viernes, 3 de marzo de 2017

El ayuno de los discípulos (Mt 9, 14-15)

P. Carlos Cardó, SJ
Los enviados de Juan, acuarela de James Tissot, Museo de Brooklyn, Nueva York
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?" Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán".
Antes de este pasaje se ha visto a Jesús y a sus discípulos comiendo en casa del publicano Leví; ahora los discípulos de Juan Bautista los sorprenden comiendo en un día de ayuno. Juan los ha enviado a seguir a Jesús, desde que lo señaló como el que era más grande que él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero estas actitudes de Jesús y lo que enseña a sus discípulos los desconciertan. Por eso le preguntan: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? 
Jesús responde situando la cuestión en otra esfera de pensamiento: en la esfera de la revelación del amor salvador de Dios ofrecido como gracia a todos los que escuchan su palabra y lo siguen. Su presencia señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del reino de Dios, el tiempo nuevo de la realización de las promesas hechas por Dios a Israel, tiempo de la fiesta de la nueva humanidad reconciliada. Se debe, por tanto, celebrar y hacer fiesta. 
Jesús lo dice con el proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta nupcial excluye perentoriamente toda forma penitencial. Los profetas previeron este tiempo y su corazón se llenó de alegría. Recordemos, por ejemplo, a Isaías: “El espíritu de Yahvé está sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido” (Is 61, 1-3)
Llegará un día en que les quitarán al novio, entonces ayunarán, añade Jesús, anunciando su final. Les quitarán al novio cuando sea levantado en la cruz y elevado al cielo. Entre la alegría primera de su presencia en la tierra y la consumación de la unión perfecta de la humanidad salvada con Dios en el banquete nupcial del reino, transcurre el tiempo de la espera. Es tiempo de la vivencia de su presencia interior resucitada, que alienta la espera de la pascua eterna. De momento queda el símbolo de su cruz: en los crucificados. Y el signo eficaz de su presencia viva en el partir el pan. 
Esos símbolos nos guían a la práctica de la religión verdadera, y en particular al ayuno que quiere el Señor, que consiste en partir el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al desnudo, romper las cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Así nos encontramos con el esposo, hecho el último y el servidor de todos.

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