lunes, 14 de agosto de 2017

La libertad de los hijos (Mt 17, 22-27)

P. Carlos Cardó, SJ
 
Pedro extrayendo la moneda del pez, detalle del óleo sobre lienzo titulado El Tributo al Templo, de Masaccio (1426-27), capilla Brancacci, Santa María del Carmine, Florencia, Italia

En aquel tiempo, se hallaba Jesús con sus discípulos en Galilea y les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar".
Al oír esto, los discípulos se llenaron de tristeza. Cuando llegaron a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del impuesto para el templo y le dijeron: "¿Acaso tu maestro no paga el impuesto?" Él les respondió: "Sí lo paga".Al entrar Pedro en la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? ¿A quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra, a los hijos o a los extraños?" Pedro le respondió: "A los extraños". Entonces Jesús le dijo: "Por lo tanto, los hijos están exentos. Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti".
Jesús dejará pronto su tierra de Galilea para dirigirse a Jerusalén. En esas circunstancias, reúne a sus discípulos y, como había hecho ya en Cesarea de Filipo (16, 21), vuelve a hablarles de lo que le ocurrirá en la santa ciudad. El anuncio de la pasión es ahora breve y lacónico. Antes les había dicho que era necesaria su muerte y su resurrección, ahora les dice que se trata de algo inminente.
Marcos en su evangelio señala que los discípulos no entendieron las palabras de Jesús. Mateo hace suponer que sí las entendieron, pero no podían aceptar que acabara su vida así; por eso su profunda tristeza. Con brevísimos trazos queda bosquejado el enigma de la pasión: Jesús va libremente a Jerusalén donde va a ser entregado en manos de gente hostil, sus discípulos entristecidos lo abandonarán y tendrá que recorrer solo su via crucis hasta el fin. Es verdad que al tercer día Dios resucitará al Hijo del hombre y le dará todo poder en el cielo y en la tierra, pero esta parte del anuncio parece caer en el vacío, deja impávidos a los discípulos. Tendrán que vivir la experiencia de la pascua para poder entenderla.
En la segunda parte del texto, el Hijo del hombre, que ya en otras ocasiones se ha declarado libre frente al sábado, el templo y las tradiciones y costumbres judías, se declara también libre frente a los impuestos y quiere hacer partícipes a sus discípulos de su misma libertad. Pero, para no escandalizar, quiere también que sean libres para poder pagar el impuesto del templo. Han de ser tan libres que puedan renunciar a su propio derecho si su proceder puede ir en contra del hermano, ofenderlo o dificultarle su fe. Es lo que Pablo enseña a los corintios respecto a privarse de comer alimentos que estaban prohibidos para los judíos (1 Cor 8,13).
La comunidad a la que Mateo destina su evangelio estaba formada por cristianos provenientes del judaísmo, que por la formación recibida en la sinagoga querían mantener una observancia rigurosa de la ley y de las tradiciones religiosas de sus antepasados, llegando a olvidar (o temer) la libertad que el evangelio aporta a los que siguen la nueva ley de Cristo.
La libertad cristiana no lleva a una observancia de la ley como meros ascetas y estoicos; tampoco puede conducir a la transgresión como hacen los libertinos. Es la libertad propia del amor al hermano, que, según san Pablo, significa el cumplimiento de la ley porque ésta se reduce a amar al prójimo (Rom 13). Desde esta perspectiva, el criterio de la libertad cristiana es buscar siempre lo que ayuda o favorece al otro.
Se acercaron a Pedro los cobradores del impuesto del templo y le preguntaron si su maestro lo pagaba. Pedro respondió resueltamente que sí pero llevó la cuestión a Jesús. Se trataba sin duda del impuesto de medio siclo o dos dracmas que todo judío debía pagar para los gastos del templo. Era un impuesto gravoso y por eso muy impopular, sobre todo en Galilea porque eran gente muy pobre, Jerusalén les quedaba muy lejos y, además, los zelotas (que en su mayoría eran galileos) los presionaban para no pagar. }
La respuesta de Jesús se basa en el siguiente argumento: los reyes no imponen tributos a los suyos (el original del texto griego dice: a los hijos). Él es hijo del Señor del templo, por tanto no está obligado a tal impuesto y hace partícipes de su libertad a sus discípulos. En su respuesta queda afirmada su relación con Dios: la paternidad divina está en el centro de su vida espiritual y fundamenta, al mismo tiempo, la actitud crítica que mantuvo frente a la religiosidad judía centrada en el templo.
La expulsión de los cambistas del templo (Mt 21, 12) vendría en línea con este modo de proceder de Jesús, pues estos comerciantes se encargaban precisamente de vender los siclos, moneda extrajera con la que se pagaba el impuesto y que los judíos tenían que comprar con moneda nacional. El centro del relato es, pues, la declaración de la libertad de los hijos, que Jesús, con la conciencia que tiene de ser Hijo, establece para sus discípulos, llamados a ser hijos en el Hijo.
El final del texto incluye frases de fuerte contenido sobrenatural: la “presciencia” con que Jesús conoce lo que le han preguntado a Pedro y se adelanta a responderle antes de que se lo pida, y el anuncio que le hace del milagro de la moneda en la boca del pez, de marcado carácter legendario, que podía leerse en la literatura de otros pueblos. Los comentaristas observan que si Mateo incluye estas frases es por fidelidad a las tradiciones que ha recogido para redactar su evangelio y porque, concretamente, embellecen lo central de todo el relato, la afirmación: Entonces, los hijos son libres.

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