martes, 28 de febrero de 2017

Recompensa prometida al desprendimiento (Mc 10, 28-31)

P. Carlos Cardó, SJ
Sagrada familia y santos, óleo de Jerónimo Jacinto de Espinosa (siglo XVII), Museo de Bellas Artes, Valencia, España. 
En aquel tiempo, Pedro le dijo a Jesús: "Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte". Jesús le respondió: "Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres e hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna. Y muchos que ahora son los primeros serán los últimos, y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros".
¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!  Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios. Estas palabras de Jesús, como aquellas otras que dijo a propósito del matrimonio: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10,9), atemorizan a los discípulos. Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, mejor es no casarse (Mt 19, 10), dijeron en aquella ocasión. Entonces ¿quién podrá salvarse?, piensan en ésta, lo cual quiere decir: ¿cómo vamos a sobrevivir?, ¿tendremos seguridad o nos espera la miseria?
Como siempre, Pedro se hace el portavoz del grupo e interpela a Jesús: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Aduce méritos, reclama derechos. No se pone antes a sopesar el grado de su renuncia, si en realidad lo han dejado todo, y si su seguimiento de Jesús es auténtico o está mezclado con motivaciones no evangélicas.
Viene entonces la respuesta de Jesús, misteriosa, compleja, que puede prestarse a malas interpretaciones. Les aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna.
No es que Jesús borre con una mano lo que ha escrito con la otra. Y sería absurdo manipular estas palabras para justificar el triunfalismo, las riquezas o el afán de lucro en la Iglesia. La respuesta de Jesús no va dirigida directamente a Pedro y al grupo, sino en general a todo aquel que lo siga, y está formulada como un principio general, que los discípulos de todos los tiempos tendrán que comprobar si se aplica a ellos, si cumplen las condiciones, y si experimentan realmente el amparo de Dios o no, y por qué.
Recibirán cien veces más si rompen toda atadura material o familiar que les impida adherirse a Cristo y colaborar con Él en la misión de propagar su evangelio. Con esta libertad y desasimiento, la persona se hace plenamente disponible para acoger el don que supera todas sus expectativas.
La promesa de compensación por la renuncia es espléndida: cien veces más, aquí y después de esta vida, en padres y hermanos, porque el discípulo pasa a formar parte de la comunidad de los que son de Cristo, en la que rige la norma del amor fraterno. Asimismo, por los bienes materiales dejados, encontrará el céntuplo en casas y campos. Una vida mejor en lo referente a relaciones interpersonales y sociales, así como en el acceso a los bienes materiales que se hace posible con el compartir fraterno.
Todo ello se da en la nueva familia, que vive los valores del Reino (cf. Mc 4,11) y hace posible en cierto modo lo que ocurrió en la multiplicación de los panes, cuando los panes de la comunidad, puestos a disposición de los demás, alcanzaron para que todos comieran hasta saciarse. Es también lo que procuraban realizar los primeros cristianos, cuando, como parte de la celebración de la fracción del pan, en memoria del Señor, distribuían los bienes entre todos según las necesidades, lo tenía todo en común y no había pobres entre ellos (Hech 2, 44-45; 4, 34).
En esas “casas” encuentra el discípulo centuplicado lo que ha dejado por Cristo y el evangelio, en esa nueva “familia” de los verdaderos hermanos y hermanas de Jesús que escuchan y llevan a la práctica su palabra, se enriquecen porque dan y comparten, encuentran afecto y abundancia, no opresión y desigualdad. Pero por eso mismo, porque su estilo de vida contradice radicalmente la vida de los que no son de Cristo, estas comunidades sufren incomprensiones y rechazo, pudiendo llegar a ser perseguidas. Los discípulos deben dar por supuesto que el anuncio de los valores del evangelio, trae consigo hostilidad contra ellos de parte de quienes los niegan.
La paradoja del evangelio de la renuncia que enriquece, el darse uno mismo para encontrar su mejor yo, hacerse el último y el servidor de todos porque es la forma más auténtica de ser el primero, puede sonar a una imposible utopía, pero es en definitiva el horizonte que impulsa y atrae a quienes buscan la transformación del mundo en justicia e igualdad para todos, condición para poder participar de la vida plena que Cristo ha ganado para los que lo siguen.

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