martes, 31 de octubre de 2017

El reino se parece al grano de mostaza y a la levadura (Lc 13,18-21)

P. Carlos Cardó SJ
 
Grano de mostaza
En aquel tiempo, dijo Jesús: "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas." Y añadió: "¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta."
En el pasaje anterior, de la curación de la mujer encorvada, vimos cómo Jesús hace presente el reino de Dios por medio de su palabra y de sus acciones liberadoras; ahora se nos dice cómo crece y se desarrolla en el mundo.
El reino, nos dice Jesús, tiene siempre una apariencia casi insignificante, casi invisible, y hay que discernir para reconocerlo. Actúa en la historia como actuó Él: en pobreza, sin poder, sin riqueza ni medios extraordinarios y llamativos. Su conocimiento está reservado a los pequeños y sencillos. Sin embargo, aunque su inicio es insignificante, el reino ha puesto ya en marcha todo un proceso de crecimiento, cuya conclusión y éxito final será grandioso y está asegurado.
Para hacer comprender esta dinámica del desarrollo del reino de Dios, Jesús emplea varias parábolas: del sembrador, del trigo y la cizaña, del tesoro escondido y la perla de gran precio, de la red, y las dos pequeñas del granito de mostaza y de la levadura.
El granito de mostaza, pequeño como cabeza de alfiler, tiene sin embargo una fuerza vital invisible, irresistible, que germina y demuestra toda su potencialidad al “hacerse un árbol, en cuyas ramas vienen los pájaros a hacer sus nidos”.
Su significado simbólico alude en primer lugar a la predicación de la palabra evangélica que lleva dentro de sí la fuerza necesaria para lograr el establecimiento pleno y definitivo del reinado de Dios. La misteriosa actuación de Dios confiere a la palabra de Jesús su capacidad generativa, y aunque su desarrollo y extensión tiene una apariencia casi invisible, es ya una realidad en la historia humana.
Este poder de Dios, creador y liberador, actúa en el mundo estableciendo el reino que Jesús predica.  El señorío de Dios sobre todas las cosas, que va transformando los corazones para que se instaure la paz y la justicia en el mundo tiene un desarrollo igual que el proceso de crecimiento de una pequeña planta. La imagen de los pájaros que vienen a anidar en sus ramas es la misma que los profetas emplearon para describir la extensión universal del reinado de Dios (Ez 17, 22s).
Con elementos sacados también de la vida ordinaria, la otra parábola de la levadura que emplea un ama de casa para hace fermentar la masa, hace comprender fácilmente a los oyentes el modo como actúa y se desarrolla el reino de Dios. También aquí se subraya el contraste que hay entre los inicios silenciosos y escondidos, y el resultado final. La levadura se expande y permea de una forma invisible toda la masa. De modo semejante, el reino de Dios actúa con sus valores en el interior de las personas, las transforma y, por medio de ellas se expande.
Pero hay, además, otro simbolismo: la levadura sugiere la idea de algo impuro, maloliente incluso. La masa ya fermentada simbolizaba lo viejo, y por eso se la sacaba de las casas para celebrar la Pascua (Ex 12, 15), comiendo panes ácimos (puros), de harina no fermentada. Se celebraba así el paso de lo viejo a lo nuevo, de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad.
Jesús hace ver que la novedad del reino de libertad y de vida sigue el mismo camino que Él sigue: nacido oculto en un pesebre, ha sido rechazado como impuro por las autoridades religiosas, va a morir y será sepultado en la tierra. Sin embargo, Él es portador de la pureza de Dios que consiste en la misericordia y que le lleva a mezclarse con la miseria humana.
La pureza de Dios consiste en perderse para hacerse siervo (12,18ss) y cargar con la debilidad y el pecado (8,17). Por eso Pablo dirá que Cristo crucificado se ha hecho para nosotros levadura, maldición, pecado (Gal 3,13; 2Cor 5,21), y por su resurrección ha hecho posible la fiesta de la verdadera pascua, que los cristianos celebran no con la levadura vieja, ni con la levadura de malicia y maldad, sino con los panes ácimos de la sinceridad y de la verdad (1 Cor 5, 8).
La nueva Pascua, los panes nuevos, el cuerpo de Cristo hecho pan que se nos da como alimento, configuran a los cristianos con su Señor y les hacen ser como Él, ofrenda pura para la vida del mundo, humanidad nueva que nace de la eucaristía. 
Hay aquí, pues una invitación a entrar por los caminos de Dios, por la lógica de su  reino: según la cual el Creador se ha hecho pequeño para revelársenos en lo humano, su Hijo Jesucristo actuó en silencio, sin pretensiones de grandeza, y dejó establecido para sus seguidores y para su Iglesia que el mayor es quien se ha hecho el más pequeño de todos para servirlos a todos (Lc 9,48; 22,26ss). Así actúa el reino de Dios, semejante al desarrollo silencioso y casi invisible del grano de mostaza que se hace un árbol y la levadura que va fermentando la masa.

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