lunes, 15 de mayo de 2017

Promesa del Espíritu (Jn 14, 21-26) P. Carlos Cardó, SJ

P. Carlos Cardó, SJ
 
Sagrada Trinidad, fresco de Lucca Rossetti (1738-39), iglesia de Ivrea, Turín, Italia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él".Entonces le dijo Judas (no el Iscariote): "Señor, ¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?". Le respondió Jesús: "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Paráclito, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho".
Jesús vuelve a su Padre, pero no nos deja solos. Inaugura una nueva forma de presencia en nosotros: por el amor fraterno y por el Espíritu Santo que infunde en nuestro interior.
El amor a Dios y el amor a los demás son una misma realidad. El amor es uno solo: es Dios, brota de él como su fuente y pone en comunicación a todos. Por eso el mandamiento nuevo del Señor no es una ley, sino un don. Sólo se puede llevar a la práctica a partir de la experiencia de que Dios nos ha dado antes este amor (cf. 1Jn 4,19). Uno ama a los demás porque es amado; uno ama los demás como es amado. Y por eso, porque hemos conocido el amor, podemos fundamentar en él la confianza y aprecio que debemos tener de nosotros mismos, y ser capaces de amar a los demás.
Ahora Jesús dice: Si uno me ama, observará mi palabra y el Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El amor no es sólo un sentimiento: abraza a la persona, dándole una nueva manera de ser, de pensar y de actuar. Se ama con hechos y en verdad. Por eso dice Jesús: Si me aman, guardarán mis mandamientos. Se pueden observar los mandamientos como deberes impuestos, sin libertad de hijos y de amigos (como el hermano mayor del Hijo Pródigo), o se pueden observar como quien demuestra su gratitud por tanto amor recibido. El secreto de la obediencia al Padre es el amor de un corazón que se sabe amado.
Sólo quien ama así al Hijo y a los hermanos lleva a Dios en él: el Padre y el Hijo vienen a él por el Espíritu Santo, que es el amor. Dios habita en él, hace templo de él, lugar de su presencia. En él, el Padre y el Hijo ponen su morada, se le manifiestan y se manifiestan por medio de él. Mientras Jesucristo estuvo entre los hombres, Dios se manifestó a través de su persona y de su palabra. Al retornar a su Padre, Dios se nos revela de modo definitivo habitando en nosotros por el Espíritu Santo.
Jesús se va y promete enviarnos el Espíritu Santo. Lo llama “Paráclito”, “Consolador”, que significa: el que está con el solo. Por eso nos dice: no los dejaré solos. Le llama también “Defensor”, “Abogado”, que significa: el que está junto a quien comparece ante un juicio, para ayudarlo en su defensa.
Su nombre, Pneuma, espíritu, significa viento, fuerza; y es Espíritu santo, Espíritu de Dios, su fuerza y su energía. Es la vida misma de Dios, que el Padre nos envía porque hemos seguido a su Hijo. Es el don supremo del Dios creador, mediante el cual Él mismo se comunica a sus criaturas, para ser todo en todos (1Cor 15,28).
Este Espíritu nos enseñará todo lo que Jesús nos dijo, hasta imprimir en nuestros corazones la imagen del Hijo. Jesús nos ha enseñado todo acerca de Dios, nos lo ha revelado. Pero sólo quien ama es capaz de aprender lo que nos ha enseñado. Por eso, el Espíritu Santo, que es amor, nos hace comprender y, sobre todo, recordar, es decir, conocer con el corazón. Vivimos del recuerdo vivo de Jesús. El ser humano vive de lo que recuerda, de aquello que se guarda en el corazón. Por eso es importante la memoria: porque lo que no se recuerda, ya no existe.
El Espíritu Santo mantiene viva en nosotros la memoria de Jesús, mantiene a Cristo vivo. Lo reconocemos en la fuerza interior que da dinamismo al mundo, que no deja de empujar para que todo crezca y se multiplique la vida, que alienta y da sentido a todo el despliegue histórico hacia un mundo nuevo y mejor. Y sabemos también que ese Espíritu, respetando nuestra libertad, no deja de soplar en dirección del amor, la justicia, la verdad y el bien en su plenitud.

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