lunes, 4 de septiembre de 2017

Enviado a anunciar la buena noticia a los pobres (Lc 4, 16-30

P. Carlos Cardó, SJ
Jesús enseña en el templo, óleo sobre lienzo de Christian Wilhelm Ernst Dietrich (siglo XVIII), Museo Nacional de Cracovia, Polonia
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en Él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura, que ustedes acaban de oír".Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: "¿No es éste el hijo de José?"Jesús les dijo: "Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo, y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm’ ".Y añadió: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria". Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Un día sábado fue Jesús a la sinagoga de su pueblo, Nazaret, y se levantó para hacer la lectura. Le dieron el libro de Isaías y, desenrollándolo, escogió el pasaje de la consagración del profeta; lo leyó y lo explicó aplicándolo a su persona. Fue un discurso programático en el que expuso las obras que debía realizar como Mesías, ungido y enviado por el Espíritu para anunciar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y conseguir la libertad a los oprimidos.
El texto de Isaías es del capítulo 61, 1-2, pero retocado y completado por Lucas con el versículo de Is 58, 6 sobre el año de gracia del Señor (Lc 4,19). Isaías anuncia la liberación definitiva de los diversos grupos de judíos que vuelven de la deportación en Babilonia. Lucas menciona cuatro de estos grupos.
El primer grupo es el de los «pobres», que en el Antiguo Testamento eran los anawim (“encorvados”), concepto que designaba a los desposeídos, socialmente postergados, obligados a encorvarse ante los poderosos, y que se fue ampliando en los Salmos y en los Profetas para designar a los humildes que se inclinan ante Dios en espera de su auxilio y, finalmente, en las bienaventuranzas de Mateo (5, 3) serán los pobres en espíritu¸ que ponen solo en Dios su confianza y obtienen de él su fuerza. Pero no cabe duda que en labios de Jesús la necesidad física y la opresión están a la base, como el referente primero de la actitud religiosa de la pobreza en el espíritu.
Algo semejante ocurre con el grupo de los cautivos: en primer lugar son los prisioneros de sus deudas o los que padecen escasez de recursos, y en sentido figurado son aquellos que padecen cualquier tipo de dependencia. Los ciegos, igualmente, son en sentido estricto los discapacitados visuales y, en sentido amplio, los que necesitan luz para orientar acertadamente sus vidas. Asimismo los oprimidos, que según Is 58,6 hay que dejar en libertad y, según 61,1 sacar de la prisión, apuntan en primer lugar a la acción de poner fin a toda situación social o económica de opresión y, en general, a la liberación de todo aquello que impide a las personas el ejercicio de su libertad.
Finalmente la proclamación del año de gracia del Señor alude directamente al año jubilar o sabático, que era fundamental en la legislación de Israel porque en él se condonaban las deudas,  pero que en relación a Jesucristo se abre a la nueva perspectiva del tiempo definitivo de reconciliación y de gracia que él inauguró.
Muchos al oírlo se asombraron de su sabiduría y vieron que con Él se cumplían las promesas de Dios, anunciadas por los profetas. De manera más clara los cristianos de la primitiva Iglesia iban a experimentar con alegría que Jesús, por su resurrección, estaba con ellos y les transmitía su Espíritu y su misma misión de anunciar la liberación de los pobres, sanar los corazones heridos y hacer vivir a todos en fraternidad. Y cuando las primeras comunidades cristianas escribieron los evangelios, eso fue lo que buscaron: hacer sentir a los lectores (nosotros) que Jesús nos confía su misión liberadora.
Pero las cosas cambiaron rápidamente en la sinagoga, y esos mismos oyentes de Jesús, movidos sin duda por sus autoridades religiosas, pasaron del entusiasmo inicial a un rechazo violento. El hecho que desencadenó esta reacción agresiva fue la respuesta que dio Jesús a quienes se preguntaban por el origen de su sabiduría, pues lo habían visto crecer en su ciudad y conocían a José, su padre.
Rechazarlo a Él era repetir la conducta de sus antepasados con los grandes profetas Elías y Eliseo, que encontraron en las regiones paganas de Sidón y de Siria la acogida que no les brindaron los miembros del pueblo elegido de Dios. Al oír esto, todos se enfurecieron, y decidieron quitarlo de en medio de forma violenta. Lo arrastraron hasta un precipicio e intentaron despeñarlo. Pero Jesús, de forma soberana, escapó de su furor y abriéndose paso entre ellos, se alejó. Llegará el momento en que las autoridades judías lo entreguen a los romanos y acabe su vida en la cruz. Pero ese momento tendrá que acontecer a su debido tiempo.
El mensaje de este evangelio es que en Cristo se realizan las aspiraciones de todo ser humano. Su reino sigue obrando de manera silenciosa en la historia, transformando los corazones e impulsando un nuevo ordenamiento justo y fraterno de la sociedad. Por el bautismo fuimos injertados en Cristo y su Espíritu también nos ha consagrado para continuar su misión de anunciar la buena noticia a los pobres y empeñarnos en la labor de promover la liberación integral de todos nuestros hermanos y hermanas. Por eso no debemos olvidar el error de aquellos nazarenos, para no repetirlo: porque, en efecto, se puede rechazar la buena noticia que Jesús da a los pobres y oprimidos, por los cambios profundos que exige en la sociedad y en la propia conducta. Pero confiamos que esa misma buena noticia nos asegura también a nosotros una vida verdaderamente libre y feliz.

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