domingo, 16 de abril de 2017

Homilía del Domingo de Resurrección, El sepulcro vacío (Jn 20, 1-9)

P. Carlos Cardó, SJ
Pedro y Juan corriendo al sepulcro en la mañana de la resurrección, óleo sobre lienzo de Eugene Burnand (1898), Museo d’Orsay, París
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto".Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos-
La resurrección de Cristo constituye un misterio de fe, un horizonte de esperanza y un acontecimiento de amor.
Jesús, vencedor de la muerte, ha realizado su subida al Padre y nos comunica el Espíritu por medio del cual sigue presente en medio de nosotros.
El evangelio nos hace ver cómo llegan los discípulos a la convicción de que Jesús ha resucitado. Viven un proceso de descubrimiento, recorren un camino lleno de sorpresas, que se inicia con la constatación de que el sepulcro está vacío, y concluye con la fe en la resurrección. Así toman conciencia de que la cruz no ha sido el final, sino el inicio del retorno de Jesús al Padre y de su glorificación.
El evangelio muestra también que es una comunidad contristada, encerrada en sí misma por miedo, pero que comienza a reaccionar y a recobrar la fe, buscando entre los signos aquello que les ayude a superar el escándalo de la cruz. A pesar de las advertencias que les había hecho, el final de su Maestro había significado para ellos un fracaso total que echó por tierra sus esperanzas. No obstante, reaccionan, y buscan, indagan, disciernen los signos.
En Magdalena, Pedro y Juan están representados todos los miembros de la Iglesia que buscan los signos del Resucitado sobre todo en situaciones adversas o dolorosas. A todos mueve la misma ansia de la presencia del Señor. María Magdalena fue muy de mañana al sepulcro y regresó corriendo adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería; éstos por su parte salieron corriendo…En ellos aparece reflejada la búsqueda del cristiano que no se dejar abatir por las frustraciones y adversidades que conmueven su fe.
Vio y creyó. No había comprendido la Escritura... Si el discípulo hubiese recurrido a la Escritura, le habría bastado quizá el primer anuncio de la Magdalena, para tomar conciencia de que, en efecto, convenía que el Señor entregara su vida por nuestra salvación para ser después glorificado por su Padre. Pero al faltarle esta comprensión, necesita “ver y tocar”. Leer la Biblia, revisar nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios es el medio poderoso para advertir la presencia de Dios en todas las circunstancias oscuras por las que atravesemos.
La tumba vacía y las vendas vacías no son una prueba contundente (los enemigos de Jesús dirán que sus seguidores robaron el cuerpo), pero sí son un signo de que la resurrección es ya un hecho consumado: Jesús ha vencido a la muerte. Necesitamos los ojos creyentes del discípulo para descubrir a Jesús en el corazón del mundo. La figura emblemática del discípulo al que Jesús quería nos invita a identificarnos con él.
Vivimos una época que exacerba el valor de los sentidos, hasta hacer pensar que sólo existe y cuenta lo contante y sonante, lo que hacemos o podemos adquirir. La dimensión de lo trascendente queda así a menudo arrinconada y sofocada. Por eso a muchos, incluso entre creyentes, les resulta difícil demostrar en su vida práctica que no somos seres para la muerte, ni todo acaba en la muerte.
Cristo resucitado está en la comunidad de los que anuncian su mensaje, celebran los sacramentos y testimonian su amor. Se encuentra, sobre todo, en lo más vivo y profundo de la eucaristía. También en los hermanos necesitados que han de ocupar el centro de nuestro interés, porque Cristo se identifica con cada uno de ellos.
Él nos da su Espíritu, espíritu de consuelo y fortaleza, para no desfallecer en la tarea común de construir un país hermoso, sacar adelante una familia ejemplar, unirnos por encima de toda diferencia, y mantenernos así, como cuando nos juntamos en eucaristía para compartir juntos el pan y hacer presente al Señor. 

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