miércoles, 4 de octubre de 2017

Las exigencias del seguimiento de Jesús (Lc 9, 57-62)

P. Carlos Cardó SJ
Cristo consolador, óleo sobre lienzo de Carl Heinrich Bloch (1884), Museo de Arte de la Universidad Brigham Young, Utah, Estados Unidos
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: "Te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza".A otro, Jesús le dijo: "Sígueme". Pero él le respondió: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios". Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia". Jesús le contestó: "El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".
Estos versículos de Lucas nos confrontan con el seguimiento radical de Jesús. Se trata de tres breves y cortantes escenas de seguimiento, que presentan las exigencias radicales que Jesús impone: el discípulo tiene que estar preparado para desligarse de todo aquello que pueda quitarle libertad y disponibilidad a fin de poder entregarse por completo a la causa del evangelio.
En la primera escena, un hombre, cuyo nombre no se menciona, se presenta ante Jesús y, antes de ser llamado, le dice: Yo te seguiré. Pero el seguimiento del Señor no es una pretensión humana, no depende sólo de la propia iniciativa. Es Dios quien llama y quien da su gracia, que capacita para poder asumir las exigencias que implica. Por eso Jesús obliga a reflexionar para no anteponer el deseo a la realidad, la ilusión a la previsión.
La persona debe ver que formar parte del grupo de los seguidores de Jesús no trae ventajas económicas, ni poder ni prestigio, que son las cosas sobre las cuales el hombre suele poner su seguridad. Quien lo sigue ha de poner toda su seguridad en Dios, no en bienes materiales. En definitiva, seguir a Jesús es imitar su modo de ser: Él no tiene donde reclinar la cabeza, y halla su plena satisfacción personal en el servicio a los demás.
En la segunda escena, otra persona quiere seguir a Jesús pero ve que primero tiene que sepultar a su padre. Indudablemente se trata de un deber filial, una acción piadosa derivada del honor que se debe a los padres (Ex 20,12; Lev 19,3), pero aunque sea algo muy bueno, no es lo primero. El Señor es quien debe ser el primero, si no, no es Señor.
La entrega a Cristo es tan incondicional que, frente a ella, hasta el deber de enterrar al padre cede su prioridad. Con este dicho, que puede resultar chocante a nuestra sensibilidad, Jesús se sitúa de forma soberana por encima de todo. Se coloca en el mismo plano de Dios. Deja a los muertos que entierren a sus muertos, significa, entonces, que nada, excepto lo referente a Dios, se puede absolutizar.
Todo amor, por sublime que sea, deriva del amor a Dios y a Él tiene que ordenarse. Jesús antepuso su amor a María y a José –que angustiados lo buscaban–, a la necesidad que sentía de ocuparse de las cosas de su Padre (Lc 2,48s). Y hay que recordar que aun en el plano del desarrollo humano, si un joven no ordena el afecto que tiene a sus padres y no adquiere libertad frente a ellos, no alcanza la adultez que se requiere para formar la propia familia, seguir la propia vocación o emprender algo de manera autónoma y responsable.
En la tercera situación, se repiten y condensan las actitudes anteriores. La llamada del Señor exige ya no sólo de la disponibilidad frente a cosas y afectos, sino también frente a uno mismo, para entregar la propia vida, poniendo toda la confianza en Dios. Mirar atrás es mirarse a sí mismo, buscar seguridades, aducir méritos propios, alegar por mi pasado, por lo que he conquistado o lo que represento. De todo ello nos puede liberar el Señor para hacernos ver que la garantía única es la promesa que Él nos ha hecho y lo que sólo Él es capaz de realizar por mí.
Con su lenguaje sencillo y directo, el Papa Francisco resume este texto del evangelio con estas palabras: “Jesús apunta directamente hacia a la meta; y a las personas que encuentra y que le piden seguirlo, les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada fija; saberse despegar de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado. Pero Jesús no impone jamás, Jesús es humilde, Jesús invita”.

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