domingo, 5 de marzo de 2017

I Domingo de Cuaresma, Las Tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11)

P. Carlos Cardó, SJ
La tentación en el monte, témpera de Duccio di Buoninsegna (1308-11), Frick Collection, Nueva York 
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: "Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes". Jesús le respondió: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna". Jesús le contestó: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
 Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras y me adoras". Pero Jesús le replicó: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás". Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
En el primer domingo de Cuaresma, la liturgia pone ante nuestros ojos la imagen de un Jesús que tuvo que combatir como nosotros contra las atracciones del mal. Jesús fue tentado realmente, no aparentemente tentado como afirmaron algunos herejes. Quiso someterse a la tentación para estar cerca de los que son tentados y para que nada de la existencia humana quedara sin ser asumido por Él, verdadero Dios y verdadero hombre.
Aun cuando su conciencia humana estuvo iluminada y sostenida en cada momento por la acción del Espíritu divino –que le hacía vivir por completo unido a Dios como su Padre–, Jesús tuvo que resolver la disyuntiva de optar por el poder y el éxito según el mundo, o por el camino de cruz que su Padre le ofrecía para realizar la salvación de sus hermanos; y esta disyuntiva fue para Él una verdadera prueba, una lucha interior que le obligaría a clamar al final: Padre, todo te es posible, aparta de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Esta es la tentación que acompañó a Jesús hasta la cruz. Las tentaciones en el desierto describen los componentes de esa constante tentación que tuvo que enfrentar.
Dice el texto que el espíritu condujo a Jesús al desierto para que el diablo lo tentara. Pasar por el desierto, enfrentar la tentación es estar en una prueba, vivir una crisis. Desierto, tentaciones y pruebas forman parte de la vida humana. No son catástrofes; son situaciones en las que se ponen de manifiesto las propias vulnerabilidades, pero también lo mejor de cada uno. Enfrentadas y sostenidas en la fe, las crisis y tentaciones pueden ser fuente de nuevas posibilidades; por ellas se consolida nuestra identidad y personalidad, aunque siempre implican un riesgo y pueden producir algún desgaste.
Para seguir a Jesús necesariamente hay que pasar por la tentación y la prueba que purifica el corazón de todo apego a la posesión, al éxito, a los placeres o a cualquier otra realidad terrena que lleva a olvidar los valores del evangelio. Seguir a Jesús es vivir un proceso de liberación interior de nuestras contradicciones e inconsecuencias.
Jesús ayunó cuarenta días y cuarenta noches antes de que el diablo lo tentara. Simbólicamente el número evoca los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto. Es como decir: un largo período. Lo importante es que con Jesús, nuevo Moisés, se da el éxodo a la verdadera y plena libertad.
Después de haber ayunado, tuvo hambre; y ahí fue cuando el diablo lo tentó. La tentación siempre se engancha al hambre, a la necesidad, cualquiera que sea. Por eso, las tentaciones tienen siempre una apariencia de bien. En el caso de Jesús, del tentador le dice: ¡Si eres el Hijo de Dios! Es como decirle: ¿Acaso no es bueno que te manifiestes como Dios de tal manera que nadie pueda dudar de ti? Los peores males se han cometido en aras de las mejores causas. Hasta en nombre de Dios y de la religión, se han cometido y se cometen atrocidades.
1ª tentación: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes. La tentación consiste en hacer de la obra salvadora un proyecto económico para el propio beneficio. Es como si el tentador dijera: “pon todo en función de tu ganancia personal y verán que eres Dios”. El pan y el dinero con que se adquiere se convierten en lo que más vale en la vida. Nos ocurre a nosotros cuando ponemos lo económico, dinero y bienes materiales, como el principio absoluto en la organización de nuestra vida personal, familiar o social. De la absolutización del bienestar material surgen las luchas y discordias, las injusticias y opresiones.
Fácilmente olvidamos que los bienes materiales no son un fin sino un medio, que tienen una finalidad a la que deben orientarse y que, finalmente, se acaban. El amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han apartado de la fe y se han ocasionado a sí mismos muchos males (1 Tim 6,10). El hombre, pues, pretende autodeterminarse con lo que gana, aunque sea sin tener en cuenta a los demás y a Dios. En el caso de Jesús: la tentación consiste en usar los medios mesiánicos para el servicio de sí mismo.
2ª tentación: Tírate abajo, porque está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te lleven en brazos… Es la tentación central: hacer que Dios haga lo que a mí me plazca, en vez de hacer su voluntad. Querer que Dios nos escuche, en vez de escucharlo. ¡Escúchame, Dios mío!, solemos decir, y está bien pedirlo. Pero qué poco decimos: ¡Señor, habla, que tu siervo escucha! Buscamos un Dios a nuestro servicio. En el caso de Jesús la tentación fue establecer una relación interesada con Dios para que le ayude a someter al mundo con medios espectaculares, que seduzcan en vez de convencer, que dominen en vez de suscitar una respuesta amorosa y libre y, encima, teniendo a Dios como aliado.
3ª tentación: Todo esto te daré si te postras y me adoras. Es la tentación del poder. Dominar con el poder. Ante esta tentación, Jesús reacciona de inmediato, no entra en diálogo con el tentador. ¡Apártate de mi Satanás! Lo mismo le dirá a Pedro, cuando éste intente desviarlo de su camino de cruz: Apártate de mí Satanás (ponte detrás, Tentador), que me pones obstáculo. Tú no piensas como Dios, sino como los hombres (Mt 16,23). Jesús, en cambio, nos revelará en qué consiste la verdadera libertad: en poner la vida al servicio de todos, sin dominar a nadie, para que nadie viva oprimido o dominado.
Que el Espíritu del Señor nos guíe en nuestro camino cuaresmal y aprendamos a salir victoriosos de nuestras tentaciones, sabiendo discernir en cada circunstancia cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12,2). Que nuestras prácticas penitenciales, concretamente el ayuno, nos recuerden que la vida es un don, no proviene del alimento sino de Dios creador. Así reconoceremos agradecidos que Dios es vida y que nuestro pan de cada día es un don que Él nos hace.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.