lunes, 24 de abril de 2017

Nacer de lo alto (Jn 3, 18)

P. Carlos Cardó, SJ
Jesús y Nicodemo, óleo sobre lienzo de Henry Ossawa Tanner (1899), Academia de Bellas Artes de Pennsylvania, Estados Unidos

Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo:
"Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él".Jesús le contestó: "Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?"Le respondió Jesús: "Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: `Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu".
El texto desarrolla uno de los temas más característicos del evangelio de Juan: el de la comprensión del misterio de Jesús como revelador de la verdad de Dios y de la verdad del ser humano. Por sí solo, el hombre no comprende; necesita la gracia, don de lo alto, que lo hace salir de la inteligencia carnal o “de aquí abajo” y lo lleva a la comprensión por medio del espíritu. La condición para ello queda expuesta claramente: hay que nacer de lo alto o de nuevo, por medio del espíritu. La fe obra en nosotros una regeneración.
Un hombre llamado Nicodemo va a ver a Jesús. Pertenece al partido de los fariseos (separados), que promueven la renovación moral del pueblo mediante el cumplimiento estricto de la ley mosaica, como medio para acelerar la llegada del Mesías y del reino de Dios. Gozaban de prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida separada del mundo impuro. En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús, pero muchos pasajes fueron interpolados más tarde, porque a partir del año 70 d.C. persiguieron a los cristianos. Fueron los interlocutores críticos más importantes de Jesús, quien tuvo amigos entre ellos (Lc 11; 14; 19; Mc 15). Los tomó en serio y ellos a Él, porque Él y ellos tomaban en serio la voluntad de Dios. Pero rechazó la concepción de la Ley que ellos tenían y entró en conflicto con ellos (Mc 7,11-13; Lc 11,42).
Nicodemo es identificado, además, como un personaje importante, maestro de Israel, y miembro del Consejo de los ancianos (Sanedrín). Probablemente, como otros miembros del grupo, ha quedado impresionado por los signos que Jesús realiza, sobre todo por el de expulsar los mercaderes del templo y anunciar otra forma de religión, ya no basada en el templo y en las antiguas tradiciones judías. Toma la iniciativa y va a Jesús, quiere informarse directamente de la identidad de este nazareno a quien mucha gente sigue.
Y viene de noche. Se podría pensar que quiere aprovechar la tranquilidad de la noche, tiempo del descanso y también de la confidencia; pero lo hace por miedo, para no tener problemas con los de su grupo y en el Consejo. En el evangelio de Juan, además, la noche está asociada a las tinieblas y es símbolo de la situación del hombre sin fe, que se opone a Jesús, que es la luz.
Consciente de su autoridad, él toma la palabra, pero el protagonista es Jesús, que rápidamente conducirá el diálogo, llevándolo por caminos impensados, que pondrán al fariseo ante su propia incapacidad de comprender.
Rabbí, le llama Nicodemo, empleando un título honorífico propio de doctores de la ley. Y añade con tono de autoridad: Sabemos que vienes de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él. Lo reconoce, pues, como profeta y enviado de Dios pero en esta seguridad con que juzga está la razón de su falta de comprensión. Piensa haber comprendido ya a Jesús porque le han llegado informaciones y las ha interpretado según sus propios esquemas teológicos, pero no está abierto a la fuerza de renovación que la noticia sobre Jesús podía haberle transmitido. Sabe que Jesús viene de Dios, pero a diferencia de la gente sencilla que lo ha seguido, él no ha pensado acoger su invitación a renovarse.
Es el típico hombre religioso y culto, acostumbrado a interpretar los signos de Dios, pero eso solo no basta. Profesional de Dios, en el fondo es un impotente: lo que nace de la carne es carne, debilidad e inconsistencia (v.6), que debe dejarse iluminar y cambiar por la palabra. El diálogo subraya su ignorancia. En Nicodemo está Jerusalén, el pueblo, la humanidad que rechaza a Jesús, la tiniebla confrontada con la luz.
La incapacidad para salir de este círculo que encierra sobre uno mismo sólo puede ser superada por la gracia, don de lo alto, que hace nacer a una vida verdaderamente libre, propia de los hijos e hijas de Dios. Nicodemo entiende el nacer de nuevo, simplemente, como el sueño de una vida que se rejuvenece a sí misma, no como el don que Dios ofrece. Tiene que aprender que no se entra en el Reino por pura voluntad propia, ni por las ideas y conocimientos que uno tiene de la religión. Se entra en él por medio del Espíritu, fuerza misteriosa que actúa como el viento que arrebata o el agua que purifica e infunde vida. Su realidad imprevisible e inasible, infunde en nosotros una capacidad impensada de conocer el amor de Dios y de actuar movidos por el mismo amor.

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