miércoles, 16 de agosto de 2017

La corrección fraterna (Mt 18, 15-20)

P. Carlos Cardó, SJ
La reprimenda, óleo sobre lienzo de Jehan Georges Vibert (1866-67 ), colección privada
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos". 
Somos conscientes de vivir en una época individualista. Una tendencia extendida lleva a subrayar más los derechos (del individuo) que los deberes (del ciudadano), y a resolver la tensión entre libertad y responsabilidad apostan­do simplemente por “mi” libertad. Asimismo, la afirmación absolu­ta del individuo hace muchas veces olvidar a los otros, de tal modo que se llega a interpretar la tolerancia y el respeto al otro como no meterse con nadie, o como indiferencia y desinterés por la vida del prójimo.
Pero ya los primeros diálogos de Dios con el hombre en la Biblia nos plantean la pregunta: – ¿Dónde está tu hermano Abel? No sé; ¿soy yo acaso el guar­dián de mi hermano? El otro es un “hermano”, de tu sangre, de tu casa. Eres responsable de él.
Por eso la responsabilidad que siente sobre sí el profeta: Si tú no hablas, advirtiéndole al que ha hecho mal para que cambie de con­ducta, a ti te pediré cuenta de su suerte (Ezequiel 33,8). Por el hecho de pertenecer a la familia humana, a todos nos atañe una  responsabilidad pública frente a las conductas que dañan a la comunidad.
Naturalmente no se trata de erigirnos en jueces de los demás. En muchas otras ocasiones el mismo Jesús reprueba esta actitud que lleva a censurar o condenar a los demás con la ley en la mano. Se trata de “ganar a tu hermano”, restablecerlo, curar el cuerpo herido, y aspirar a un modelo social y eclesial de inclu­sión, no de exclusión de los indeseados.
Por eso, en el cristianismo, la corrección del hermano que ha pecado o cometido un error, es signo y expresión del amor. El otro es reconocido siempre como es, con sus limitaciones; no es juzgado si se equivoca, se le absuelve si es culpable, se le busca si anda por el mal camino y se le perdona si peca.
Sin aceptación, no es posible la corrección. Siempre es imprescindible escuchar al otro. Sólo así podrá aceptar lo que se le diga, y no lo sentirá como una agresión. La corrección del hermano se hace sin violencia, no por venganza ni por rencor. Porque amas a tu hermano como a ti mismo, lo corriges para no cargarte de un pecado de omisión con respecto a él. Es un miembro enfermo, se siente dolor por él, se busca curarlo porque es parte del mismo cuerpo. Buscar al que está perdido es la expresión más alta de la misericordia.
Así, desde el amor responsa­ble se puede entender el procedimiento que el evangelio sugiere para recuperar al hermano:
- Primero se le habla en privado, con discreción y respeto, no en público como pedía la ley judía (Lev 19). Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
- Segundo, si el diálogo no surte efecto, se busca la ayuda de otro o de otros hermanos, pues todos somos responsables unos de otros: Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
- Y, tercero, si aun esta medida fracasa, se apela a la comunidad. La comunidad (ecclesia) es mediación y sacramento de Dios, a quien finalmente corresponde el juicio. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Queda claro entonces que Jesús nos invita no solamente a reconciliarnos con el hermano, sino a procurar llevarlo a conversión y reconciliación con los demás. Y esto exige siempre rectitud en el hablar para llamar mal a lo que está mal y bien a lo que está bien. La verdad es un servicio de caridad. Decirle a uno que su proceder no está bien no significa tratarlo sin consideración, no es dejar de comprenderlo y mucho menos excluirlo del amor fraterno. Jesús vino justamente a llamar y salvar lo que estaba perdido.
El evangelio de hoy propone un modelo de comunidad en el que sus miembros se sienten corresponsables unos de otros. Sólo cuando existen relaciones personalizadas adquiere sentido la corrección fraterna. La eucaristía es la acción comunitaria de hermanos en la que confesamos nuestro pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión, celebramos el perdón y nos comprometemos a forjar la reconciliación. Una reconciliación que se hace consciente de los pecados de “omisióny que no se evade ante la necesidad de diálogo y entendimien­to mutuos. En ella se nos hace presente Jesucristo, comulgamos con Él y con el her­mano. Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos, dice Jesús.

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