domingo, 27 de agosto de 2017

Homilía del domingo XXI del Tiempo Ordinario - ¿Quién dicen que soy yo? (Mt 16,13-19)

P. Carlos Cardó, SJ
La entrega de las llaves, óleo sobre lienzo de Rafael (1515), Victoria and Albert Museum, Londres
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.»Entonces, él les preguntó: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»
Es un texto que hemos meditado muchas veces. Corresponde al diálogo que Jesús tiene con sus apóstoles cuando están subiendo a Jerusalén donde va a ser entregado. En este contexto, les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos responden refiriendo las opiniones que circulan sobre el Maestro.
Unos, impresionados por la vida austera y la muerte de Juan Bautista piensan que ha vuelto a la vida. Otros que se trata de Elías, enviado a consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar el reino de  Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17, 10-11). Otros identifican a Jesús con Jeremías, el profeta que quiso purificar la religión y fue martirizado por los dirigentes del pueblo. Otros en fin ven en Jesús un profeta más.
¿Quién dicen ustedes que soy yo?, les dice. Quiere saber qué piensan de Él y qué esperan. De lo que sientan en su corazón dependerá su fortaleza o debilidad para soportar el escándalo que va a significar su muerte en cruz. Entonces Pedro toma la palabra y le contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Estas palabras no han podido nacer de su genial perspicacia. Como el resto de discípulos, Pedro no es un hombre instruido, es un pobre pescador de Galilea. Sus palabras han tenido que ser fruto de una gracia especial.
Por eso le dice Jesús: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora ya todo cambia, Jesús puede manifestarles claramente el misterio del destino redentor que le aguarda. Él es el enviado definitivo, el Mesías que entregará su vida por la humanidad, será crucificado y resucitará por la fuerza de Dios, su Padre.
¿Quién dice la gente que es Jesús? A esta pregunta la gente de hoy seguramente puede dar muchas respuestas y todas positivas. Recordarán, por ejemplo, que con su personalidad atraía a multitudes de toda condición y que a nadie le hacía sentirse distante de Él. Reconocerán que sus palabras tocan el interior de las personas y tienen una actualidad que difícilmente se encuentra en otros maestros de la humanidad. Apreciarán su autenticidad y transparencia, la coherencia con que cumplía lo que enseñaba y decía siempre la verdad, hasta el punto de que sus mismos enemigos llegaron a que reconocer: Eres honesto, no te dejas influenciar por nadie, no haces acepción de personas (Mt 22,16). Se asombrarán de su sensibilidad humana, que le hacía conmoverse ante las necesidades de los demás, y lo movía a actuar de inmediato para resolverlas. Admitirán, en fin, como síntesis de todo, que pasó haciendo el bien (Hech 10, 38) y nos enseñó que es más feliz el dar que el recibir (Hech 20, 35).
De la respuesta que se dé a la pregunta: ¿quién dicen que soy yo?, se seguirán las diversas formas de concebir y vivir la fe. Un ideal ético de valores y actitudes que ayuda a vivir bien consigo mismo y con los demás; una conciencia social que compromete en la lucha por la justicia; un referente sobrenatural más o menos mítico o mágico, al que se remiten las propias incógnitas e inseguridades; una cosmovisión filosófica –enunciados y argumentos­– que dan razón de la causa y del sentido de la realidad; un conjunto de prácticas religiosas, oraciones, invocaciones de alabanza y súplica que ordenan los días del año con descansos y festividades fijadas por la costumbre del grupo cultural al que se pertenece… Todo eso puede ser más o menos bueno, más o menos humanizador, pero allí no hay una relación con alguien, no hay un cara a cara, en el que se conoce a Jesucristo cada vez más internamente y se le ama hasta desear ir tras él.
Por esa fe, que no es algo que le brota de su ingenio, Pedro es hecho el Vicario de Cristo. Tú serás llamado piedra, le dice Jesús, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. No es la iglesia de Pedro, es mi iglesia, le dice Jesús, y tú, Pedro, la tendrás que conservar en la unidad, por lo cual todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Pedro tendrá las llaves, que significan el servicio de interpretar auténticamente lo que es conforme a la fe revelada y lo que la recorta, desvía o contradice. La Iglesia es la comunidad de los que profesan una misma fe, cuyos contenidos la misma Iglesia, con Pedro, interpreta y salvaguarda. 

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