, porque lo destina a una misión en favor de su pueblo. Así ocurre con Juan: nace de Zacarías, sacerdote ya viejo, y de Isabel, también de edad avanzada. Nace de la fe que prestan a la promesa de Dios.
En Lucas, el anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del templo. Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); será un niño consagrado –un nazir de Dios– y, como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. El Espíritu habita en él desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se unirá la de guía de su pueblo (Lc 1, 17). Precederá al Mesías, cumpliendo la función que el profeta Malaquías (3, 23) atribuía a Elías.
Su nombre es Juan (Lc 1,63). Su circuncisión muestra también la elección divina: nadie en su parentela lleva el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le llame así, cambiando las costumbres. Dios es quien lo ha elegido, es él quien dirige todo.
Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó, en las entrañas maternas y pronunció mi nombre (Is 49, 1). Dios nos conoce y ama aun antes de que nuestros ojos puedan contemplar las maravillas de la creación. Dios cuenta con nosotros y nos llama desde las raíces mismas de nuestra existencia, porque somos suyos.
 Zacarías confirma, delante de los parientes maravillados, el nombre de su hijo escribiéndolo en una tablilla. El nombre significa Dios es favorable. Es favorable a su pueblo: quiere que el niño sea una bendición para todas las naciones. Es favorable a la humanidad: la conduce por el camino hacia la tierra en la que reinarán la paz y la justicia. Todo esto se inscribe en el nombre Juan.
Como María, Zacarías prorrumpe en un himno que es, a la vez, acción de gracias y descripción de la misión de Juan como precursor del Mesías. Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en la historia de la humanidad como sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Su nacimiento permite intuir que el Señor visita a su pueblo para consolidar la alianza con él, como lo había prometido. Trae designios de bendición y de vida, de liberación, de santidad y justicia. El Precursor tiene por misión preparar su venida (Is 40, 3), dando a su pueblo el “conocimiento de la salvación”.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian:
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padre,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Este poema, conocido tradicionalmente como Benedictus, lo canta la Iglesia cada día al final de la oración de la mañana, reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento de la misión que le tocó desempeñar a Juan de mostrar al mundo “el camino de la paz”.

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